Friday, June 17, 2016

Relaciones EEUU-Cuba: ¿sentido común o ligereza irresponsable?


Carlos Alberto Montaner

 
Al profesor Guillermo Lousteau
Texto de la conferencia "Las relaciones entre Estados Unidos y Cuba en la nueva etapa del deshielo. ¿Sentido común o ligereza irresponsable" , pronunciada por el autor en el Interamerican Institute for Democracy de Miami el pasado 4 de junio.
Siete advertencias finales sobre la nueva política cubana de Obama
Éste es uno de esos raros casos en los que conviene comenzar por el final. Estos papeles están dedicados a contar rápidamente cómo han sido las relaciones entre Estados Unidos y Cuba desde 1959 a la fecha, con el objeto de poder analizar la nueva política cubana anunciada por el presidente Barack Obama y el general Raúl Castro en diciembre de 2014.
Ese recorrido me precipita formular siete advertencias. No son recomendaciones ni conclusiones. Son observaciones que se desprenden naturalmente de la propia historia que relataré en breve.
Consignémoslas:
La primera advertencia es que el gobierno de los hermanos Castro mantiene en el 2015 exactamente la misma visión de Estados Unidos que tenía cuando los guerrilleros llegaron al poder en enero de 19591.
Para ellos el enorme y poderoso vecino, y sus supuestas prácticas depredadoras en el terreno económico, están en la raíz de los problemas fundamentales de la humanidad. Como leen poco y observan mal, continúan creyendo que las calamidades del Tercer Mundo se deben a la mala voluntad de las naciones desarrolladas, y muy especialmente a Estados Unidos con sus perversos términos de intercambio y su explotación inclemente de los recursos de las naciones pobres.



La segunda, y como consecuencia de la primera, es que ese régimen, absolutamente coherente con sus creencias, continuará tratando de afectar negativamente a Estados Unidos en todas las instancias que se presente.
Ayer se colocó bajo el paraguas soviético. En la etapa postsoviética, echó las bases del Foro de Sao Paulo y, más tarde, del circuito conocido como el Socialismo del Siglo XXI, extendido a los países de la llamada ALBA. Hoy se alía firmemente a Irán, y ya se apunta al bando chino-ruso en esta nueva y peligrosa Guerra Fría que está gestando. Para los Castro, el antiamericanismo es una cruzada moral a la que no van a renunciar nunca.
La tercera, es que no existe en la dictadura cubana la menor intención de comenzar un proceso de liberalización que permita el pluralismo político o las libertades, tal y como se conocen entre las naciones más desarrolladas del planeta.
Los demócratas de la oposición se toleran mientras sus movimientos y comunicaciones estén regulados y vigilados por la policía política.
El régimen domina perfectamente las técnicas de control social. Al margen de la policía convencional, para mantener a raya a la oposición cuenta con al menos 60,000 oficiales de contrainteligencia adscritos al Minint2, y otras decenas de miles de colaboradores. Para ellos la represión no es un comportamiento oscuro y vergonzante, sino una labor constante y patriótica.
La cuarta, es que el sistema económico que está erigiendo Raúl Castro no ha sido concebido para que florezca la sociedad civil. Ésa que un día, mágicamente, derrocará la dictadura, sino es un modelo de Capitalismo Militar de Estado (CME), cuya columna vertebral es el ejército y el Ministerio del Interior, instituciones que controlan la mayor parte del aparato productivo del país.
Dentro de ese esquema, como se deduce de las palabras del economista oficial Juan Triana Cordoví3, el Estado (en realidad, el sector militar) se reserva el manejo y explotación de las 2,500 empresas medianas y grandes del país, dejándoles a los cuentapropistas un sinfín de actividades menores para no tener que sostenerlos. Contrario a lo que piensan en Washington y en los sectores cubanos no gubernamentales que apoyan esas reformas económicas, Raúl Castro y sus asesores suponen, acertadamente, que los cuentapropistas serán una fuente de estabilidad del sistema de Capitalismo Militar de Estado, no por afinidad ideológica, sino para no perder los pequeños privilegios y ventajas que obtienen.
La quinta, es que el régimen de los Castro no tiene el menor interés en propiciar el enriquecimiento de los empresarios extranjeros. Desprecian el ánimo de lucro de los capitalistas, les parece repugnante, aunque muchos de ellos mismos, de alguna manera, lo practiquen discretamente.
Las inversiones del exterior serán bienvenidas sólo y únicamente cuando contribuyan a fortalecer el Capitalismo Militar de Estado que están forjando. Para el gobierno cubano esas inversiones son un mal necesario, como el que se amputa un brazo para salvar la vida.
Si alguien piensa que ese régimen permitirá el surgimiento y crecimiento de un tejido empresarial independiente, es porque no se ha tomado el trabajo de estudiar los textos y discursos de los propios personeros del régimen, y ni siquiera de examinar la conducta que exhiben.
Tiene toda la razón el inversionista en bienes raíces y notable millonario Stephen Ross4 cuando, tras regresar de un viaje a Cuba, declaró que no había visto en la Isla la menor oportunidad seria de hacer negocios. En realidad, no la hay, salvo en aquellas actividades que exista un rédito claro para el gobierno o que sea absolutamente indispensable para la supervivencia del régimen.
Es obvio que la prioridad de los Castro es mantener el poder y no desarrollar un vigoroso tejido empresarial que saque a los cubanos de la miseria. Para explicar esas carencias han desarrollado la coartada de la austeridad revolucionaria y la crítica al consumismo (el gusto por la "pacotilla") como una forma heroica y abnegada de afrontar la pobreza.
