Wednesday, October 26, 2016

Conversaciones con el tío Gilberto. Un liberal mexicano (XI)




“El asesinato del General se convertía en un escándalo mundial, promoviendo aun más, esa imagen de que México era un país de salvajes pistoleros. México se entregaba al nacionalismo revolucionario que todavía hoy nos oprime.”


RICARDO VALENZUELA
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La semana siguiente me presentaba a la cita semanal, pero habiendo hecho mi tarea y de esa forma enterado de quien realmente era ese hombre que con tanta vehemencia mencionara mi tío: Hayek. Friedrich Von Hayek era uno de los más conocidos representantes de una corriente económica de la cual, aun con mis títulos del Tec, jamás me había enterado; La Economía Austriaca. Era también alguien que en unos cuantos años se le distinguiría con el premio Nobel de economía, y me enteraba el que, entre las obras más controversiales de ese hombre, durante la década de los años 40 publicaba su libro, El Camino Hacia la Servidumbre, en el cual de forma profética anunciara el fracaso del comunismo y el Socialismo. Era igualmente famoso por haber humillado a Keynes en un debate en el cual le demostraba que sus ideas en el largo plazo fracasarían, a lo que Keynes respondía; “en el largo plazo todos estaremos muertos”.


 
Preparado con mi material inicio la reunión con mi tío preguntando: ¿Por qué te impactó tanto el haber conocido a Hayek? Como siempre que le lanzaba una pregunta que le agradaba, sonríe para iniciar: “Cuando tu padre y yo conocimos a este hombre, era tal vez el único defensor del liberalismo puro que lo hacía con una gran pasión y, sobre todo, con una dinamita intelectual que dejaba a sus audiencias petrificadas. Siendo ya alguien que como es natural al estar en contacto permanente con ideas diferentes, mi liberalismo se empolvaba, al conocer a Hayek tuve la oportunidad de traerlo de nuevo al foro de mis debates. Hayek no solo era economista, era un gran filósofo y, sobre todo, un gran sociólogo.
Continua: “Estando todavía en Londres, recibo una comunicación del General Obregón en la cual me notificaba su intención de lanzar de nuevo su candidatura a la presidencia y requería mi colaboración. Ya inclusive se había logrado una reforma constitucional para permitir la reelección. Ello me situaba ante una encrucijada pues el Gral. era mi padrino y alguien que yo realmente admiraba y estimaba, pero el aceptar representaba para mi sumarme a una agresión a una de las conquistas de la revolución que tantas vidas había costado. Pero por otro lado, sabía perfectamente que Obregón lo hacía porque se daba cuenta de lo que Calles tejía para perpetuarse en el poder. En esos momentos se iniciaba una lucha en mi interior realmente dolorosa cuando, por un lado, me daba cuenta del avance del plan de Calles y sufría pensando el que la forma de neutralizarlo era rompiendo el orden constitucional.
Lo detengo para comentar. Bueno, si el país con el Pacto de Calles ya se dirigía hacia las cadenas revolucionarias; ¿no valía la pena olvidar un poco ese legalismo para ponerle un freno? En esos momentos me mira con lo que yo identificaba como un gran disgusto algo inusual en él. “Escucha bien lo que te voy a decir hijo, me afirma casi gritando. Un país civilizado no puede andar olvidándose de esos legalismos porque es cuando cae en la ley de la selva. Un país que cambia y retuerce su orden constitucional cada vez que a determinado grupo le conviene, es un país sin ley. Para que una sociedad pueda funcionar de forma civilizada, debe siempre imperar el estado de derecho, esto se traduce en que debemos ser gobernados por leyes y no caprichos de nuestros líderes, un estado en el cual todos seamos iguales……pero ante la ley no igualitarismos.”
Procede entonces a darme una cátedra de derecho: “El sistema de leyes de una sociedad libre debe ser general y abstracto. No orientado a promover acciones específicas de los ciudadanos; mucho menos a favorecer a un sector determinado sobre los demás, debe ser un sistema conocido por todos para que así los ciudadanos estén enterados de que sus acciones se conjugan con la ley. Las leyes deben ser aplicables a todos incluyendo nuestros líderes, porque nadie, nadie, debe de estar por encima de la ley. Por eso las leyes deben de ser elaboradas por uno de los poderes y administradas por otro. Esa ha sido mi lucha desde que me gradué de abogado; el cumplimiento y el respeto de la ley.
El haber modificado la constitución para permitir que el General Obregón de nuevo pudiera contender por la presidencia, por más urgente que me pareciera para de esa forma frenar el avance de Calles, para mí no dejaba de ser un rompimiento del orden constitucional y, sobre todo, veía el peligro de que en el futuro, la nueva constitución se convirtiera en un instrumento de una flexibilidad acorde al cacique en turno, o simplemente se ignorara. Pero por otro lado, también pensaba que tal vez no debería ser tan inflexible en mi posición, puesto que las constituciones en otros países siempre habían tenido las famosas enmiendas. En medio de mi angustiado análisis me venía a la mente las palabras de Emerson: “Los hombres buenos no deberían de obedecer la ley de forma tan inflexible.”
Habíamos luchado tanto por lograr la ansiada democracia en México sin entender el que, para que esta pueda operar con justicia y eficiencia, como ya lo demostraban los EU, debe siempre basarse en un estado de derecho y en algo que el mundo no entendía: La igualdad tan peleada en la revolución francesa era eso, igualdad ante la ley. El General Obregón me insistía con esa delicada forma de seducir a la gente para que regresara y sumarme a su campaña. Para mí las señales eran claras en el sentido que me ofrecería de nuevo la Secretaría de Gobernación lo cual, ante ya un claro distanciamiento con Calles, me parecía una aventura peligrosa.
Conforme pasaban los días yo agonizaba en medio de mis pensamientos para tomar una decisión acorde con mis valores, mi conciencia y, sobre todo, en beneficio del país. Sin embargo, no tuve oportunidad de llegar a ese pasillo en el cual se apartaban los diferentes caminos y de los cuales debía yo decidir el mío. Lo recuerdo como si fuera hoy, creo era un domingo y había pasado el día en una playa cerca de Londres con mi familia. Tu padre nos acompañaba. Regresábamos a la embajada cuando en el camino me invade algo que nunca he podido explicar y al narrarlo se que suena fantasioso, pero es lo que me sucedió; un sobresalto, un presagio de algo que inclusive me hace físicamente sentirme muy mal. Mi esposa, tu tía Sofía, al verme preocupada me pregunta: ¿Qué te pasa Gilberto? Me repongo un poco y le afirmo: “Tengo el presentimiento de que algo grave pasa con el Gral. Obregón.” (Este es un acontecimiento avalado por mi padre que ese día los acompañaba).
Unos veinte minutos más tarde arribábamos a la embajada y ya me esperaba un cable en el que me informaban del asesinato del General. Al leerlo no lo podía creer y no me da vergüenza confesarlo, irrumpí en llanto pues había perdido a mi padrino, mi mentor, mi gran amigo, pero lo más grave; México había perdido a uno de sus grandes hombres. En esos momentos me invadió también el presagio de que la revolución se desrielaba para perder totalmente su dirección. El asesinato del General se convertía en un escándalo mundial, promoviendo aun más, esa imagen de que México era un país de salvajes pistoleros. México se entregaba al nacionalismo revolucionario que todavía hoy nos oprime.”

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