“Cuando la función económica se pone en manos del Estado, invariablemente la cooperación social reemplaza al interés individual como el principal motivador de la acción humana; ¿falso o verdadero?”
RICARDO VALENZUELA
Decía Albert Camus; “aquellos que escriben claro, tienen lectores, y los que escriben confuso, tienen chismosos.” Hace unos meses un profesor de economía de una pequeña Universidad, Birmingham Southern College, en un examen les hizo a sus alumnos la siguiente pregunta: “Cuando la función económica se pone en manos del Estado, invariablemente la cooperación social reemplaza al interés individual como el principal motivador de la acción humana; ¿falso o verdadero?”
La respuesta correcta debería de ser, falso, porque redistribuyendo el control de la propiedad a través de la actuación draconiana del Estado, jamás podrá cambiar la verdadera naturaleza de los seres humanos. La ambición y el interés individual permanecen como los términos adecuados para describir la conducta humana, trátese de oficiales del gobierno, empresarios, empleados o quien sea. Si algo nos enseñó el fracaso del comunismo, es que fue incapaz de reconstruir la humanidad y tampoco fue capaz de crear ese “nuevo hombre”. El concepto de interés personal, ambición y la incomprendida mano invisible de Adam Smith, sigue siendo, como hace más de doscientos años, la base del buen funcionamiento y entendimiento en economía.
Sin embargo, la mayoría de los alumnos de esta Universidad contestaron; verdadero. Esto llevó al profesor Paul Cleveland a escribir un interesante artículo para exponer su asombro, de cómo alumnos de clases sociales altas respondieron dándole al Estado esa importancia que ha sido el espejismo con el que a través de los tiempos, acrecentando su poder sobre una sociedad cada día más ignorante en asuntos económicos. Lo más interesante del experimento fue que, del total de los alumnos, solo dos contestaron; falso, y ambos eran extranjeros.
Durante meses he estado leyendo los editoriales en diferentes periódicos del país, he también escuchado declaraciones de empresarios, de políticos, articulistas etc, emprendiendo de nuevo la jornada promotora para la intervención del Estado con el propósito de resolver los problemas de los productores agrícolas del país. Tristemente hemos visto cómo en los noticieros nacionales se reporta agricultores quemando sus cosechas, ganaderos derramando miles de litros de leche en las calles de las ciudades, para exigir esa intervención del Estado y lograr mejores precios, o, más triste, exigiendo el cierre de la frontera a los productos con los que compiten.
Esta reflexión me ha llevado a acordar totalmente con una de las conclusiones del Prof. Cleveland: La magnífica labor que ha desarrollado el gobierno educando a la población en un sistema socializante que a esclavizado a los mexicanos, los ha hecho dependientes de las marañas estatistas y la corrupción que siempre ha caracterizado a nuestro gobierno. En este siglo XXI, en esta economía digital, en este mundo sin fronteras ¿qué tiene que hacer el gobierno fijando precios de los productos agrícolas? O adquiriendo esos productos. En este nuevo mundo virtual, en este nuevo escenario de comercio libre e irrestricto liderado por el internet; ¿cómo es posible que pidamos el cierre de la frontera para productos más baratos y de mejor calidad que los nuestros?
Recuerdo cuando le pedí al maestro Art Laffer me definiera en sus palabras el libre comercio. Me respondió: “Imagina que Japón inventa un medicamento para curar el cáncer. Se acaban las muertes por cáncer en Japón. Los japoneses inician la venta de su medicamento en los EU, y se termina el cáncer en este país. Nosotros inventamos una vacuna para prevenir ataques cardiacos. Se terminan las muertes por ataques cardiacos en EU. Vamos a vender nuestra vacuna a Japón y no nos lo permiten por su proteccionismo. ¿Qué vamos hacer? ¿No permitir que ellos vendan su medicamento para la cura del cáncer en nuestro país? Por supuesto que no, queremos curarnos de cáncer. Si los japoneses no quieren terminar con sus muertes por ataques cardiacos, problema de ellos.” “Mientras que los japoneses nos invadan con productos de mejor calidad y más baratos que los nuestros, Bienvenidos. Si ellos no quieren hacer los mismo con los nuestros, problema de ellos.”
En México todavía no entendemos el funcionamiento de esta nueva economía. Pero lo más grave, no únicamente no lo entienden los agricultores de Sinaloa, o los ganaderos de Sonora, no lo entienden nuestros líderes y, sobre todo, gente que hace opinión; periodistas, comunicadores, profesores que, en medio de su ceguera, se han convertido en economistas de peluquería.