La sexta advertencia es que, ante este cuadro deprimente de atropellos e insistencia en los disparates de siempre, la renuncia de Washington al containment y su sustitución por el engagement, a lo que se agrega la cancelación del objetivo de tratar de propiciar el cambio de régimen, como dijo Obama en Panamá, es una peligrosa e irresponsable ligereza que perjudicará a Estados Unidos, alentará a sus enemigos, descorazonará a sus aliados y afectará muy negativamente a los cubanos que desean libertades, democracia real y terminar con la miseria.
¿Qué sentido tiene que Estados Unidos –y con él la Iglesia Católica– contribuya al fortalecimiento de un Capitalismo Militar de Estado, enemigo de las libertades, incluidas las económicas, violador de los Derechos Humanos, que perpetúa en el poder a una dictadura colectivista que ha destrozado a Cuba y hoy contribuye a destruir a Venezuela porque no puede enseñar otra cosa que lo que ha hecho durante 56 años?
La séptima advertencia es que nunca la oposición democrática ha sido más frágil ni ha estado más desprotegida, pese al impresionante número de disidentes y al heroísmo que despliegan. Nunca ha estado más sola.
¿Por qué nadie va a tomarla en cuenta si Estados Unidos ha renunciado al cambio de régimen y está dispuesto a aceptar a la dictadura cubana sin exigirle nada a cambio?Estados Unidos ha renunciado a indicarle claramente a La Habana que el verdadero cambio comienza en el momento en que la cúpula de la dictadura acepta que el primer paso es dialogar con la oposición y admitir que las sociedades son plurales y albergan diferentes puntos de vista.
¿Qué argumento tienen ahora los callados y siempre asustados reformistas del régimen para reclamar sotto voce cambios políticos y económicos si nadie se los exige al gobierno de los Castro?
En suma, ha sido un grave error de Obama separarse de la política seguida por los diez presidentes, demócratas y republicanos, que lo precedieron en la Casa Blanca.
Uno no puede decretar que su enemigo súbitamente se ha convertido en su amigo y ha comenzado a pensar como a uno le conviene. Eso es infantil.
No se trata de criticar a Obama por haber ensayado una política nueva. El problema es que es una política errónea.
Y ahora comencemos el relato
El 17 de diciembre de 2014 el presidente Barack Obama y el general Raúl Castro anunciaron simultáneamente un nuevo tipo de relaciones basado en el abandono por parte de Estados Unidos de la política de aislamiento y presiones económicas seguida desde 1960 por 10 presidentes norteamericanos, republicanos y demócratas.
Era el fin de la estrategia de containment y su sustitución por una suerte de engagement, para utilizar la jerga diplomática norteamericana.
El 29 de mayo de 2015 el gobierno de Estados Unidos eliminó a Cuba de la breve lista de naciones que respaldan el terrorismo. Era el primer obstáculo para conceder el resto de las concesiones que demanda el régimen de Raúl Castro.
Eso abre el camino para
  • el eventual fin del embargo cuando el Congreso derogue la ley que lo mantiene vigente;
  • la autorización a los viajeros norteamericanos para que puedan gastar dinero en la Isla;
  • la devolución de la base de Guantánamo;
  • la clausura de los programas encaminados a tratar de cambiar el régimen cubano por vías pacíficas, y entre ellos las transmisiones por Radio y TV Martí;
Incluso facilita la posibilidad de que Cuba acceda en el futuro al BID, el FMI, al BM, o a cualquier organismo crediticio que hoy le tiene las puerta vedadas.
Todo se andará a su debido tiempo.
El régimen cubano ha demostrado que el uso persistente de sus laboriosos y disciplinados agentes de influencia, más la perseverancia en el mantenimiento de su estrategia política, acaba por dar frutos. Raúl Castro, en suma, ha ganado una importantísima batalla política sin moverse un milímetro en dirección de la libertad y la democracia.
¿Por qué Estados Unidos renuncia unilateralmente a esas medidas contra la dictadura cubana sin exigirle nada a cambio? Esto vale la pena examinarlo sin apasionamiento.
A mi juicio, se trata de un cambio de rumbo en la política norteamericana que difícilmente será revocado, al menos durante la administración del Obama, pero, incluso si el próximo presidente fuera un republicano, dudo mucho que se modificaran sustancialmente las medidas implementadas por el actual gobierno de Estados Unidos.
En todo caso, Barack Obama alegó una razón. Dijo que no habían dado resultado en más de medio siglo. Se refería, supongo, a que no habían derrocado al régimen. A lo que agregó una circunstancia personal: él ni siquiera había nacido cuando se impuso el embargo de Estados Unidos.
No alegó que su nueva política lo lograría. Por el contrario, en Panamá, pocas semanas más tarde, afirmó que su nueva política ya no estaba orientada a tratar de cambiar el régimen comunista de la Isla. Eso quiere decir, lógicamente, que derogaba las medidas anticastristas porque habían cambiado los objetivos de Washington.
Para sintetizar, Estados Unidos, resignado a convivir con una dictadura comunista en el vecindario, abandonaba en Cuba la política de containment y se acogía a la estrategia del engagement. Algo, por cierto, en consonancia con la visión general de esta administración con relación a América Latina.
Sistemáticamente, y durante muchos años, Washington ha decidido ignorar los furibundos ataques de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Rafael Correa y Daniel Ortega, o las alusiones de Cristina Fernández de Kirchner.
