Wednesday, October 26, 2016

Conversaciones con el tío Gilberto. Un liberal mexicano (XV)


“Porque precisa decirlo claro y alto: de todos los precursores de la revolución, de todos los hombres que han tenido en ella función orientadora, mando o ejecución alguno tan grande, ninguno tan noble, ninguno tan justo y ninguno tan puro como Francisco I. Madero.”


RICARDO VALENZUELA
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Durante toda esa semana leía y releía el Plan Hermosillo e inclusive, lo comentaba con mis compañeros del departamento en el que vivíamos en la zona rosa de la ciudad, todos ellos sonorenses y mi primera sorpresa era en el sentido que ninguno de nosotros estábamos enterados de ese pasaje de nuestra historia. Como don Gilberto me había pedido, transportaba mis pensamientos a la época en la cual ellos habían vivido esa experiencia, y realmente no entendía cómo era que se atrevían a retar a Calles. No podía visualizar a don Gilberto Valenzuela, ese hombre que mi padre idolatraba y describía como la representación de la serenidad, de la legalidad, iniciando un movimiento armado.
Esa semana me presentaba a mi reunión con el tío sediento de aclarar mis dudas. 


 
Ya instalados en la bella salita y sin perder tiempo le solicito; tío, no te había pedido esto, pero quiero que me describas a Madero. Sonríe y con cierta malicia me pregunta: ¿Por qué ahora el tema de Madero? Porque veo en el Plan Hermosillo mucha similitud con las circunstancias que le dieron vida al Plan de San Luis de Madero. Sonríe de nuevo y me dice; veo que hiciste tu tarea no solamente analizando el Plan Hermosillo. Claro, le reviro, porque pienso que en todo esto hay grandes conexiones.
Veo entonces a don Gilberto el dirigirse a un viejo escritorio y buscar entre la gran cantidad de documentos, hasta que finalmente emerge con uno en la mano y me dice: Esto es algo que expresé hace muchos años de Madero en un homenaje que se le hizo, pero tiene todavía alguna vigencia y repito, alguna. Inicia el documento con fecha de Febrero de 1936:
“El amor a la patria y el culto a los héroes; el amor a la verdad, a la justicia y a la libertad tienen, en las almas puras, las características de religión.
Devotos fieles de esta religión, venimos hoy humildes y reverentes ante el altar de la Republica, a rendir un tributo de gratitud y de cariño al mártir más excelso de la Republica Mexicana, al hombre—faro de esa gran tragedia nacional.
Porque precisa decirlo claro y alto: de todos los precursores de la revolución, de todos los hombres que han tenido en ella función orientadora, mando o ejecución alguno tan grande, ninguno tan noble, ninguno tan justo y ninguno tan puro como Francisco I. Madero.
Madero es grande, ante todo y fundamentalmente, porque no obstante haber nacido en hogar privilegiado, no obstante haber sido educado en los mejores colegios nacionales y extranjeros, no obstante haber gozado siempre de tranquilidad y bienestar, de riquezas y los honores, comprendió como pocos y sintió como ninguno las ansias de redención y mejoramiento que palpitan en la conciencia del pueblo.
Madero es noble, porque concibió los problemas de México y planteó las resoluciones de los mismos con un espíritu de amor a la patria, de fraternidad y de concordia, fortaleciendo siempre la unión y la armonía de la familia mexicana y condenando, sin reserva, a todos los sembradores de odios y a todos los sacerdotes de Huitzilopochtli.
Madero es justo, porque sintió de corazón el vergonzoso estado de la miseria y vasallaje en que vivían las clases humildes y luchó, con entereza, para despertar en ellas conciencia plena de su condición humana con todos sus atributos, naturaleza e inalienables, de desarrollo y perfeccionamiento, tanto físico, como intelectual y moral; sin desconocer por ello el derecho, también fundamental e imprescindible, de todas las clases sociales, a una vida mejor, de paz y progreso.
Madero es puro, porque, como el simbólico plumaje del poeta, cruzó, sin mancharse, por todos los pantanos y entró majestuoso, al templo de la historia, limpio de claudicaciones, de concupiscencias y crímenes. Madero es grande, noble, justo y puro porque, en una época de materialismo, sacrificó la tranquilidad, riqueza, hogar y vida por un ideal de justicia, de patriotismo y de libertad.
Críticos miopes, siguiendo la inspiración de políticos interesados, afirman inconscientes o calculadores, que Madero no se dio cuenta del problema social de México, concretando, por esa razón, todos sus esfuerzos y todos sus sacrificios, en la redención política del pueblo.
