“Solamente las generaciones de jóvenes pueden rescatar a Sonora de su vergonzosa situación.”
RICARDO VALENZUELA
Hace unos meses cuando leí de nuevo el documento proporcionado por mi tío, recordé la gran confusión que me provocó hace más de 30 años, cuando lo hice por primera vez. A mis escasos años de edad, no entendía el que Don Gilberto de forma agresiva criticara las dos corrientes de pensamiento de esa era; el capitalismo y al comunismo y luego me preguntaba; entonces ¿en qué es en lo que mi tío cree? Pero ahora ya con el kilometraje de la vida lo puedo interpretar de otra forma, sin embargo, quise iniciar comunicación con un hombre que conoció profundamente a mi tío y, lo más increíble, aún vive, pero además, siendo otro de los admiradores y expertos en la vida del tío, porta intactas sus facultades mentales las que a mi padre a sus 93 años lo habían abandonado.
Mi padre me había hablado mucho de él y lo pude localizar. Se trata de un hombre de otra época, un viejo por demás sabio y, sobre todo, un sonorense clásico de aquella sepa que, aparentemente, hace años se extinguió. Antonio Miranda es un hombre nacido a principios del Siglo pasado en un pequeño pueblo de la sierra de Sonora, pero que a base de esfuerzo, tesón y trabajo, pudo trasladarse a la ciudad de México para iniciar una etapa de desarrollo intelectual que lo convirtió en un gran pensador, filósofo, economista y gran sociólogo. Toño, como le dicen los amigos que le quedan, fue testigo de los principales acontecimientos históricos que moldearon nuestro país y nuestro Estado durante el siglo que recientemente ha terminado.
Pero además, Antonio no solo es un gran admirador de mi tío Gilberto, es un hombre que siempre ha predicado y reconocido el que gran parte de las oportunidades que la vida le presentó, aun cuando emergiera de cuna humilde, se las debe a Don Gilberto Valenzuela quien fue el que primero lo motivó y luego, según sus palabras, con gran generosidad lo ayudó a trasladarse a la ciudad de México y entregarle ese gran regalo al abrirle las puertas de la máxima casa de estudios de la era para educarse. Luego, inclusive, tuvo la oportunidad de trabajar para él en las diferentes etapas de su vida profesional.
Era el mes de Noviembre del 2001. Después de hacer contacto con él, logramos acordar para recibirnos en su pequeño rancho de la sierra cercana a la frontera con Chihuahua a donde nos trasladamos mi buen amigo Tim Jackson y yo, para iniciar una de las aventuras más interesantes de nuestras vidas. Esta sería la primera visita de una serie que me ha permitido algo realmente excitante; trasladarme al pasado para, a través de esta mente tan brillante, hacer aclaraciones, recabar aún más información y, sobre todo, casi de nuevo volver a escuchar la voz de la sabiduría de don Gilberto Valenzuela.
Después de manejar durante más de 5 horas, al arribar a su cabaña nos recibe un hombre alto, delgado, erguido y fuerte que definitivamente no representa los más de 90 años de edad y, con una gran sonrisa, me tiende la mano cuando me dice; tú no te acuerdas, pero nos conocimos en uno de los últimos viajes de don Gilberto en casa de tu tía Aurelia—una de las hermanas de mi padre. Pero eso no es importante, tú eras prácticamente un niño, qué gusto verte muchacho.
Después de nuestra primera ronda de conversaciones con el viejo Toño el día de nuestro arribo, veo mi reloj y sin darnos cuenta nos ha llegado la noche. Bien dice don Antonio, hoy hablamos de asuntos muy particulares, mañana me gustaría que tocáramos temas conceptuales e históricos. El frío empieza a arreciar y al asomarme veo algunas plumas de escarcha flotando en el viento. Me despido de ambos argumentando mi cansancio por el viaje, y me retiro a mi pequeño cuarto para después de tirarme a lo largo de una tarima, quedarme dormido con gran profundidad. Durante la fría noche solo escucho el lejano aullido de un coyote y los chillidos del yorihuín.