Por otra parte, el elemento temporal –el tiempo transcurrido desde que Eisenhower decretó las primeras medidas anticastristas–, sospecho, le generaba cierto distanciamiento del tema cubano y de la natural hostilidad hacia esa dictadura comunista cultivada por los presidentes que lo habían precedido en el cargo.
En todo caso, como principio, me parece peligroso que el jefe del Estado norteamericano invoque el factor del tiempo transcurrido para juzgar unas medidas políticas.
Afortunadamente, los republicanos Ronald Reagan y George Bush (padre) mantuvieron la estrategia de la contención puesta en marcha por el demócrata Harry S. Truman cuarenta años antes de llegar ellos al poder.
Si hubieran cedido a las presiones para que la abandonaran, como reclamaban muchos líderes europeos fascinados con la Ostpolitik propuesta por Willy Brandt –la versión alemana del engagement–, tal vez la URSS seguiría en pie amenazando al mundo.
Precisamente, una de las mayores fortalezas norteamericanas es la continuidad de las instituciones y de las medidas de gobierno. El presidente Obama es el cuadragésimo cuarto presidente de Estados Unidos, un país que tiene la misma Constitución desde 1787 y cuyo primer presidente fue electo en 1789.
El origen de las sanciones
Para poder juzgar con propiedad las medidas de gobierno impuestas contra la dictadura cubana desde el gobierno de Ike Eisenhower, es importante saber por qué se dictaron y por qué desde entonces las mantuvieron 10 presidentes, republicanos y demócratas.
A partir de ese punto, será razonable preguntarse qué ha cambiado para modificarlas o si lo que está sucediendo es un error estratégico que bordea la irresponsabilidad.
¿Por qué comenzaron las sanciones?
Evidentemente, porque el régimen de Fidel Castro, desde 1959, había adoptado una política contraria a los intereses, estrategia e ideales de Estados Unidos y de todas los gobiernos prooccidentales, independientemente de si eran dictaduras o democracias.
A La Habana le daba exactamente igual tratar de derrocar a los dictadores Somoza y Trujillo como a los demócratas Rómulo Betancourt, Manuel Prado y Arturo Ilía5. No distinguía.
Esa política, simultáneamente, en medio de la guerra fría, afectaba a todos los aliados de Washington porque iba dirigida contra eso a lo que llamamos Occidente y entonces calificábamos como "mundo libre", a cuya cabecera comparecía Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra mundial.
La vasta y elaborada política de contención de Estados Unidos, desde el Plan Marshall hasta la creación de la OTAN, pasando por la Guerra de Corea, hubiera carecido de sentido si Washington se cruzaba de brazos ante el tipo de gobierno prosoviético que surgido en Cuba tras la fuga del dictador Fulgencio Batista.
Esa fue la posición de Ike Eisenhower, John F. Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George H.W Bush (padre), Bill Clinton, y de George W. Bush (hijo).
Podrá alegarse que se debía al peso electoral de los cubanos en Florida, pero eso no es cierto. Los cubanos, que apenas alcanzan el 4% de los votos en Florida, no tuvieron la primera representación en el Congreso hasta la década de los ochenta, y no existió nada que pudiera llamarse lobby hasta el gobierno de Ronald Regan, cuando Jorge Mas Canosa creó la Fundación Nacional Cubano Americana.
Era otra cosa: se trataba de las normas de la Guerra Fría. Eran the rules of engagement (ROE) de aquel apasionante enfrentamiento que duró entre 1945 y 1989. En ese periodo, Estados Unidos había evitado que la URSS o China comunista se apoderaran de Grecia y Turquía, de Taiwán (Formosa) de Corea del Sur, y probablemente de Italia y Francia, países que poseían los partidos comunistas más poderosos de Europa. Estaba en la naturaleza de las cosas y en la coherencia estratégica, que intentaran evitar que Moscú sembrara un aliado agresivo a 90 millas de las costas americanas, capaz de instalar cohetes atómicos que en pocos minutos alcanzaban sus objetivos.
No había duda de lo que sucedía. Fidel Castro, en diciembre de 19616, desmintiendo sus propias palabras anteriores, declaró, en un tono desafiante, que era marxista-leninista desde su juventud y que seguiría siéndolo hasta su muerte, compromiso que hasta ahora ha cumplido celosamente, incluso tras el derrumbe de la URSS y el descrédito total del colectivismo como fórmula económica para organizar la sociedad.
Evidentemente, nunca ha habido un líder más tercamente convencido de las virtudes del comunismo y de la conducta criminal y perniciosa de Estados Unidos, país al que ha decidido combatir hasta su último aliento.
Por supuesto, la declaración de Fidel Castro era útil para forjar una reacción norteamericana, pero sólo confirmaba lo que ya resultaba obvio.
Antes de diciembre de 1961 la Casa Blanca, el Congreso y el Senado, incluso una gran parte de la prensa, ya habían entendido, correctamente, que se había instalado en Cuba un gobierno visceralmente antiamericano, antimercado y prosoviético.
En ese momento, cuando Castro admitió su filiación ideológica públicamente, hacía más de un año que había terminado el debate sobre la naturaleza del castrismo y nadie medianamente informado ignoraba lo que acontecía en Cuba.
Eisenhower, finalmente, el 17 de marzo de 1960, firmó una Orden Ejecutiva, encaminada a tratar de liquidar el régimen surgido en Cuba. Todos sus ingentes esfuerzos para llevarse bien con su vecino habían fracasado. Esta vez no era otro pintoresco revolucionario latinoamericano al que la realidad acabaría por domarlo.
