Sunday, October 2, 2016

Luis González de Alba. Una muerte elegida

Héctor Aguilar Camín

“La premeditación de la muerte es la premeditación de la libertad”.
Montaigne

Se ha quitado la vida Luis González de Alba, uno de los hombres más libres de México. Su muerte ha sido el acto último de su salvaje libertad.
Murió como vivió: como le dio la gana, ejerciendo sin límites su autonomía y su libertad, siempre su libertad, tanto en el ámbito público como en el privado.
La última nota que firmó, aparecida ayer en Milenio en su columna dominical Se descubrió que…, lleva por sarcástico título: “Podemos adivinar el futuro”.



Fue escrita el 4 de agosto, hace dos meses. Anticipa con claridad meridiana que se despediría del mundo ayer, por voluntad propia, en complicidad con el recuerdo obsesionado de su gran amor perdido, y con la media cita del verso que termina el poema Muerte sin fin, de José Gorostiza: “Anda putilla del rubor helado, anda, vámonos al diablo”.
Hace todo ese tiempo, por lo menos, que González de Alba había decidido morir ayer, 2 de octubre, la fecha que marcó su vida y marcó también su muerte, como dice Diego Petersen en una exacta semblanza del Luis González de Alba de los últimos tiempos, aquejado más por el vértigo que por el sida. (El informador, 3/10/2016)
Luis pasó las últimas semanas arreglando febrilmente con su editor de Cal y Arena, Rafael Pérez Gay, la cesión de todos sus derechos para la publicación de su obra, incluyendo dos libros ahora póstumos: su revisión cabal del 68 y una colección de artículos de divulgación científica.
Dejó la tarea de la edición de este último volumen en manos de Rogelio Villarreal, junto con las regalías correspondientes, en pago por su trabajo. Advirtió a Pérez Gay que su sobrino tenía el resto de los derechos y con él debía arreglarse.
El último correo que recibí de Luis, entró a mi servidor a las 6.01 de la mañana de ayer, con su columna de Milenio. A las 12.45 lo encontraron muerto en su casa.
Estoy triste pero no estoy de luto. No creo estar frente a una desventura personal, sino frente a una muerte elegida, que fue para su autor una liberación, el último acto de una vida salvajemente dedicada a ser libre.
Sé que Luis González de Alba murió y descansa en paz.


Esta columna aparecerá mañana en el diario Milenio, por cuya cortesía la anticipamos aquí unas horas.

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