Thursday, September 8, 2016

No podemos vivir siempre con tiempo prestado y dinero prestado

 
[Del número de julio-agosto de The Austrian]
El problema de los candidatos presidenciales no es tanto lo que dicen y creen, sino más bien lo que no dicen ni creen. Detrás de la mentira, el encubrimiento y el engaño hay una suspensión palpable de la incredulidad. Nuestros supuestos gobernantes políticos sencillamente ignoran (o no entienden) la gravedad nuestra situación económica.
Nos preocupan los terribles tiroteos, las guerras sobre los baños y las pequeñas intrigas de las campañas políticas. Debatimos sobre trivialidades. Pero lo importante, la gradual de aplastante realidad sobre la que funcionan los gobiernos occidentales, no atrae nuestra atención.



Este es un momento de hedonismo económico sin precedentes, creado y estimulado por los gobiernos occidentales y sus bancos centrales. Se nos vende como una política pública banal y un ajuste técnico, cuando en realidad la sostiene una ideología radical y antihumana. El arco del progreso humano, indicado por la acumulación de capital y el aumento constante de la productividad (al menos en las sociedades sanas) se ha invertido. Eso una catástrofe a cámara lenta, en la que americanos y europeos hoy viven a costa del mañana.
El hedonismo fiscal se desboca en el Congreso y ha sido así durante décadas. ¿Cómo lo consiguen? Tal vez porque lo permitimos. La deuda pública del gobierno de EEUU, ahora de más de 19 billones de dólares, parece algo casi amorfo para los votantes. Han estado con nosotros durante tanto tiempo no ha pasado nada demasiado terrible… Aunque Ross Perot hizo de la deuda “nacional” la piedra angular de su campaña de 1992, hoy es algo casi intocable de la política estadounidense. Donald Trump descubría recientemente esto de la manera más dura, después de un comentario casual acerca de acreedores de y de EEUU cortándose el pelo con sus existencias de bonos del Tesoro.
Cualquier comentario sobre pagar realmente o (mejor aún) repudiar la deuda pública se ve hoy como algo estrafalaria. Por eso el gran James Grant levantó tantas ampollas por atreverse a sugerir que el gobierno de EEUU es insolvente en su reciente artículo para la revista Time.
Entretanto, el hedonismo monetario es el menú del día para casi todos los bancos centrales occidentales. En concreto, la Reserva Federal de EEUU ha demostrado que no se pretende la ante nada para conseguir que el Congreso gaste por encima de sus posibilidades. Al proporcionar un mercado listo para la deuda del Tesoro (es decir, la flexibilización cuantitativa, comprar bonos del Tesoro a los bancos comerciales usando dinero recién creado), la Fed en la práctica monetiza la deuda federal de una forma lamentablemente opaca. Y al mantener los tipos de interés artificialmente bajos, reduciendo así los pagos federales de intereses, la Fed ayuda al Congreso a hacer que los déficits anuales parezcan más pequeños.
Consideremos que el balance de la Fed se ha multiplicado por más de cuatro desde el crash de 2008, hasta aproximadamente 4 billones de dólares. ¿Este aumento sin precedentes históricos en la base monetaria realmente se limitará a desvanecerse en el aire sin ningún efecto perjudicial? ¿Las malas inversiones causadas por el crédito barato descargadas por los bancos comerciales con reservas no crearán enormes dislocaciones a continuación? ¿Potenciar los recalentados mercados inmobiliarios en la costa e inflar los precios de las acciones de las empresas con ganancias dudosas creará realmente un crecimiento económico a largo plazo?
La respuesta corta es “no”, y todo el mundo lo sabe. Nuestros acreedores saben que el Congreso nunca pondrá en orden su casa fiscal y que la Fed nunca volverá a una política monetaria “normal”. Occidente no puede continuar viviendo siempre con tiempo prestado y dinero prestado, a pesar de nuestro poder militar. Las leyes de la economía prevalecen a largo plazo.
Sin embargo, hay indicios esperanzadores. Americanos y europeos puede no estar reclamando aproximaciones libertarias para nuestros problemas fiscales y monetarios, pero cada vez sospecha más del poder público centralizado y el corporativismo del banco central. Los movimientos de secesión y ruptura, como el Brexit en Reino Unido, están ganando impulso, al tiempo que crece la desaprobación de globalismo organizado artificialmente. Aumentan las alternativas “desbancarizadoras”, al aumentar la desconfianza en las divisas, y los defectos de las criptodivisas (sobre todo, la trazabilidad) están siendo corregidas los ingenieros de las blockchains. El populismo (aunque siempre sea una espada de doble filo) amenaza como nunca antes a las élites globales relacionadas con los estados. Y la rápida proliferación de acciones de redes sociales hace casi imposible que los guardianes de los medios estatales controlen la narrativa.

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