Tratar de desalojarlo del poder no era un acto de soberbia imperial, sino, insisto, una consecuencia de la Guerra Fría. El general soviético de origen español Francisco Ciutat de Miguel7, hombre del KGB y asesor de las Fuerzas Armadas cubanas por cuenta de Moscú, quien usaba en la Isla el pseudónimo de Ángel Martínez Riosola, Angelito, así bautizado por el propio Fidel Castro, ya llevaba dos semanas residiendo en la Isla cuando Eisenhower firmó esa orden ejecutiva contra el castrismo. Había llegado discretamente a La Habana el 5 de marzo de ese mismo año. Otros compañeros suyos lo habían precedido en la tarea que le habían encomendado.
La visión y la misión ideológica de los comunistas cubanos
¿Por qué el gobierno de Castro se alineaba con Moscú?
Por audaz y delirante que parezca, tratándose de una pobre isla azucarera del Tercer Mundo, el objetivo era destruir a Estados Unidos, debido a que Fidel Castro y unos pocos de sus colaboradores comunistas, quienes acababan de triunfar contra todo pronóstico derrotando a la dictadura de Batista, profunda y fanáticamente ignorantes, habían sido conquistados por la Teoría de la Dependencia y le atribuían al sistema privado de economía, al mercado y a Estados Unidos el origen de todos los males que aquejaban a la humanidad.
En ese momento, y me temo de que hasta hoy, estaban convencidos de dos cosas fundamentales: el vecino norteamericano era el primer responsable de todos los males del planeta y –ésta la ocultaban– el comunismo les proporcionaba la mejor coartada para mantenerse en el poder permanentemente.
Dejemos que Ernesto Che Guevara defina la visión de la Revolución en uno de sus discursos clave, dado que lo que él transmitía era exactamente lo que Fidel Castro creía y se proponía llevar a cabo.
Cito a Guevara en su discurso "Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental":
En definitiva, hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema mundial, última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación mundial. La finalidad estratégica de esa lucha debe ser la destrucción del imperialismo. La participación que nos toca a nosotros, los explotados y atrasados del mundo, es la de eliminar las bases de sustentación del imperialismo: nuestros pueblos oprimidos, de donde extraen capitales, materias primas, técnicos y obreros baratos y a donde exportan nuevos capitales -instrumentos de dominación-, armas y toda clase de artículos, sumiéndonos en una dependencia absoluta. El elemento fundamental de esa finalidad estratégica será, entonces, la liberación real de los pueblos; liberación que se producirá, a través de lucha armada, en la mayoría de los casos, y que tendrá, en América, casi indefectiblemente, la propiedad de convertirse en una revolución socialista8.
Esta visión y misión, encaminadas a destruir a Estados Unidos mediante la dominación de sus aliados, comenzó a desarrollarse exactamente desde el inicio mismo de la revolución cubana, despachando guerrillas a Panamá, República Dominicana, Venezuela o Bolivia, mientras La Habana adiestraba o apertrechaba a grupos subversivos en Perú, Argentina y Uruguay.
Por otra parte, la dictadura comunista instaurada en la Isla, de acuerdo con su particular visión de los problemas de la sociedad, afectó los intereses materiales de Estados Unidos confiscando cuantiosas propiedades de ciudadanos de este país.
Si pensaban, como los marxistas, que la propiedad privada de los medios de producción estaba en el origen de la injusticia y la pobreza, y se creían que los estadounidenses eran los más rapaces capitalistas, estaba claro que los privarían de sus propiedades. Para ellos, más que una confiscación, era una recuperación.
En ese momento, por la cercanía y por la afinidad histórica, Cuba era una de las naciones que mayores inversiones norteamericanas poseía. Todas, pues, fueron expropiadas sin compensación.
En consecuencia, con sus sanciones económicas, Estados Unidos, no trataba unilateral e impunemente de cambiar el régimen cubano en un acto de soberbia imperial. Era una respuesta a lo que Cuba intentaba hacer contra el gigante norteamericano cuando, en esa misma década, apoyada por los soviéticos, la Isla alentó, adiestró y dotó de recursos económicos, armas y explosivos a ciertos violentos separatistas afroamericanos y a los independentistas puertorriqueños, e incluso creó una institución llamada la Tricontinental9 para tratar de subvertir el orden en todo el planeta.
Del comunismo soviético al Foro de Sao Paulo
Groso modo, la alianza de los Castro con Moscú duró tres décadas en las que la principal tarea del gobierno cubano, y la que más disfrutó el Comandante, fue luchar en todos los frentes por lograr la supremacía de su proyecto político y la derrota del "imperialismo yanqui".
Para lograrlo, Castro no había tenido escrúpulos en aliarse, entre otros:
  • con personajes como el libio Muamar el Gadafi, un criminal desequilibrado10;
  • con el dictador guineano Francisco Macías, acusado de asesinar entre 30,000 y 80,000 personas en una población de apenas 300,00011;
  • con el ayatolá Jomeini que había sustituido al Sha por una teocracia islamista;
  • y hasta con el narcotraficante colombiano Pablo Escobar, como contó su lugarteniente Popeye y luego ratificó el arquitecto Juan Escobar, hijo de Pablo, cuando escribió sus memorias12.
La única condición requerida para tener el respaldo y aprecio de "los cubanos" era que sus aliados fueran clara o funcionalmente antinorteamericanos, o que estuvieran dispuestos a afectar los intereses del odiado país.