Pero ellos olvidan, a sabiendas que los problemas sociales de un pueblo constituyen un proceso complejo, en continua evolución, cuyas características van cambiando con las circunstancias y hasta con los caprichos o fanatismos de los hombres; de tal manera, que los problemas sociales de México en 1910 no fueron ni un esbozo de los que la lucha armada planteó al país en 1917, y la situación político-social abordada y resuelta con acierto, no puede compararse siquiera con las incógnitas de ardua y trascendental resolución que la situación actual presenta a la patria.
En esa virtud, la posición más sabia y más prudente para afrontar los problemas político-sociales es, precisamente la que tomó Madero, la que tomó Juárez, la que han tomado en los tiempos que corren todos los grandes estadistas del mundo: hacer en la democracia una realidad viviente, no solo en el terreno político, sino también y fundamentalmente, en el orden económico-social.
Si todos los intereses, todas las aspiraciones, si todas las creencias y todos los anhelos de un pueblo pudiesen hacerse oír en las cámaras representativas, las leyes de ahí emanadas tendrían que cristalizar el justo y debido equilibrio en el pensar, en el sentir y en el querer de todas las clases sociales, y de esta suerte, los problemas públicos de la nación serian planteados y resueltos con oportunidad y con acierto, sin imposiciones, sin violencias, sin odios, sin fanatismos, sin motines y sin rebeliones, bajo el amparo de la ley.
Este fue señores el ideal político social de Madero y es esta la norma que trató de imprimir al gobierno de la Republica; que tomen nota de ello los críticos interesados que pretenden deturpar o empequeñecer la majestad augusta de su nombre. Dicen también los enemigos de la democracia republicana y de la libertad, que Madero no se dio cuenta de la realidad mexicana y por ello fracasó en sus anhelos, fracasó en sus ideales y cayó víctima de esa realidad.
Para los “libertadores” que así discurren, la realidad mexicana ha sido el atropello, la ley fuga, el asesinato político, la traición, la burla sistemática de la voluntad popular, el monopolio, el coyotaje y el robo; todo elevado a la categoría de institución pública y practicado, con patente de impunidad, por los llamados mandatarios del pueblo.
Madero encontró, por su parte, que la “realidad mexicana” era un pueblo sencillo y noble, sano de cuerpo y alma, amante de la libertad y del orden, respetuoso de la justicia y de la ley, y enamorado, sobre todo, de su tierra y de su patria; un pueblo que, en el fondo de su conciencia, ha condenado siempre a todos los embaucadores, a todos los judas y a todos los delincuentes; un pueblo justo, siempre dispuesto a seguir el camino del bien, el camino de la equidad y de la ley; un pueblo heroico, resuelto a todos los sacrificios para hacer de México una patria mejor, grande, libre, fuerte y respetada.
Madero conoció estos dos aspectos de la “realidad mexicana”: la realidad de los caudillos, de los embaucadores, de los mercaderes de la democracia, de la libertad, y de la verdadera “realidad” de un pueblo sano, noble, capaz de todos los heroísmos; y precisamente porque comprendió la magnitud del peligro que entrañaba para la patria el que se perpetuase en el poder una dictadura de bandoleros; porque tuvo fe en el pueblo, en sus anhelos y en sus esperanzas, porque quiso hacer de México un país digno, culto y grande, que figurase con orgullo en el concierto de los pueblos libres, no vaciló en arrojar el guante, al mismo tiempo a los tiranos, a los explotadores, a los mistificadores de profesión y a los corruptos de oficio.
Y entró, así, Madero, a esta cruzada de redención y purificación nacional teniendo conciencia plena de la magnitud de la lucha y de los peligros que entrañaba; sabía bien quienes eran sus enemigos y cuáles eran sus armas; presentía como Jesucristo el fin que le esperaba y, consiente de todo, consciente de su misión y su destino, enarboló, sereno y tranquilo, el lábaro de la redención nacional, cumplió heroicamente su deber, y santificó con su sangre la causa libertadora, fijando senderos de luz, de honor y de progreso a todos los mexicanos.
Nos ha dejado, la pureza de sus anhelos, el fulgor de sus ideales y la grandeza de sus heroísmos. Su inspiración fue de amor, de fraternidad y de concordia. Pugnó por basar nuestras instituciones y la solución de los problemas públicos en la soberanía del pueblo, en una democracia efectiva y sana, que funcionase, no solo en el terreno político sino también y fundamentalmente, en los ordenes económico y social.
Su criterio filosófico fue de un liberalismo social puro, patriota y democrático, que no reconocía ni toleraba mas dictaduras que la dictadura del orden, de la ley, y la dictadura de la justicia.” Termina y me mira descubriendo en mi rostro una gran confusión ante el uso del término liberalismo social.

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