Monday, October 10, 2016

Crecimiento y retórica vendehumo

Mauricio Ríos García considera que el gobierno de Bolivia está ignorando del problema de un gasto público excesivo.

Mauricio Ríos García es economista y autor de La década perdida de Occidente (Unión Editorial, Madrid 2015).
Seguimos con la misma letanía del crecimiento en Bolivia. Con las recientes declaraciones de Arce Catacora, el Gobierno parecer tener nuevos arranques de sensatez desde que en diciembre de 2014, cuando ya se cumplían seis meses del inicio de la caída de los precios petroleros, se dijo que había que ajustarse a una nueva realidad, que estaban buscando expertos internacionales para que les dijeran qué hacer frente a la crisis, y ahora parecen hacerlo de manera cada vez más recurrente.
Sin embargo, mientras en unos medios se dice que es tiempo de ajustarse los cinturones, que hay que adaptarse a los nuevos niveles de ingresos, en otros dice —con clara temeridad y soberbia— que se tranquilizan porque saben que no va haber crisis, que a fines de 2016 seremos tricampeones por tercer año consecutivo, medalla de oro en crecimiento económico, aún con efectos de la sequía.



Si al menos no tuvieran tanta soberbia, si reconocieran que los capitales que buscan a la desesperada en el exterior y solamente con propaganda, sin planes ni proyectos concretos de inversión, el factor de la sequía sería el chivo expiatorio más oportuno para comprar tiempo mientras estructuran debidamente la oferta de proyectos de inversión, pero ahora, por su falta de consecuencia con las declaraciones de necesidad de ajuste (siguen gastando a manos llenas con el presupuesto más grande hasta el momento), el sobreoptimismo y el engreimiento injustificado podrían terminar en un ajuste más complicado aún y con cargo a largos y profundos desequilibrios sociales por falsas expectativas.
Peor aún, esta confusa y contradictoria retórica que llama al ajuste ante menores ingresos, pero que no reduce el gasto ni mucho menos del tamaño del Estado, ya tiene casi un par de años y durante ese tiempo no han atraído un solo centavo capital privado en el país; si las cosas estuvieran tan bien como se las pinta, no estarían improvisando ni haciendo papelones en el mismo seno del capitalismo salvaje.
Así pues, las cifras de crecimiento no sólo no estarían ayudando en absoluto en la causa de la defensa del modelo, sino que podría ilustrar un problema de proporciones siderales que nadie o pocos advierten.
En consecuencia, monitoreando la crisis económica global más grande desde la Gran Depresión de los años 30, se han registrado casos igualmente bochornosos que ya hemos utilizado varias veces: no el de Chávez cuando Venezuela crecía al 18%, sino el de España cuando Rodríguez Zapatero.
En 2007, cuando se anunció la bancarrota de Bear Stearns que terminó extendiéndose por Europa hasta luego dictar incluso la defunción del mismo Estado de Bienestar, el Presidente de Gobierno y líder del Partido Socialista Obrero Español soslayó las amenazas sosteniendo que, como el país había estado creciendo a niveles de milagro europeo tenían el sistema financiero más sólido del mundo, que la economía española jugaba la Champions League de la economía mundial mal que les pesara a algunos. Pues tan sólo 10 meses después la economía colapsó luego de que el inmejorable superávit del 5% del presupuesto público se convirtió en un descontrolado déficit del 11%.
¿Qué hicieron? Primero hacer la vista gorda del problema en medio de la campaña de reelección, y luego implementar el Plan E con la misma batería de medidas que primero alimentaron la burbuja. Se trató del segundo mayor gasto público del mundo luego de Arabia Saudita, llevando así a la economía española a hipotecar su futuro con mayor endeudamiento, y la dilapidación del capital que le quedaba produciendo lo que nadie necesitaba, y a la renuncia anticipada de Zapatero, y llevando a Mariano Rajoy sin decidirse a realizar reformas estructurales y crecer a niveles japoneses.
El humo se está disipando y el margen de maniobra en Bolivia se está cerrando rápidamente. Al igual que en España y el resto de la Unión Europea. Se están copiando exactamente los mismos errores sin advertir siquiera la posibilidad de que las cosas terminen —sin exageración alguna— como en Grecia o en Chipre, donde se congelaron y confiscaron depósitos en 2013 para financiar una parte de la deuda del Estado, y terminar creciendo hoy a niveles demasiado reducidos con una incertidumbre política insostenible para la inversión privada que finalmente permita honrar deudas aún inasumibles.
Hoy, en resistencia a modificar la estructura del gasto a manos llenas como durante el auge, hay cerca de 6 millones de viviendas vacías por toda España, autopistas, parques, redes de aeropuertos abandonados y ciudades fantasma que ilustran las consecuencias de la mala asignación de recursos, la reproducción de la pobreza y una dramática tasa de desempleo juvenil que no desciende del 46%.
Una vez más —porque en La Paz están estancados en apuntalar la retórica vendehumo — el problema tanto en Bolivia como en España y el resto de la Unión Europea, no es de falta de ingresos, sino de exceso de gastos, no es de falta de demanda, sino de exceso de oferta fundamentalmente monetaria y crediticia, causa última de toda la serie de burbujas de valor de activos esperando por terminar de pincharse.
¿Cuál es la peor noticia de todas? Pues esa, que en el intento ciego por compensar ingresos, y los malabarismos por sostener el PIB, los riesgos sobre el valor de sus ahorros e inversiones se incrementan de manera considerable, ya sea por medio del incremento sistemático y permanente de impuestos selectivos, o por medio del impuesto-inflación.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog de Mauricio Ríos García (Bolivia) el 1 de agosto de 2016

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