No obstante, a partir de Lyndon Johnson todos los inquilinos de la Casa Blanca trataron de limar asperezas con Fidel Castro, pidiéndole, eso sí, que dejara de intervenir militar o clandestinamente en los asuntos de otros países, tanto en África como en América Latina, pero, en todos los casos, encontraron que el dictador cubano no estaba dispuesto a ceder un ápice en lo que era su leitmotiv: luchar contra Estados Unidos y forjar un planeta dominado por las ideas comunistas.
A fines de 1979, Fidel Castro sentía que su objetivo estaba cerca de cumplirse, como le confió al historiador venezolano Guillermo Morón13.
En ese momento, las armas cubanas habían triunfado en Angola y Etiopía, los sandinistas, guiados por los cubanos, ocupaban el poder en Nicaragua, y el propio Comandante presidía el movimiento de los No-alineados, habiéndole dado un vuelco absolutamente prosoviético a la institución, contra la voluntad de personajes como el yugoslavo Tito.
Sin embargo, en Moscú las sucesivas y rápidas muertes de Leonid Breznev (1982), Yuri Andropov (1984) y Konstantin Chernenko (1985) llevaron al poder a Mijail Gorbachov en 1985, un apparatchik dispuesto a salvar el régimen comunista mediante una profunda reforma descentralizadora o Perestroika, acompañada de un mayor grado de transparencia y críticas a la gestión del gobierno, la Glasnost, receta que le había sido sugerida por el teórico Alexander Yakolev, quien, en su momento, fuera su asesor principal.
¿Qué hizo Fidel Castro ante esos nuevos rumbos? Enemigo de los cambios y profundamente conservador, vaticinó, correctamente, la debacle que sucedería en la URSS. De alguna manera, el Comandante intuía que ese modelo, el que había aprendido y recibido de los soviéticos para imponérselo a los cubanos, sólo se podía sostener mediante el control de la policía política y el miedo de la población a las represalias.
Casi desde la llegada de Gorbachov al poder, Fidel Castro se convirtió en un enemigo acérrimo de la Perestroika, prohibió que en Cuba circulara el libro Perestroika escrito por Gorbachov, de quien llegó a sugerir que era un hombre influenciado por la CIA, y apostó porque el estalinismo regresaría al poder de la mano del KGB.
Ese dato no era una intuición, sino un "juicio informado". Lo conocía por sus viejas y estrechas relaciones con el general Nikolai Leonov14, segundo jefe del KGB y parte activa de los conspiradores, y porque una buena parte de la conjura para terminar con Gorbachov se llevó a cabo en la embajada cubana en la URSS, como revelara Jesús Renzolí, el ex embajador interino de Cuba en Moscú, tras su deserción en 1991.
¿Qué hizo Fidel Castro tras el hundimiento de la URSS, la disolución del PCUS, la trasformación de casi todos los satélites comunistas europeos en democracias liberales que hoy forman parte de la Unión Europea y el fin del cuantioso subsidio?
¿Trató de acomodarse a un mundo postsoviético e impulsar alguna suerte de transición suave y razonable hacia la democracia que les ahorrara a los cubanos la miseria a que estaban avocados tras la desaparición del comunismo europeo?
Nada de eso. Declaró varias veces que Cuba se hundiría en el mar antes que abandonar el marxismo-leninismo, decretó el comienzo de un interminable "periodo especial" que dura hasta nuestros días, admitió algunas reformas económicas para poder sobrevivir, pero advirtiendo que "ahora sí comienza el socialismo" y, junto a Lula da Silva, se dio a la tarea de recoger los escombros de las organizaciones procomunistas y antiamericanas que quedaban en el mundo, formando con ellas una nueva internacional a la que llamaron el "Foro de Sao Paulo"15.
Era la mayor cantidad de comunismo antiyanqui que permitían las circunstancias tras la desaparición de la URSS.
Los difíciles años noventa y el Foro de Sao Paulo
Durante toda la década de los noventa la revolución cubana continuó siendo rabiosamente comunista y antinorteamericana, sin siquiera ahorrarse otra agresión demográfica contra el vecino enemigo, la tercera en la historia del proceso: la primera fue Camarioca16 (1965) y la segunda Mariel17 (1980), ambas así llamadas por el puerto utilizado para despachar a los balseros.
En efecto, en 1994, por tercera vez, Fidel Castro desató el balserazo que colocó en el Estrecho de la Florida a decenas de miles de desesperados emigrantes que pretendían llegar a Estados Unidos. Unos 34 000 balseros fueron provisionalmente recluidos en la Base de Guantánamo hasta que resultaron admitidos en Estados Unidos18.
Previamente, 41 personas, 10 de ellas menores de edad, habían muerto mientras trataban de escapar de Cuba en una barcaza de madera llamada 13 de marzo19, como consecuencia de las embestidas de una lanchas del Ministerio del Interior.
En 1996, la Fuerza Aérea cubana destruyó dos avionetas desarmadas de Hermanos al Rescate20 sobre aguas internacionales ­–una organización dedicada a avistar y ayudar a los balseros– en las que viajaban varios ciudadanos y un residente norteamericanos.
Dos años después, en 1998, fueron apresados diez espías cubanos pertenecientes a la Red Avispa21, de los cuales cinco se negaron a colaborar con las autoridades y cumplieron varios años de prisión hasta que el presidente Obama, con el pretexto de liberar a Alan Gross, un norteamericano detenido en Cuba por ayudar a miembros de la comunidad hebrea a mejorar su conectividad por Internet, cedió a las presiones de La Habana y puso en libertad a los tres que todavía no habían cumplido sus sentencias.
