Monday, June 27, 2016

Europa después de la Brexit

Dominique Moisi, a professor at L'Institut d’études politiques de Paris (Sciences Po), is Senior Adviser at the French Institute for International Affairs (IFRI) and a visiting professor at King’s College London. He is the author of La Géopolitique des Séries ou le triomphe de la peur.

Europa después de la Brexit

PARÍS – El presidente de EE. UU. Franklin D. Roosevelt afirmó una vez que "a lo único que debemos temer es al propio miedo". El referendo por el brexit en el Reino Unido, en el cual apenas más de la mitad de quienes votaron decidieron abandonar la Unión Europea, demostró que no estaba del todo en lo cierto. También debemos temer a quienes, como los líderes populistas británicos, se aprovechan de los miedos del público para lograr resultados verdaderamente aterradores. En este caso, la consecuencia bien puede ser la desintegración de la UE


Después de 43 años ser miembro de la UE, Gran Bretaña ha —en la forma supuestamente más democrática posible— decidido retraerse hacia sí misma. Sin importar cuán pragmáticos y realistas son supuestamente los británicos, han votado en contra de sus propios intereses. Con su rechazo a la UE probablemente hayan condenado a su país a un empobrecimiento gradual y, tal vez, a una desintegración no tan gradual, ya que los líderes de Escocia e Irlanda del Norte, que votaron por abrumadora mayoría a favor de continuar formando parte de la UE, han afirmado que desean escindirse.
De hecho, los británicos debieron haber temido al brexit. Sin embargo la razón, débilmente defendida por voces de la clase dirigente carentes de inspiración y confianza, no logró hacer frente a los temores de lo que podía pasar por una puerta abierta hacia el resto de Europa y, de hecho, del mundo.
La verdadera paradoja aquí es que precisamente cuando le dicen "Non" a Europa (para hacer eco del famoso veto de Charles de Gaulle a la primera solicitud británica para participar en la integración europea), los británicos son quienes más cerca están en términos emocionales del resto de los ciudadanos europeos. Y, de hecho, tal vez ese sea el problema.
La gente tiene miedo en toda Europa, de hecho, en todo el mundo. Por sobre todas las cosas, las personas temen a la globalización que, para ellas, ha metido a un "otro" amenazador en sus vidas diarias y socavado su sustento, beneficiando solo a las élites. Temen por su seguridad y sus empleos, y están furiosos con los líderes que no han defendido sus intereses.
El resultado es que los "desposeídos" se están enfrentando cada vez más a las élites privilegiadas —y con ello a la apertura que estas favorecen, exigiendo en su lugar un regreso a lo que perciben como un pasado más predecible y seguro—. La nostalgia fue la fuerza que impulsó la campaña para abandonar la UE, al igual que el deseo de castigar a los sinvergüenzas a cargo.
El voto por el brexit no fue una casualidad, ni debió haber sido una sorpresa. Fue el resultado de temores y frustraciones de larga data, aunque tal vez no hubiéramos esperado que para muchos británicos el instinto se convirtiera en un punto de llegada, más que en uno de partida. En todo caso, hace unos pocos años esos instintos no hubieran sacado al RU de la UE. Fue un grave error de cálculo político el que posibilitó esta tragedia política.
Una de las lecciones más importantes de la campaña del brexit es que cuando los políticos tratan de manipular las emociones de la sociedad en beneficio propio, como lo hizo el primer ministro David Cameron, las cosas rápidamente pueden irse de las manos. Lanzar gasolina a las llamas del miedo y la frustración tal vez le haya permitido a Cameron y su partido ganar las elecciones de 2015, pero también generó la conflagración que hizo pedazos a su partido, su legado y su país.
El problema para resto de Europa es que el propio brexit podría funcionar como acelerante de las pasiones populares, mientras las irresponsables figuras populistas alegremente echan leña al fuego. Hasta Donald Trump, presunto candidato republicano para la presidencia estadounidense, ha expresado su apoyo al brexit; a pesar de su total falta de comprensión, reconoce cuán poderosa puede ser la promesa de "recuperar el propio país". Y no parece que personas como Trump se preocupen demasiado por las consecuencias. No son versiones modernas de Winston Churchill.
El grado en que Europa se desmembrará y las consecuencias de ese proceso quedan por verse, pero es razonable esperar que los movimientos populistas e independentistas en Europa y otros lugares se sientan vigorizados por esta decisión. Con seguridad, la imagen de Europa en una aparente decadencia terminal socavará su poder de atracción.
Con la amenaza al papel de Europa en el escenario internacional, sus líderes deben encarar urgentemente una autoevaluación masiva, tanto en términos literales como metafóricos. Deben descubrir qué hicieron —o dejaron de hacer— para perder la confianza de sus ciudadanos, y desarrollar un plan tanto al nivel nacional como de la UE para recuperarla.
Es fundamental que una evaluación de ese tipo preceda a un impulso para aumentar la integración. Si la UE se deja llevar por el pánico y lanza un esfuerzo precipitado para avanzar, demostrará que no comprende lo que verdaderamente está ocurriendo.
El 23 de junio de 2016 no pasará a la historia como el día de la independencia del RU, como prometió Boris Johnson, exalcalde de Londres y líder de la campaña separatista, pero podría ser recordado como el día en que Europa finalmente se despertó y se dio cuenta de que, para garantizar su futuro, su única opción es obligarse a reinventarse a sí misma.

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