“En México después del fracaso de la revolución Escobarista de 1929, el candidato a la presidencia de tal movimiento, Gilberto Valenzuela, partía a su exilio en los EU cuando mi padre aún estudiaba en Europa. Durante los siguientes años habría un intercambio de cartas entre los dos hermanos que reflejaban el dictado histórico de esa época.”
RICARDO VALENZUELA
En México después del fracaso de la revolución Escobarista de 1929, el candidato a la presidencia de tal movimiento, Gilberto Valenzuela, partía a su exilio en los EU cuando mi padre aún estudiaba en Europa. Durante los siguientes años habría un intercambio de cartas entre los dos hermanos que reflejaban el dictado histórico de esa época.
Las primeras cartas del tío eran tristes cuando dibujaba el negro futuro del país ante lo que se gestaba. Portes Gil ocupaba la presidencia y se iniciaba el maximato en el cual Calles se convertía en el Cesar mexicano puesto que, con el nuevo PNR operando, todos los hilos del poder emergían de sus manos y los tejía alrededor de la geografía nacional aprisionando al país.
De forma premonitoria advertía a mi padre del conflicto económico mundial que se cocinaba. Octubre de ese año presenta al mundo lo que se conocería como La Gran Depresión. Este fenómeno probaría lo que mi tío en conversaciones me comentara; “el capitalismo era algo nuevo y no tenía las avenidas legales para que fluyera con la tranquilidad de los mansos ríos y así, se desbordaba en una destructiva corriente de abusos. Ello le serviría a los mercados libres un desprestigio, injusto tal vez, pero muy conveniente para los gobiernos intervencionistas que nacían.”
En los años que precedían esa gran depresión, en los EU se presentaba algo que luego se conocería como las “expectativas racionales” pero que, en este caso, no lo serían tanto. En Nueva York alguien en esa época comentaba: “Cuando la gente está feliz es mas crédula, audaz y atrevida.” Y escudados con esa felicidad compraban y vendían acciones en medio de una ciega ignorancia. En 1927 esa euforia establecería un record que se antojaba increíble. De 500,000 acciones que cambiaban de manos cada año, el número se elevaría a más de 1,000,000 en medio de una burbuja lista para explotar.
Continuaba don Gilberto. “Dos fenómenos están acudiendo para que el mercado de valores en cualquier momento explote: un incremento ridículo de los márgenes del intercambio, y una marcha acelerada hacia la formación de Fideicomisos de Inversión que nacen ya remendados.” Las acciones tradicionalmente se cotizaban diez veces sus utilidades. Pero esa nueva forma de transacciones, abusando de los préstamos bancarios, emergía como las primeras pirámides de inversión de la era moderna. Para mediados de 1929 algunas acciones se vendían hasta cincuenta veces sus utilidades, cuando el mercado ya afilaba su guadaña.
La Gran Depresión de 1929 se podría comparar con la crisis que abrazara México después del error de Diciembre de 1994 en la cual, los banqueros participaran como especuladores confeccionando la burbuja que luego explotara. Ello sólo requería de una corrección del mercado que, bajo la ley de su creativa destrucción, era normal y así lo indicaba la historia económica del mundo. Pero algo que debería de haber sido solo una ruda sacudida del árbol, las desesperadas intervenciones del gobierno la convirtieron en eso, la gran depresión.
El presidente Hoover era uno de los primeros ingenieros sociales que emergían en el mundo. Su idea de que acciones iniciadas de la punta de la pirámide hacia abajo moldeaba la sociedad y los seres humanos podían ser manipulados como si fueran ladrillos y concreto, había arribado para ya quedarse.
De forma dramática don Gilberto le explicaba a mi padre cómo la Gran Depresión sería el pretexto utilizado por los gobiernos para agigantarse. Calles hacia buen uso del argumento para iniciar la construcción de una sociedad corporativista controlada por la dictadura perfecta, y soportada por una raquítica sociedad civil que nunca se le había permitido florecer.
Desde finales de la primera guerra mundial se había iniciado una lucha entre quienes todavía creían en la sociedad civil, y los debutantes ingenieros sociales cuyo líder era un famoso sociólogo, Thorsten Veblen. Lo que le daba fuerza a este movimiento fue la construcción de la presa Boulder, la cual impresionaba al mundo como un ejemplo de ingeniería capaz de organizar y controlar el poder de la naturaleza, domando su incontrolable fuerza.
Dos hombres que habían sido impresionados por esta maravilla hidroeléctrica, eran Lenin y Stalin quienes ya hacían intentos para dominar la naturaleza en proyectos que luego fracasaran de forma estrepitosa. Veblen presentaba al ingeniero como el nuevo súper hombre. Lo describía como una figura idealista, desinteresada y benevolente que remplazaría al descorazonado hombre de negocios eliminando sus “diabólicos esquemas,” mercados libres y la motivación de las ganancias, para ser sustituidos por una economía compasiva frenado esa ambición que, según ellos, arruinaba a los países.
Hoover no solo abrazaba los conceptos de ingeniería social, él era ingeniero civil de profesión. Años antes se había incorporado al equipo de Wilson en donde absorbía la filosofía de gobierno rector y planificador. Después, al finalizar la primera guerra mundial, a cargo de la “Comisión de Ayuda” adquiría reputación por su eficiente intervencionismo lo cual le creaba simpatías de personajes como el mismo Keynes y, especialmente, F.D. Rossevelt quien afirmaba: “Este hombre es una maravilla y espero podamos hacerlo presidente. No podría haber uno mejor.”
Me impresionaba el tiempo que don Gilberto le dedicaba al análisis de Hoover. Después entendería que de alguna forma lo identificaba con Calles. Hoover había sido Secretario de Comercio en donde se definiera como corporativista e intervencionista. A su paso por la Secretaría incrementaba la burocracia de 13,000 a 18,000 empleados y su costo se dispararía de $24 a $38 millones de dólares. Hoover, al igual que Calles, antes de llegar a la presidencia ya iniciaban esa marcha hacia el corporativismo actuando ambos como caballos de Troya en las administraciones de Obregón, en el caso de México, y de Coolige en los EU.
Calles abrazaba las teorías de Gunnar Myrdal quien afirmaba la democracia era estúpida, las masas irracionales y, por eso, un grupo elite debería de tomar control por el bien de ellos (el positivismo de Porfirio Díaz). Leía y releía las cartas de don Gilberto y realmente no entendía cómo este material no hubiera sido incluido en los libros de historia de nuestro país. No entendía cómo en el presente que vive este México, tan agraviado y confuso, nadie se hubiera preocupado de explorar otras avenidas de nuestro pasado para entender este presente.
Los años del exilio de don Gilberto cambiarían el rumbo de la historia en mundo entero y en particular en los EU. Con la avenida de Roosevelt y su New Deal se cerraba un importante capítulo para abrir otro que, luego, como los pecados del pasado, regresaría para hostigar al pueblo americano cuando el gobierno viajara de consumir el 20% de su PIB, a un increíble 50%. A México le esperaban un vía crucis de 70 años.
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