Los otros cinco espías dispuestos a colaborar con el FBI y la justicia norteamericana revelaron las diversas misiones a las que se dedicaban. Además de espiar a las organizaciones cubanas anticastristas y a los congresistas federales cubanoamericanos, intentaron penetrar el Comando Sur de Estados Unidos, la base MacDill en Tampa, la Base aérea Barksdale de Louisiana, y la base aeronaval de Cayo Hueso (Boca Chica), donde sí lograron infiltrarse22.
La contrainteligencia norteamericana llegó a la conclusión que la información militar obtenida por los servicios cubanos era vendida por La Habana o intercambiada por otros favores a los enemigos de Estados Unidos –Irak, Corea del Norte, Irán–, con lo cual el daño podía ser considerable.
En ese momento, el aparato de contrainteligencia norteamericano sospechaba seriamente que el gobierno cubano tenía sus topos en el Pentágono, el Departamento de Estado e, incluso, contaba con agentes de influencia en el Congreso de Estados Unidos, como habían relatado algunos desertores de primer rango pertenecientes a las Fuerzas Armadas cubanas y al Ministerio del Interior.
Eventualmente, a los pocos días del ataque de los terroristas islamistas a las Torres Gemelas y al Pentágono, el 11 de septiembre del 2001, el FBI detuvo a Ana Belén Montes23, alta funcionaria del Departamento de Inteligencia de la Defensa, quien espiaba desde hacía 16 años para el gobierno cubano.
Ana Belén Montes era la analista principal de temas cubanos para el gobierno de Estados Unidos y quien evaluaba la peligrosidad que representaba el castrismo para Washington.
Su misión como espía de los Castro, además de revelarle a La Habana todos los esfuerzos de la inteligencia de Estados Unidos por recabar información de la Isla –lo que la llevó a delatar a algunos de sus compañeros que operaban en Cuba-, consistía en minimizar la peligrosidad del régimen cubano y defender el fin de las sanciones económicas decretadas por su gobierno.
En el 2009, tres años después de que Raúl Castro asumiera la presidencia de Cuba, el FBI detuvo a Walter Kendall Myers24 (nacido en 1937) y a su mujer Gwendolyn. Kendall Myers trabajaba en el Departamento de Estado y daba clases en Johns Hopkins. Era un funcionario de rango alto. Los dos fueron acusado de ser espías de Cuba desde hacía 30 años. Como parte del arreglo con la fiscalía, él fue condenado a cadena perpetua y su mujer a 81 meses de cárcel.
En el 2010 el FBI arrestó a una docena de agentes soviéticos que operaban en territorio norteamericano, concretamente en New York. Entre ellos había dos sujetos que se movían en círculos hispanos: la peruana Vicky Peláez25 y su esposo, el falso uruguayo que se hacía llamar Juan Arias, cuando era, en realidad, un ciudadano ruso vinculado al KGB de nombre Mijail Anatoljevich.
Vicky Peláez era lo que llaman un agente de influencia. Escribía en el Diario-La Prensa de New York. Su misión era presentar el punto de vista de Cuba, Venezuela y el resto de los países del Socialismo del Siglo XXI. Hoy, tras ser expulsada de Estados Unidos y obligada a renunciar a la ciudadanía norteamericana, trabaja desde Perú para una publicación rusa.
A la espera de que el tiempo y el deterioro terminaran con el castrismo
¿Por qué Estados Unidos, en un momento en que la Rusia de Boris Yeltsin habría apoyado discretamente una acción militar contra la Isla, no reaccionó contra su vecino empeñado en crearle serios problemas?
  • Ningún gobierno latinoamericano, en toda la historia del hemisferio, había tenido una conducta tan agresivamente antinorteamericana.
  • Ninguno había confiscado propiedades norteamericanas sin alguna suerte de compensación negociada.
  • Ninguno había atacado a países aliados de Estados Unidos con los que existía un compromiso explícito de ayuda de acuerdo con el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).
  • Ninguno había cedido su territorio a los soviéticos para situar armas nucleares capaces de amenazar la seguridad y hasta la supervivencia de Estados Unidos.
  • Ninguno había intentado de que Moscú desatara un ataque nuclear preventivo contra territorio norteamericano.
  • Ninguno había establecido una base de espionaje de las comunicaciones de Estados Unidos, como sucedió con la base Lourdes26 durante muchos años.
  • Ninguno se había complotado con los elementos subversivos locales, dándoles adiestramiento y dinero para tratar de derrocar al gobierno.
  • Ninguno le había brindado asilo y protección, a asesinos y criminales convictos, norteamericanos y puertorriqueños.
  • Ninguno había sacado miles de asesinos de las cárceles para volcarlos en las playas norteamericanas a sabiendas de que cometerían crímenes horrendos, como sucedió durante el éxodo del Mariel.
  • Ninguno había colocado espías y reclutado altos funcionarios de la estructura de poder norteamericana para conocer los movimientos militares del Pentágono, para que les informara sobre la política de Washington, y para desinformar a las autoridades de Estados Unidos sobre los verdaderos propósitos de la política cubana.
Y, sin embargo, Estados Unidos, tanto en la etapa de Bill Clinton, como en la de George W. Bush –los dos primeros gobiernos norteamericanos posteriores a la desaparición de la URSS– optaron por mantener las medidas de contención, sin recurrir a la violencia, a la espera de que el desgaste natural de un régimen decrépito, sumado a la profunda crisis económica provocada por la pérdida del subsidio soviético, acabara por provocar cambios en la Isla semejantes a los que sucedieron en Europa del Este.