A los agricultores de mi tierra y de otros estados. A los ganaderos de todo el país, a los empresarios, líderes políticos y sobre todo periodistas, entiendan; en esta nueva economía se acabó papá gobierno, ahora hay que competir. Estamos entrando a una verdadera economía regida por los mercados, no el estado. Una economía en la cual los precios los definirá el mercado, no Conasupo. En la cual si los productos extranjeros son más baratos y de mejor calidad, adelante y bienvenidos. Tienen que entender que el gobierno no tiene la fábrica de dinero. El sobre precio que exigen lo pagan el resto de los mexicanos. Finalmente tienen que entender que el Estado mexicano debe quedar fuera de su papel tradicional como agente económico repartidor, motivo por el cual nuestra estructura política se convirtió en el centro de corrupción más descarado del mundo.
Si uno de nuestros políticos de moda nos arenga gritando, “tenemos que recibir del estado los mismos apoyos que los agricultores de EU,” yo le respondo; solo el PIB de Texas es mayor que el de México. Yo le informaría a este Señor cómo la pobre infraestructura de comunicaciones del país encarece nuestros productos hasta en un 40%. Cómo los derechos de propiedad de los agricultores americanos son sagrados y nunca tuvieron que lidiar con la Reforma Agraria, por lo que han hecho las inversiones requeridas para lograr la productividad de la que hoy hacen gala. Cómo los agricultores americanos se han convertido en los mejores comercializadores del mundo, lo que los ha llevado a crear el mercado para sus productos más sofisticado del planeta en el Chicago Mercantile Exchange. En lugar de apoyo, ¿no necesitaremos otra clase de gobierno?
Dejemos de pedir devaluaciones para competir mientras arruinamos el resto del país. Dejemos de quemar cosechas, tirar la leche y pongámonos a reflexionar sobre los cambios que necesitamos promover para poder no solo sobrevivir, sino aprovechar la oportunidad que nos brinda esta nueva era económica. Reflexionemos que clase de país deseamos construir para que generaciones futuras no tengan que seguir mendigando al Estado. Para quitarles a los políticos mexicanos el poder de decidir quiénes son los ganadores y perdedores en el remedo de economía que hemos tenido. Pero lo más importante, actuemos para llevar a cabo esos cambios.
Decía Albert Camus; “aquellos que escriben claro, tienen lectores, y los que escriben confuso, tienen chismosos.” Hace unos meses un profesor de economía de una pequeña Universidad, Birmingham Southern College, en un examen les hizo a sus alumnos la siguiente pregunta: “Cuando la función económica se pone en manos del Estado, invariablemente la cooperación social reemplaza al interés individual como el principal motivador de la acción humana; ¿falso o verdadero?”
La respuesta correcta debería de ser, falso, porque redistribuyendo el control de la propiedad a través de la actuación draconiana del Estado, jamás podrá cambiar la verdadera naturaleza de los seres humanos. La ambición y el interés individual permanecen como los términos adecuados para describir la conducta humana, trátese de oficiales del gobierno, empresarios, empleados o quien sea. Si algo nos enseñó el fracaso del comunismo, es que fue incapaz de reconstruir la humanidad y tampoco fue capaz de crear ese “nuevo hombre”. El concepto de interés personal, ambición y la incomprendida mano invisible de Adam Smith, sigue siendo, como hace más de doscientos años, la base del buen funcionamiento y entendimiento en economía.
Sin embargo, la mayoría de los alumnos de esta Universidad contestaron; verdadero. Esto llevó al profesor Paul Cleveland a escribir un interesante artículo para exponer su asombro, de cómo alumnos de clases sociales altas respondieron dándole al Estado esa importancia que ha sido el espejismo con el que a través de los tiempos, acrecentando su poder sobre una sociedad cada día más ignorante en asuntos económicos. Lo más interesante del experimento fue que, del total de los alumnos, solo dos contestaron; falso, y ambos eran extranjeros.
Durante meses he estado leyendo los editoriales en diferentes periódicos del país, he también escuchado declaraciones de empresarios, de políticos, articulistas etc, emprendiendo de nuevo la jornada promotora para la intervención del Estado con el propósito de resolver los problemas de los productores agrícolas del país. Tristemente hemos visto cómo en los noticieros nacionales se reporta agricultores quemando sus cosechas, ganaderos derramando miles de litros de leche en las calles de las ciudades, para exigir esa intervención del Estado y lograr mejores precios, o, más triste, exigiendo el cierre de la frontera a los productos con los que compiten.
