Wednesday, October 19, 2016

El futuro de la banca mundial (I) 333





“Si los derechos de propiedad no están protegidos, no habrá incentivo para crear activos puesto que pueden ser robados por los gobiernos.”
RICARDO VALENZUELA

El problema más doloroso que enfrenta la humanidad hoy día es la pobreza. Sin embargo, cualquier buen economista debería sorprenderse de lo persistente de esta peste cuando nos damos cuenta que los avances tecnológicos actuales así como el capital, son transferibles sin mayores dificultades y la gente alrededor del mundo puede ser entrenada para trabajar con más eficiencia.

Pero si echamos un vistazo global, observaremos que a excepción de Europa y sus ex colonias como Canadá, EU, Australia, Nueva Zelanda y algunos otros países como Japón, Corea, Taiwán, el resto presenta un rotundo fracaso del pobre para abandonar ese infierno.
 
Durante tiempo se pensaba que el origen de la pobreza eran las barreras para el flujo de capitales y tecnología alrededor del mundo. Sin duda era una válida consideración durante los primeros 80 años del siglo pasado. Sin embargo, durante los últimos 30 años muchos países se embarcaron en un esfuerzo de privatizar, abrir los mercados a los capitales y al trabajo, la reducción de barreras para el comercio internacional, es decir, entrar al juego de la “semicompetencia.” En algunos este proceso parecía haber hecho la gran diferencia promoviendo crecimiento y aliviando la pobreza. Pero en otros como Argentina, Venezuela, Nicaragua, etc., el proceso se estancó. 
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A pesar de ello, durante el último año la sombra del pálido jinete del Apocalipsis empezó a cubrir al mundo con su fatídico manto de una recesión asomando a depresión. Los mercados financieros se derrumbaron y con ellos iconos de la economía mundial como GM.

Los fracasos estruendosos a nivel mundial, ahora amenazan con regresar este proceso liberalizador a las épocas del pasado, proteccionismo, nacionalismo y control estatal de los recursos del proceso productivo. Cientos de años de historia nos indican el que esta regresión sería fatal para la pobreza, pero los procesos y cambios políticos no son siempre racionales, son, en muchos casos, reactivos y emocionales. Las amenazas en contra de la liberalización, aun cuando totalmente erróneas, son predictibles como respuestas a esos fracasos tan vergonzosos como el que vive el mundo en estos momentos.

Entonces, la pregunta sigue en el aire: ¿Por qué la pobreza ha sido tan persistente y por qué los esfuerzos para importar desarrollo económico algunas veces han fallado? Enfatizamos la palabra “algunas” puesto que también hay historias de éxito—los EU y Japón, aun en estos momentos crucificados, las economías más grandes del mundo, eran ejemplos de inestabilidad hasta mediados del siglo XIX. Japón es tal vez la historia más interesante.

Los EU iniciaron como una región poblada, controlada y gobernada por Inglaterra bajo sus instituciones políticas y legales. Es decir, EU es un producto de una nación ya desarrollada. Pero Japón no nació como heredero y su increíble desarrollo es un ejemplo de creación de riqueza habiendo iniciado de la nada. Lo mismo podemos decir de Corea y Taiwán. Estas historias de éxito se esculpieron sobre libertad, libre comercio, la propiedad privada de los medios de producción. Entonces la pregunta no debería ser ¿por qué globalización y liberalización fallan en producir desarrollo?, sino ¿por qué “algunas veces” fallan?

Estos casos de salidas de caballo fino y luego estruendosos fracasos incluyen a México, Indonesia, Tailandia, Malasia, Turquía. Y en nuestro traspatio Argentina, Venezuela, Ecuador y todo el resto de los países de América Latina. Ahora, cuando los programas de liberalización fallan, fallan espectacularmente convirtiéndose en catástrofes como la que vivimos en México durante todo 1995. Este fenómeno se comporta como una peligrosa montaña rusa en la cual las caídas son mucho más memorables que las tan ansiadas ascensiones.

La respuesta al por qué después de siglos la pobreza sigue presente, es la misma. Hay toneladas de literatura económica clásica desde Adam Smith, Mill, Locke y más reciente Hayek, que nos advirtieron del importante papel de las instituciones para que florezca ese misterioso fenómeno de la creación de riqueza. A menos de que los países tengan instituciones propiamente construidas, el desarrollo y el “combate a la pobreza” no se pueden dar. No es suficiente privatizar los medios de producción, reducir tarifas o liberalizar los flujos de capital. Debe haber instituciones domésticas que permitan a los agentes económicos producir eficientemente para los mercados mundiales sin cargar los changos en la espalda que los sabotean.

Estas instituciones deben primero definir y proteger los derechos de propiedad; los contratos deben ser confiables y expeditamente ejecutados; las empresas deben de competir en un campo limpio, parejo y claro—no a través de las conexiones gubernamentales. Los riesgos tomados por individuos y corporaciones deben resultar en sus pérdidas o ganancias, y no en los bolsillos del gobierno si son ganancias, o en pasivos del pueblo si son pérdidas cuando se ejecutan los odiados rescates. Los capitalistas en países pobres, la tecnología y el capital disponible de los ricos, no pueden por sí solos resolver el problema de la pobreza si las instituciones han sido construidas para sabotear sus esfuerzos. Si los derechos de propiedad no están protegidos, no habrá incentivo para crear activos puesto que pueden ser robados por gobiernos tipo Echeverría o Chávez.

Si los contratos no pueden ser confiables, los negocios operan en el limbo. De esa forma no solo tienen que enfrentar los riesgos anormales que esos países presentan en mercados inestables, sino también con la incertidumbre de si los contratos de hoy se podrán traducir en costos, ingresos, entregas el día de mañana. Ahora, si la firma no compite en un campo parejo, entonces eficiencia e innovación no son recompensadas. Un empresario que introduce una nueva idea o encuentra usos más productivos del trabajo y capital, se le limitará el utilizarlos para posicionarse mejor en el mercado. Los clásicos “empresarios estatistas” sabrán que es mucho más ventajoso invertir su tiempo y dinero consiguiendo favores políticos y usarán el mercado como herramienta política para neutralizar la competencia.

Finalmente, los empresarios estatistas saben que si la apuesta les falla, ahí estará el gobierno mecánico y plomero para rescatarlos, entonces el verdadero capitalismo nunca emerge puesto que los “empresarios” saben que pueden hacer esas apuestas arregladas—águila ganó, sello pierde y paga el pueblo. Esto ha formado una clase empresarial que no tiene noción de lo que es arriesgar prudentemente. Arriesgan todo de la forma más irresponsable sabiendo que las cartas están marcadas, y así nunca se promueve el responsable análisis de la verdadera factibilidad, mucho menos la eficiencia y productividad que resultan de una sana competencia.

Estas cuatro piedras en el cuello de los países siempre han sido implementadas en el sector financiero. Los bancos han sido particularmente víctimas de este cáncer.

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