Esta postura norteamericana se puso de manifiesto en dos leyes. La primera, la Ley de la democracia en Cuba o Ley Torricelli27, aprobada en 1992, al final del mandato de George Bush (padre), y la segunda, en 1996, la Ley de la Libertad y Solidaridad con Cuba, o Ley Helms-Burton28, firmada por el presidente Clinton tras el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate, precisamente para responder a una agresión del gobierno cubano sin tener que recurrir a medidas militares.
Era la mínima represalia posible ante el clamor de una opinión pública que veía como un síntoma de extrema debilidad que Washington se cruzara de brazos ante una agresión mayor perpetrada por un enemigo débil y desacreditado.
Del Foro de Sao Paulo a Chávez, el Socialismo del Siglo XXI y el ALBA
A fines de 1998 salió electo Hugo Chávez en Venezuela y tomó posesión en enero de 1999.
Chávez había sido prácticamente abducido por Fidel Castro desde la primera vez que se vieron en 1994, cuando el dictador cubano lo invitó a dictar una conferencia en la Universidad de La Habana.
En esa época, Chávez era un militar golpista antiamericano, nacionalista, admirador del peruano Velasco Alvarado y de Muamar el Gadafi, convencido de las virtudes de un tipo de fascismo de izquierda que preconizaba el ideólogo argentino Norberto Ceresole29, quien proponía un tipo de gobierno en el que mandara un caudillo militar apoyado por una masa amorfa que seguiría sus órdenes ciegamente.
Fidel Castro convenció a Hugo Chávez de que los planteamientos de Ceresole estaban equivocados. Ese fascismo islámico no era lo adecuado para mantenerse en el poder. El método de gobierno era el cubano, aprendido de los soviéticos, pero sin traidores como Gorbachov.
Chávez, además, no tenía que copiar puntualmente el modelo cubano ni repetir la forma de alcanzar el poder. Bastaba con que adoptara como leitmotiv el antiamericanismo y la irrenunciable Teoría de la Dependencia, a la que Fidel Castro, incapaz de rectificar, inasequible a la experiencia y al sentido común, no había renunciado.
Fidel estaba dispuesto a ayudarlo a llegar a la presidencia, poniendo a su disposición recursos económicos, pero, sobre todo, el enorme aparato de inteligencia cubano –más de 600 oficiales perfectamente entrenados y con redes de apoyo en todos los países del continente forjadas a lo largo, entonces, de 40 años–, entre los que estaban los mejores operadores políticos de América Latina30.
Venezuela era un país inmensamente rico, y las condiciones estaban dadas para que Chávez llegara al poder por medio de unas elecciones y, una vez en Miraflores, podría desmontar cuidadosamente el sistema de gobierno democrático apoderándose de las instituciones, vaciándolas de contenido.
Mientras tanto, Estados Unidos, que no ignoraba las relaciones entre Venezuela y Cuba, convencido de que era la única superpotencia sobre el planeta, y que muy poco daño podían hacerle estos vecinos díscolos y pintorescos, prefirió ignorar la alianza que se estaba gestando. En consecuencia, varias veces se escuchó la frase que definía aquella visión: "Venezuela es una molestia, pero no un peligro". En todo caso, el petróleo venezolano no dejaba de fluir hacia Estados Unidos.
En abril del año 2002 la alianza entre Fidel Castro y Hugo Chávez se selló de una manera inextricable. Fue en esa oportunidad cuando los militares venezolanos le dieron un golpe a Chávez, revertido a las 72 horas.
Ese episodio convenció a Chávez de que sólo podía confiar en los cubanos, precipitándolo totalmente en los brazos del dictador Castro, quien, a esas alturas, había alcanzado las dimensiones de un verdadero padre ideológico.
Fidel, por su parte, veía a Chávez como el heredero ideal para continuar la lucha antiimperialista a la que no renunciaba. Ambos líderes, pues, comenzaron a pensar en unir el destino político de los dos países y nombraron a una comisión de juristas para que estudiaran cómo acomodar la legislación de ambas naciones.
En diciembre del 2005, Carlos Lage, entonces primer vicepresidente dijo en Caracas que Cuba tenía dos presidentes, Fidel Castro y Hugo Chávez, mientras el Ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Pérez Roque, en agosto de ese año pronunció en esa misma ciudad un discurso en el teatro Teresa Carreño, en el que explicó la visión y la misión del eje La Habana-Caracas.
Como se trata de un texto oficial, que pasó por las manos de Fidel Castro y de los ideólogos del Partido antes de que Pérez Roque lo leyera, es fundamental conocerlo para entender la visión y la misión de la revolución en ese momento y, a mi juicio, ahora. Para quienes lo deseen, pueden encontrarlo en http://www2.rebelion.org/noticia.php?id=21222.
Según se desprendía del relato cubano hecho por Pérez Roque, titulado La derrota del imperialismo a nivel mundial es posible, los traidores en la URSS habían olvidado la misión liberadora a que se habían comprometido, pero ese importante rol lo desempeñarían de ahora en adelante la revolución cubana y la venezolana, hermanadas para beneficio de los pobres del mundo, lo que inevitablemente los llevaría a un enfrentamiento con Estados Unidos.
Pérez Roque, en ese momento portavoz del gobierno cubano, con otras palabras muy parecidas, pero mejor organizadas, estaba repitiendo el discurso de Fidel Castro conocido como La segunda declaración de La Habana de 1962, y el del Che Guevara Crear uno, dos, tres, muchos Vietnam, pronunciado en 1967 ante la Tricontinental. La revolución cubana, como los Borbones, era incapaz de aprender y de olvidar.