Esta reflexión me ha llevado a acordar totalmente con una de las conclusiones del Prof. Cleveland: La magnífica labor que ha desarrollado el gobierno educando a la población en un sistema socializante que a esclavizado a los mexicanos, los ha hecho dependientes de las marañas estatistas y la corrupción que siempre ha caracterizado a nuestro gobierno. En este siglo XXI, en esta economía digital, en este mundo sin fronteras ¿qué tiene que hacer el gobierno fijando precios de los productos agrícolas? O adquiriendo esos productos. En este nuevo mundo virtual, en este nuevo escenario de comercio libre e irrestricto liderado por el internet; ¿cómo es posible que pidamos el cierre de la frontera para productos más baratos y de mejor calidad que los nuestros?
Recuerdo cuando le pedí al maestro Art Laffer me definiera en sus palabras el libre comercio. Me respondió: “Imagina que Japón inventa un medicamento para curar el cáncer. Se acaban las muertes por cáncer en Japón. Los japoneses inician la venta de su medicamento en los EU, y se termina el cáncer en este país. Nosotros inventamos una vacuna para prevenir ataques cardiacos. Se terminan las muertes por ataques cardiacos en EU. Vamos a vender nuestra vacuna a Japón y no nos lo permiten por su proteccionismo. ¿Qué vamos hacer? ¿No permitir que ellos vendan su medicamento para la cura del cáncer en nuestro país? Por supuesto que no, queremos curarnos de cáncer. Si los japoneses no quieren terminar con sus muertes por ataques cardiacos, problema de ellos.” “Mientras que los japoneses nos invadan con productos de mejor calidad y más baratos que los nuestros, Bienvenidos. Si ellos no quieren hacer los mismo con los nuestros, problema de ellos.”
En México todavía no entendemos el funcionamiento de esta nueva economía. Pero lo más grave, no únicamente no lo entienden los agricultores de Sinaloa, o los ganaderos de Sonora, no lo entienden nuestros líderes y, sobre todo, gente que hace opinión; periodistas, comunicadores, profesores que, en medio de su ceguera, se han convertido en economistas de peluquería.
A los agricultores de mi tierra y de otros estados. A los ganaderos de todo el país, a los empresarios, líderes políticos y sobre todo periodistas, entiendan; en esta nueva economía se acabó papá gobierno, ahora hay que competir. Estamos entrando a una verdadera economía regida por los mercados, no el estado. Una economía en la cual los precios los definirá el mercado, no Conasupo. En la cual si los productos extranjeros son más baratos y de mejor calidad, adelante y bienvenidos. Tienen que entender que el gobierno no tiene la fábrica de dinero. El sobre precio que exigen lo pagan el resto de los mexicanos. Finalmente tienen que entender que el Estado mexicano debe quedar fuera de su papel tradicional como agente económico repartidor, motivo por el cual nuestra estructura política se convirtió en el centro de corrupción más descarado del mundo.
Si uno de nuestros políticos de moda nos arenga gritando, “tenemos que recibir del estado los mismos apoyos que los agricultores de EU,” yo le respondo; solo el PIB de Texas es mayor que el de México. Yo le informaría a este Señor cómo la pobre infraestructura de comunicaciones del país encarece nuestros productos hasta en un 40%. Cómo los derechos de propiedad de los agricultores americanos son sagrados y nunca tuvieron que lidiar con la Reforma Agraria, por lo que han hecho las inversiones requeridas para lograr la productividad de la que hoy hacen gala. Cómo los agricultores americanos se han convertido en los mejores comercializadores del mundo, lo que los ha llevado a crear el mercado para sus productos más sofisticado del planeta en el Chicago Mercantile Exchange. En lugar de apoyo, ¿no necesitaremos otra clase de gobierno?
Dejemos de pedir devaluaciones para competir mientras arruinamos el resto del país. Dejemos de quemar cosechas, tirar la leche y pongámonos a reflexionar sobre los cambios que necesitamos promover para poder no solo sobrevivir, sino aprovechar la oportunidad que nos brinda esta nueva era económica. Reflexionemos que clase de país deseamos construir para que generaciones futuras no tengan que seguir mendigando al Estado. Para quitarles a los políticos mexicanos el poder de decidir quiénes son los ganadores y perdedores en el remedo de economía que hemos tenido. Pero lo más importante, actuemos para llevar a cabo esos cambios.
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