Friday, October 28, 2016

¿Moral? Ah, es un árbol que da moras





“Después de 200 años perdidos en el laberinto de la oscuridad, encontramos que la naturaleza de la república y el estado actual de nuestro gobierno se ubican en el fondo del barril de nuestras prioridades.”

RICARDO VALENZUELA
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Durante los años 40 y 50, en el panorama nacional cabalgaba un pintoresco personaje quien, sin lugar a dudas, representaba al clásico cacique político—empresarial mexicano; Gonzalo N. Santos, El Alazán Tostado. En cierta ocasión alguien le recriminaba no conocer el significado de moral. El Alazán Tostado con rapidez y excitación responde… ”cómo no, es el árbol que da moras.”
Alguien describía la moralidad de un prominente miembro del Opus Dei cuando afirmaba: “Este cabrón piensa que el único pecado en la lista es el coito fuera del matrimonio.” 


 
El término República tuvo un significado especial para los mexicanos que lucharon por la independencia, contra los imperios y finalmente por tierra y libertad. La forma de gobierno que reclamara Hidalgo y culminara en la Constitución de 1857, era única y muy claramente señalaba los límites de los poderes otorgados al gobierno. Esa Constitución liberal de forma muy precisa expresaba que el gobierno no debería de interferir para coartar esa energía pacífica y creativa de sus ciudadanos. Ello era la sangre de la nación que debería catapultar a México para alcanzar sus grandes visiones.
Sin embargo, después de 200 años perdidos en el laberinto de la oscuridad, encontramos que la naturaleza de la república y el estado actual de nuestro gobierno se ubican en el fondo del barril de nuestras prioridades.
Si comparamos el gobierno actual con el marco descrito por esa constitución liberadora, debería de ser motivo de gran preocupación para quienes piensen con responsabilidad, visión y sentido común, en el futuro del país más allá de sólo la siguiente elección. Los materiales originales que fueron utilizados para elaborar la mezcla del edificio nacional, se han abandonado totalmente y ahora la estructura presenta graves grietas y cimientos arenosos.
Al inicio de nuestra historia, sabíamos que una sociedad libre es sustentada por dos pilares: libertades civiles y la economía de mercado. Pero de inmediato el concepto fue atacado creando lo que en 1860 Francisco Cosmes bautizó como la “honorable tiranía.” En el México actual se enfrentan dos grupos: Aquellos que promueven “cierta libertad” económica pero coartan las libertades personales. En el otro extremo los que vomitan ante la libertad de la economía y, según ellos, abrazan las libertades civiles. Desgraciadamente hay muy pocos mexicanos que defiendan esa libertad en todo su amplio significado.
Así hemos arribado al siglo XXI sin entender con claridad, o sin creer, en esos principios cardinales de la constitución original—la separación de poderes y el federalismo. Renegando de ellos hemos permitido se construya un gobierno omnipotente y centralizado. Órdenes ejecutivas, agencias reguladoras, un sistema judicial corrupto y una separación de poderes que se asemeja a una rabiosa coyotera devorando un indefenso becerro, son ahora las herramientas de navegación de nuestro gobierno, nuestra economía y nuestras vidas.
Tuvimos un congreso reducido a sirviente del ejecutivo y ahora convertido en una cena de cosacos embriagados con ese vodka de la irresponsabilidad. Por ello, se escuchan las voces de la gente a través de las encuestas, referéndums o machetazos, permitiendo a los políticos el medir su irresponsable audacia y el aguante de los mexicanos. Este nuevo estilo de mercadotecnia política se contrapone totalmente a los principios fundamentales de la constitución, la que debería de proteger los derechos de las minorías de los abusos de las mayorías. Ese voto mayoritario de los influyentes jamás estuvo considerado en la carta magna como una fórmula de control del resto de la gente.
En las sociedades libres los individuos deben de tener el control total de sus vidas recibiendo los beneficios o los castigos, como consecuencias de sus acciones. Pero cuando el individuo se convierte en una pieza del ajedrez del estado, la sociedad está sentenciada a marchitarse y desaparecer. Esa ha sido la vereda que México ha recorrido durante toda su vida independiente. Tenemos una sociedad en la cual la libertad individual es un producto sin valor, esa energía creativa tan urgentemente requerida para propósitos productivos, al igual que las flores sin agua se marchita. Los gobiernos no producen absolutamente nada y en sus esfuerzos para redistribuir riqueza lo único que logran es destruirla.
Es una cómoda comisión el rechazar la libertad cuando se piensa que ese gobierno dadivoso será perdurable. La libertad es rechazada porque debe ir acompañada de responsabilidad y el aceptar esa responsabilidad individual, practicar la ética del trabajo y las reglas de coexistencia pacífica, y en eso México se ha convertido en tarea desagradable. Es más grande la tentación de aceptar la falacia de que todos nos podemos beneficiar de la benevolencia del estado.
A los amantes de la libertad, la gente nos dice el que es una pérdida de tiempo el tratar de cambiar la dirección del camino recorrido. El que nadie nos escucha puesto que el desarrollo de ese gobierno centralizado es algo que no se puede revertir. Nos dicen que a las masas sólo les interesa el que se les siga prometiendo el paraíso y las elites son las más ferozmente opuestas a los cambios, y así seguir recibiendo los beneficios del estatismo.
Thomas Jefferson al final de su vida advirtió el que los logros materiales que aguardaban en el futuro de los EU, serían el canto de las sirenas que podrían provocar los ciudadanos olvidaran sus responsabilidades como sociedad libre. El elemento clave para él era algo que las leyes no pueden instalar; el “carácter” de la gente. Ese carácter para respetar a otros, sus libertades, sus propiedades. Otro de los grandes, Samuel Adams, también previno a las futuras generaciones cuando se refería a la “buena conducta” como el ingrediente vital para el desarrollo de una sociedad, y afirmaba: “Ni la mejor constitución ni las leyes más sabias serán capaces de asegurar la libertad y la felicidad de la gente, cuando esa buena conducta ha sido corrompida.”
Pero carácter e integridad no son responsabilidad de gobiernos. Son reflejo del material de los pueblos y solo ellos lo pueden modificar. Cuando un gobierno asume el papel de promotor de la virtud, se le abre la puerta a la tiranía. El ingrediente para promover virtud, armonía y hermandad, es ese raro producto llamado libertad. El futuro de México depende de ello, del carácter y la buena conducta de sus ciudadanos. Algo que traducido sería creencias, actitudes, valores, esquemas mentales que si no se modifican, no habrá constitución, sabias leyes, ni grandes hombres capaces de modificar nuestro futuro. 
Mientras sigamos manejando conceptos como, ¿Moral? árbol que da moras, Justo ¿Qué no fue el revolucionario Justo Sierra? ¿Palabra? fue una película de Pedro Infante; ¿Libertad? arrebatinga dijo la gringa; ¿pecado? el coito; Caridad ¿No fue una vieja que escribía novelas? ¿Honor? algo que sale en las películas de guerra. Continuaremos produciendo el mexicano enano que ha mantenido al país anclado a la mediocridad.

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