Me despierta un fuerte aroma de café, pero ese de talega como el que hacían en el rancho de mi abuelo. Me levanto de inmediato y salgo a la rústica estancia para darme cuenta de que Tim ya se encuentra a un lado de la hornilla saboreando su primera taza. Me llama la atención una serie de libros de historia de México y de Sonora desplazados sobre la mesa del comedor de Toño, entre ellos una pequeña biografía titulada; “Gilberto Valenzuela; una vida consagrada al principio de la legalidad.” Me asomo por la única ventana de la cocina, y lo veo cargando un tercio de leña de mezquite para alimentar la hornilla, combatir nuestro frío e iniciar la preparación del desayuno.
Después de haber devorado unos huevos con machaca acompañados de la clásica tortilla de harina, frijoles maneados y una reconfortante taza de café, le pido a Toño; háblame de Sonora. Se queda pensando para luego afirmar; “Sonora, un tema apasionante. Miren, nos responde, tengo muchos años, he visto tantas cosas, pero jamás había visto al Estado tan oprimido, tan vejado y la gente tan sumisa. En las noches me vienen a la mente hombres del calibre de Yucupicio, Benjamin Hill, Maytorena, Obregón, Calles etc., y la forma en que escribieron la historia del estado. Pienso también en los que les antecedieron, los que tuvieron que pelear primero contra los apaches a finales del Siglo XIX, y después contra los yaquis a principios del Siglo XX. Luego me traslado a mediados del siglo pasado para visualizar a los que realmente impulsaron el desarrollo de Sonora; Carlos Maldonado, Federico Valenzuela, Manuel P. Torres, Jesús Elías, Ignacio Soto, Constantino Laborín, etc.
Veo luego un estado agachado, un estado que desde la época de Don Nacho Soto no había tenido un gobernador popular y querido por todos los sonorenses. Pero la grandeza de Don Nacho era su valentía. Recuerdo cuando en los años 50, tuvo el enfrentamiento con el congreso del estado manipulado desde el DF por los jerarcas del Partido. Don Nacho desapareció los poderes y los trasladó a Las Calaveras, el rancho de tu abuelo materno, ahí estuvo despachando por algún tiempo. A Yucupicio cuando era gobernador, también le quisieron establecer una gubernatura paralela a través de un comandante de la zona militar que le mandaron del DF. Yucupicio llamó a Cárdenas, que era presidente, y le advirtió; tengo 20,000 yaquis listos para defender la soberanía del estado, se lleva a este comandancito, o lo saco yo. Al día siguiente salió de regreso al DF.
Esos eran los sonorenses de entonces. Ahora veo una generación de agachados y sumisos. Otros pegados a la ubre del gobierno amasando dinero mal habido a cambio de su dignidad, de su integridad. Veo un estado que durante más de 20 años estuvo subyugado y los sonorenses callados. Los últimos 15 en particular han sido una vejación, una vergüenza y un insulto para todos. Pero miren, en Sonora hemos vivido el síndrome del elefante en la sala, todo mundo lo ve, todo mundo sabe que ahí está, todos le sacan la vuelta, pero nadie dice nada, y ahí sigue. Claro, hay también los muchos lambiscones que van y soban al elefante. La generación de ustedes está perdida, solamente las generaciones de jóvenes pueden rescatar al estado de esta situación vergonzosa.
Yo pienso que es muy importante el analizar cómo es que se fue tejiendo ese fenómeno en nuestro Estado. Insisto en que a mí me tocó conocer grandes sonorenses, y sobre todo, muy valientes. Yo era un niño cuando me tocó atestiguar la convención de generales en Agua Prieta, de donde surgió eso; el Plan de Agua Prieta, que fue solamente la rebelión de los Generales sonorenses en contra de Venustiano Carranza. Pero es interesante el analizar cómo es que nació este famoso plan.
