Saturday, December 17, 2016

Aunque la deuda se vista de seda





“Es patético observar gobernadores pidiendo a los congresistas, agruparse en su ignorancia para seguir ordeñando al gobierno federal.”


RICARDO VALENZUELA
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Durante los últimos meses, ante los jeroglíficos que expira nuestra economía, de nuevo ha saltado a la superficie política el debate que, si lo pusiéramos a discusión con un grupo de niños, sus conclusiones serían más lógicas que los exabruptos de nuestros congresistas, y los graznidos de los gobernadores. El tema que ha encendido de nuevo las pasiones nacionales, se describe con la mágica y maligna frase que nos transporta a la triste era de Echeverría: Gasto y endeudamiento del Gobierno.



Al inicio de la presente administración, el Secretario de Hacienda enviaba un tétrico mensaje exponiendo las intenciones siniestras de la nueva tripulación de México. Videgaray, antes de instalarse en su oficina, gritaba con ronca voz el por qué había decidido colgarse la estafeta del MIT, no la de la Universidad de Chicago, y aunque mi buen amigo Manuel Suárez Mier produjo una interesante nota al respecto, creo vale la pena repasar una y otra vez las diferencias entre esas dos escuelas de economía. Monetaristas y keynesianos.
Afirmaba José Manuel: “Me sorprendió que un hombre inteligente como Videgaray creyera la caricatura simplista que en Chicago, mi alma mater, se enseñan sólo dogmas. En su gestión como arquitecto de la política económica de Enrique Peña Nieto, se empeñó en usar gasto público deficitario como instrumento para estimular el crecimiento y fracasó”.
“Cuando se hizo cargo de las finanzas en diciembre de 2012, la deuda pública, como proporción del PIB era de 43% mientras que este año llegará a poco menos de 60%, un nivel que Carstens estimó “está en los límites de lo razonable,” al tiempo que las calificadoras de crédito variaron a pesimista su pronóstico sobre nuestra deuda”.
Nuestros líderes todavía piensan que la mejor forma de estimular la economía es el gasto del gobierno. Piensan también que el gobierno tiene fondos ilimitados para producir bonanza. Agredían luego con una reforma fiscal para exprimir aún más al paciente, pasar a darle esa purga que nos asomaría al mismo precipicio por el cual se despeñó Argentina. ¿Resultado? Una economía patuleca y una deuda que cada día se asemeja más a Frankenstein.
Los políticos mexicanos no interpretan lo sucedido en EU durante los últimos ocho años. Si usan el cerebro, se darán cuenta que los mercados que controlan el mundo no reaccionan a las políticas del FED y, aun con niveles de intereses no vistos en 50 años, la economía no responde a la medicina. Ello sugiere la urgencia de un cambio del modelo iniciado por Obama. Modelo keynesiano similar al que produjo el “milagro japonés” de los 80s, para luego edificar una burbuja que finalmente reventara, y ha mantenido al país del sol naciente en una recesión de varias décadas, y suman trillones a su deuda pública.
¿Qué se espera del nuevo presidente de EU en política fiscal?
Hillary Clinton está a favor de la ampliación de prestaciones del Seguro Social —cuyas obligaciones futuras no financiadas, ya superan la deuda nacional—, la universidad pública gratuita, alivio de deudas de préstamos estudiantiles, así como sumar un seguro de salud público a las alternativas previstas por “Obamacare”. También ampliará la costosa política industrial “verde”, que favorece ciertas fuentes de energía e incluso determinadas empresas, en detrimento de otras.
En cambio, Trump ha prometido mantener la estructura del Seguro Social como está, derogaría y reemplazaría Obamacare, reduciría y aumentaría la eficiencia del gasto público. Sin embargo, no da los detalles.
En materia tributaria Clinton haría más progresivo (socialista) el sistema estadounidense, el cual es ya el más progresivo de las economías avanzadas. Propone aumentar los impuestos de los contribuyentes de mayores ingresos, y limitar los conceptos que pueden deducirse. Respecto de los impuestos a las empresas, no se muestra inclinada a reducirlos.
Trump propone una reducción de impuestos para las personas y empresas. El impuesto corporativo federal en Estados Unidos hoy es el 35%, el más alto de la OCDE. Trump propone reducirlo a 15%, muy por debajo de la media, con deducción total de las inversiones durante el primer año. Hay gran entusiasmo por el principal asesor económico de Trump, Steven Moore, socio de Laffer y gran Supply-Sider.
En al caso de México, después de la florida época fiscal de Ortiz Mena, caímos en la corriente Keynesiana en manos de políticos, no solo populacheros, además ignorantes. Ello produjo devaluaciones, endeudamientos, miseria. Nos ha tomado décadas para medio nivelar el barco —y es claro que todavía no lo entendemos, el barco sigue desnivelado, la deuda creciendo y los pobres multiplicándose.
Es patético observar gobernadores pidiendo a los congresistas, agruparse en su ignorancia para seguir ordeñando al gobierno federal. En economía hay una interesante conexión entre el sistema financiero y el sistema impositivo.
Pedro Aspe en su libro, Economic Transformation, The Mexican Way afirma:
“Es vía impuestos, inflación y ahorro voluntario que la mayoría de las inversiones —y con ello la expansión, la producción y el empleo— se financian. Por otro lado, impuestos y tipos de interés transfieren la riqueza nacional de una generación a otra, o de un grupo de ingresos a otro. Entonces, cuando decidimos sobre asuntos financieros y fiscales, no debemos pensar solamente en términos macroeconómicos. Es muy importante considerar el impacto social de cada política que se decida. Países con mala distribución del ingreso, crecen más lento y son más vulnerables a los choques externos.”
México ha sido el caso clásico de la distribución regresiva del ingreso, lo que ha provocado crecimientos raquíticos. Ante esas políticas equivocadas, la economía se vio inmovilizada para responder a los choques negativos externos. Ya no se pudo aumentar impuestos ni subir los tipos de interés, se tuvo entonces que llegar a depender de financiamiento inflacionario, o, la contracción de la demanda agregada. La poca libertad económica desapareció, sufrimos devaluaciones y la caída de salarios reales. El crecimiento colapsó.
El libro más importante del siglo 18 fue La Riqueza de las Naciones de Adam Smith. Y el libro más importante del siglo 19 fue El Capital de Karl Marx. Es una interesante coincidencia que ambos cerraran sus monumentales obras con discusiones casi idénticas acerca del grave peligro de la deuda pública.
El libro más importante del siglo 20 fue La Teoría General de Keynes, que llegaba alabando el mágico beneficio de la deuda pública para promover el crecimiento. Funcionó en el corto plazo, pero luego llegaría la cruda representada por la Estagflación. En el famoso debate entre Keynes y Hayek, cuando el austriaco acorralaba a Keynes señalando sus políticas a largo plazo fallarían, Keynes respondía: “En el largo plazo todos estaremos muertos”.
¿Continuará la borrachera mexicana y sólo debemos esperar la muerte?

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