Tuesday, July 26, 2016
González Calderoni
Muchacho fronterizo, imitado y envidiado por muchos, Guillermo González Calderoni vivió la vida como un aerolito, deslumbrador y fugaz: en el momento de su muerte, esta misma semana, estaba en plenitud de la vida, con dos hijos pequeños de su segunda esposa. Había acumulado una fortuna sobre la que hay algunos cálculos y muchas exageraciones, y vivía una vida confortable, pero no ostentosa: automóvil caro, una casa cómoda pero no lujosa, ropas con más buen gusto que exceso de dinero. Quizá el mayor de sus gastos habían sido los dos automóviles de "ayudantes" que lo acompañaban, uno adelante y otro detrás del suyo.
El equipo de seguridad desapareció un mes o dos antes de que lo mataran: sin que se sepa por qué, sus guardaespaldas dejaron de estar presentes en sus idas y venidas. Fue algo que nadie esperaba y llamó poderosamente la atención en el valle, ese agregado de ciudades y suburbios en el extremo sur de Texas: McAllen, Pharr, Hidalgo, casi todas comunidades con muy pocas mansiones al estilo de las que salpican los alrededores de Laredo. "Memo", como le dicen los que fueron sus compañeros de escuela, habitaba en un casa semejante a las de miles de otros residentes de la clase media alta, que en los Estados Unidos es muy poco media y bastante alta.
Hecha salvedad del dato concreto de que fue un policía muy bien informado, valeroso y con magníficas ubicaciones, la de González Calderoni es más bien una personalidad de misterios: de ella se sabe poco y se dice demasiado. Trabajó en Hacienda antes de ingresar a la extinta Policía Judicial Federal. Figuraba dentro de ella, con una posición destacada pero no preeminente. Cuando asumió Carlos Salinas de Gortari y Jorge Carpizo llegó a la procuraduría general, González Calderoni dejó de ser consentido de la superioridad y comenzó a tener una serie de cargos que hacían presagiar que sería perseguido.
Cuando el sonado caso de Tlalixcoya, Veracruz, en el que un avión cargado de droga provocó un enfrentamiento a balazos (en el Valle de las Víboras) entre la judicial federal y el Ejército --en el que resultaron muertos todos los agentes y ninguno de los soldados--, González Calderoni tenía el bizarro nombramiento de "jefe de intercepción aérea". En los círculos periodísticos de México se dijo entonces que se había tratado de un pleito entre jefes militares y civiles que peleaban por darles protección a intereses de narcotraficantes.
González Calderoni operaba una red de intercepción de teléfonos inclusive de funcionarios, por órdenes de José María Córdova Montoya, asesor de seguridad de Carlos Salinas de Gortari. Cuando Carpizo llegó a la PGR, alguien le entregó un casete con grabaciones de sus pláticas muy privadas, y el flamante procurador se enfureció y comisionó a todo un grupo de la judicial para "empapelar" (hallar las culpas) a González Calderoni, sobre cuyas actividades criminales no tenían prueba ninguna, al grado de que el propio Carpizo sólo pudo acusarlo por "enrique-cimiento ilegítimo", que es una acusación fuerte pero no específica.
Entonces fue comisionado a San Antonio, Texas, como agregado de la PGR, un puesto de nueva creación para el que fue rechazado por el Congreso. Cuando supo que el Poder Legislativo no había aprobado su nombramiento, González Calderoni intuyó que había empezado una persecución feroz en su contra, y ya no regresó a México, sino que se quedó en los Estados Unidos. Había empezado su exilio, en el que moriría: se estableció en Boston durante un tiempo --y en los corrillos periodísticos y policíacos de la Ciudad de México se dijo entonces que estaba allá para convertirse en testigo protegido de la DEA en Estados Unidos-- y luego se fue a residir en McAllen, Texas
Guillermo González Calderoni habló siempre, y es probable que haya hablado de más y que su muerte sea el resultado de uno de esos incidentes de "sabía demasiado".
Los murmullos en la comunidad policíaca capitalina dicen que trabajó para los Salinas de Gortari, Carlos y Raúl, y que tuvo conocimiento de quién y cómo había matado a Gil y Ovando, los dos "jackers" de Cuauhtémoc Cárdenas.
que habían penetrado las claves de las comunicaciones secretas de Manuel Bartlett.
La vida de Guillermo González Calderoni no fue nunca un modelo que debieran copiar los jóvenes; pero en muchos aspectos su muerte sí ha sido ejemplar, porque revela que todos los que se mueven sobre esa tenue línea divisoria que existe entre los grandes policías federales y los grandes capos del narcotráfico pueden tener todas las en su vida todo --dinero, mujeres, automóviles, joyas y lujos sin límite-- pero no por mucho tiempo. La existencia de los que se meten al mundo de las drogas puede tener muchas gratificaciones materiales, pero no durará mucho. Acabará, más antes que después, en la cárcel o en un ataúd.
Y esa es una lección no aprendida.
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