Hace unos meses cuando leí de nuevo el documento proporcionado por mi tío, recordé la gran confusión que me provocó hace más de 30 años, cuando lo hice por primera vez. A mis escasos años de edad, no entendía el que Don Gilberto de forma agresiva criticara las dos corrientes de pensamiento de esa era; el capitalismo y al comunismo y luego me preguntaba; entonces ¿en qué es en lo que mi tío cree? Pero ahora ya con el kilometraje de la vida lo puedo interpretar de otra forma, sin embargo, quise iniciar comunicación con un hombre que conoció profundamente a mi tío y, lo más increíble, aún vive, pero además, siendo otro de los admiradores y expertos en la vida del tío, porta intactas sus facultades mentales las que a mi padre a sus 93 años lo habían abandonado.
Mi padre me había hablado mucho de él y lo pude localizar. Se trata de un hombre de otra época, un viejo por demás sabio y, sobre todo, un sonorense clásico de aquella sepa que, aparentemente, hace años se extinguió. Antonio Miranda es un hombre nacido a principios del Siglo pasado en un pequeño pueblo de la sierra de Sonora, pero que a base de esfuerzo, tesón y trabajo, pudo trasladarse a la ciudad de México para iniciar una etapa de desarrollo intelectual que lo convirtió en un gran pensador, filósofo, economista y gran sociólogo. Toño, como le dicen los amigos que le quedan, fue testigo de los principales acontecimientos históricos que moldearon nuestro país y nuestro Estado durante el siglo que recientemente ha terminado.
Pero además, Antonio no solo es un gran admirador de mi tío Gilberto, es un hombre que siempre ha predicado y reconocido el que gran parte de las oportunidades que la vida le presentó, aun cuando emergiera de cuna humilde, se las debe a Don Gilberto Valenzuela quien fue el que primero lo motivó y luego, según sus palabras, con gran generosidad lo ayudó a trasladarse a la ciudad de México y entregarle ese gran regalo al abrirle las puertas de la máxima casa de estudios de la era para educarse. Luego, inclusive, tuvo la oportunidad de trabajar para él en las diferentes etapas de su vida profesional.
Era el mes de Noviembre del 2001. Después de hacer contacto con él, logramos acordar para recibirnos en su pequeño rancho de la sierra cercana a la frontera con Chihuahua a donde nos trasladamos mi buen amigo Tim Jackson y yo, para iniciar una de las aventuras más interesantes de nuestras vidas. Esta sería la primera visita de una serie que me ha permitido algo realmente excitante; trasladarme al pasado para, a través de esta mente tan brillante, hacer aclaraciones, recabar aún más información y, sobre todo, casi de nuevo volver a escuchar la voz de la sabiduría de don Gilberto Valenzuela.
Después de manejar durante más de 5 horas, al arribar a su cabaña nos recibe un hombre alto, delgado, erguido y fuerte que definitivamente no representa los más de 90 años de edad y, con una gran sonrisa, me tiende la mano cuando me dice; tú no te acuerdas, pero nos conocimos en uno de los últimos viajes de don Gilberto en casa de tu tía Aurelia—una de las hermanas de mi padre. Pero eso no es importante, tú eras prácticamente un niño, qué gusto verte muchacho.
Después de nuestra primera ronda de conversaciones con el viejo Toño el día de nuestro arribo, veo mi reloj y sin darnos cuenta nos ha llegado la noche. Bien dice don Antonio, hoy hablamos de asuntos muy particulares, mañana me gustaría que tocáramos temas conceptuales e históricos. El frío empieza a arreciar y al asomarme veo algunas plumas de escarcha flotando en el viento. Me despido de ambos argumentando mi cansancio por el viaje, y me retiro a mi pequeño cuarto para después de tirarme a lo largo de una tarima, quedarme dormido con gran profundidad. Durante la fría noche solo escucho el lejano aullido de un coyote y los chillidos del yorihuín.