Del verano del 2006 a al invierno del 2014
Como sabemos, en julio del 2006 Fidel Castro enfermó gravemente y le pasó el bastón de mando a su hermano Raúl con carácter provisional.
Esa provisionalidad se fue prolongando con cada crisis de salud que se le presentaba al Comandante, hasta que en febrero del 2008, tras unas elecciones de partido único, la Asamblea Nacional del Poder Popular, como formalmente prescribe la ley, eligió a Raúl Castro como presidente en propiedad del cargo que ejercía interinamente.
El general Castro, en su primer discurso, dejó en claro que Fidel seguiría siendo la fuente de inspiración de la revolución, y aseguró que se le seguirían consultando todos los asuntos importantes, y muy especialmente, los relacionados con la política exterior, algo que parece que ha hecho religiosamente.
Raúl, además, declaró que sólo se mantendría en esa posición por dos periodos, es decir, por una década, que se cumplen en el 2018, momento en el que él, nacido en 1931, contaría con 87 años, lo que acaso lo convierta en el dictador más viejo de la historia.
Si le sumamos los 2 de la provisionalidad, serían 12 años como jefe de Estado y de Gobierno los desempeñados por Raúl Castro. Exceptuado su hermano Fidel, el General sería la persona que ha ocupado esas posiciones por el periodo más largo de manera consecutiva en la historia independiente de Cuba31.
¿Qué ha cambiado de la política exterior de Cuba con relación a Estados Unidos durante el raulismo?
Nada sustancial.
El gobierno cubano continúa asistiendo a Venezuela con su enorme aparato de inteligencia. Según todos los síntomas, Nicolás Maduro fue elegido por Hugo Chávez por sugerencia del gobierno cubano. Maduro, un líder sindical de escasa importancia en el aparato obrero, había pasado un cursillo dentro de la escuela de cuadros "Ñico López" del Partido Comunista Cubano y era un hombre de confianza de La Habana32.
Los gobiernos de los países del llamado Socialismo del Siglo XXI (Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua) mantienen la visión y el comportamiento recetados en el discurso de Felipe Pérez Roque en el 2005, aunque él y Lage hayan sido separados del poder en marzo del 2009, por razones que sugieren un ablandamiento frente al enemigo. La ambigua fórmula empleada por Fidel fue la siguiente:
La miel del poder por el cual no conocieron sacrificio alguno, despertó en ellos ambiciones que los condujeron a un papel indigno.
¿En qué consistía la indignidad? ¿Estarían, pese a todo, planeando alguna rectificación del curso radical y antioccidental del castrismo? ¿Les habría ocurrido lo mismo que al anterior canciller, Roberto Robaina quien, tras viajar profusamente por el extranjero, había descubierto cuán disparatadas, prejuiciados y contraproducentes eran las justificaciones castristas para haber establecido una tiranía colectivista?
Sigo con la enumeración.
  • Se mantiene la alianza con los islamistas radicales, incluido el apoyo incondicional a Irán, país al que le ayudan a forjar una alianza con las naciones más radicales, todas clientes de La Habana, y le crean un circuito de apoyo que incluye a Venezuela, Brasil, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, países por los que se paseó el entonces presidente Ahmadineyad. No en balde, Fidel Castro en el 2001 había declarado en Irán que La Habana y Teherán pondrían de rodillas al imperialismo yanqui.
  • Se mantiene y potencia a los palestinos que buscan la destrucción del Estado de Israel. El gobierno de Raúl Castro no pierde oportunidad diplomática de atacar a Israel, práctica a la que se ha sumado con entusiasmo Venezuela. Hugo Chávez, en uno de sus exabruptos orales llegó a maldecir públicamente a Israel. En el pasado, una brigada de tanques cubanos peleó contra Israel.
  • Se da la irónica circunstancia de que en 1998 Fidel Castro recibió el "Premio Internacional Muamar el Gadafi por los Derechos Humanos". Posteriormente lo recibirían Hugo Chávez, Evo Morales y Daniel Ortega. La alianza con Libia se mantuvo hasta la muerte de Gadafi.
  • Mientras se sostienen las conversaciones secretas con Washington para levantar las sanciones contra el gobierno cubano, La Habana le mantiene el apoyo militar y diplomático a Corea del Norte, lo que incluye el envío de armas y aviones de guerra de manera clandestina a un país contra el cual hay un embargo de armas decretado por Naciones Unidas. En el verano del 2013 fue detenido y descubierto en el Canal de Panamá un barco lleno de pertrechos de guerra acarreados en Cuba.
  • En marzo del 2015, cuatro meses después de las declaraciones simultáneas de Obama y Raúl Castro sobre el fin de la política de contención por parte de Estados Unidos, un barco chino era detenido en Colombia con 100 toneladas de pólvora no declaradas con destino a Cuba.
¿Para qué seguir? Repito las palabras con que termino mis siete advertencias con relación a las nuevas relaciones entre Washington y La Habana.
Ha sido un grave error de Obama separarse de la política seguida por los diez presidentes, demócratas y republicanos, que lo precedieron en la Casa Blanca.
Uno no puede decretar que su enemigo súbitamente se ha convertido en su amigo y ha comenzado a pensar como a uno le conviene. Eso es infantil.
No se trata de criticar a Obama por haber ensayado una política nueva. El problema es que es una política errada.

No comments:

Post a Comment