Me despierta un fuerte aroma de café, pero ese de talega como el que hacían en el rancho de mi abuelo. Me levanto de inmediato y salgo a la rústica estancia para darme cuenta de que Tim ya se encuentra a un lado de la hornilla saboreando su primera taza. Me llama la atención una serie de libros de historia de México y de Sonora desplazados sobre la mesa del comedor de Toño, entre ellos una pequeña biografía titulada; “Gilberto Valenzuela; una vida consagrada al principio de la legalidad.” Me asomo por la única ventana de la cocina, y lo veo cargando un tercio de leña de mezquite para alimentar la hornilla, combatir nuestro frío e iniciar la preparación del desayuno.
Después de haber devorado unos huevos con machaca acompañados de la clásica tortilla de harina, frijoles maneados y una reconfortante taza de café, le pido a Toño; háblame de Sonora. Se queda pensando para luego afirmar; “Sonora, un tema apasionante. Miren, nos responde, tengo muchos años, he visto tantas cosas, pero jamás había visto al Estado tan oprimido, tan vejado y la gente tan sumisa. En las noches me vienen a la mente hombres del calibre de Yucupicio, Benjamin Hill, Maytorena, Obregón, Calles etc., y la forma en que escribieron la historia del estado. Pienso también en los que les antecedieron, los que tuvieron que pelear primero contra los apaches a finales del Siglo XIX, y después contra los yaquis a principios del Siglo XX. Luego me traslado a mediados del siglo pasado para visualizar a los que realmente impulsaron el desarrollo de Sonora; Carlos Maldonado, Federico Valenzuela, Manuel P. Torres, Jesús Elías, Ignacio Soto, Constantino Laborín, etc.
Veo luego un estado agachado, un estado que desde la época de Don Nacho Soto no había tenido un gobernador popular y querido por todos los sonorenses. Pero la grandeza de Don Nacho era su valentía. Recuerdo cuando en los años 50, tuvo el enfrentamiento con el congreso del estado manipulado desde el DF por los jerarcas del Partido. Don Nacho desapareció los poderes y los trasladó a Las Calaveras, el rancho de tu abuelo materno, ahí estuvo despachando por algún tiempo. A Yucupicio cuando era gobernador, también le quisieron establecer una gubernatura paralela a través de un comandante de la zona militar que le mandaron del DF. Yucupicio llamó a Cárdenas, que era presidente, y le advirtió; tengo 20,000 yaquis listos para defender la soberanía del estado, se lleva a este comandancito, o lo saco yo. Al día siguiente salió de regreso al DF.
Esos eran los sonorenses de entonces. Ahora veo una generación de agachados y sumisos. Otros pegados a la ubre del gobierno amasando dinero mal habido a cambio de su dignidad, de su integridad. Veo un estado que durante más de 20 años estuvo subyugado y los sonorenses callados. Los últimos 15 en particular han sido una vejación, una vergüenza y un insulto para todos. Pero miren, en Sonora hemos vivido el síndrome del elefante en la sala, todo mundo lo ve, todo mundo sabe que ahí está, todos le sacan la vuelta, pero nadie dice nada, y ahí sigue. Claro, hay también los muchos lambiscones que van y soban al elefante. La generación de ustedes está perdida, solamente las generaciones de jóvenes pueden rescatar al estado de esta situación vergonzosa.
Yo pienso que es muy importante el analizar cómo es que se fue tejiendo ese fenómeno en nuestro Estado. Insisto en que a mí me tocó conocer grandes sonorenses, y sobre todo, muy valientes. Yo era un niño cuando me tocó atestiguar la convención de generales en Agua Prieta, de donde surgió eso; el Plan de Agua Prieta, que fue solamente la rebelión de los Generales sonorenses en contra de Venustiano Carranza. Pero es interesante el analizar cómo es que nació este famoso plan.
No comments:
Post a Comment