Saturday, October 29, 2016

Se acabó la Revolución Guaquilariana





“Ahora, con cierta paz, tranquilamente debemos leer los pensamientos de ese verdadero héroe que fue Simón Bolívar, y compararlos con la diarrea verbal del fallecido Comandante.”


RICARDO VALENZUELA
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En la cultura ranchera de mi tierra la calificación más alta que se le da a un buen vaquero para considerarlo como tal, es la forma en que amansan sus caballos. Uno bueno, al entregarle un potro bruto lo transforma en un dócil animal, obediente a la rienda, noble ante el comando de su jinete. Mientras que un mal vaquero convierte el potro en algo imposible de controlar, no obedece la rienda, rabioso, se espanta y se azota. En el rancho de mi abuelo moraba un vaquero famoso por los malos caballos que producía y le apodaban “El Guaquila.” Los caballos de El Guaquila eran tan temidos, que nadie se atrevía a montarlos. 


 
Hace unos años miraba los noticieros cuando aparece Hugo Chávez con su clásica boina roja, su cara abotagada, con la mirada de un enfurecido demente arengando a sus salvajes seguidores y retando a los EU hasta llegar a calificar al presidente Bush de “pendejo,” para luego continuar amagando a sus opositores, a la OEA, y a todos los no simpatizantes de su famosa revolución bolivariana. Fue en esos momentos que, como algo automático, me viene a la mente “esta mula espantada parece que la amansó el Guaquila.”
Pero finalmente se acabó ese tormento, se acabó la revolución Guaquilariana porque sin Chávez ya no existe. Pero lo que sucede en Venezuela en estos momentos es increíble, santifican a su verdugo.
Nadie propone festejar que haya fallecido, pero lo que no debe aceptarse es que alguien que persiguió a opositores, los encarceló, mandó al exilio a los que se oponían a sus ideas, encarceló a una juez por no fallar cómo él quería y además la juez fue violada en la cárcel, acomodó la constitución a su propósito de perpetuarse en el poder, se paraba en una plaza y, cuál dictador omnipotente, decía “exprópiese”, sin respetar la propiedad privada, clausuró medios de comunicación opositores y una serie de atropellos interminable a los derechos individuales.
Este adalid de los pobres que tanto odiaba a los ricos, ha dejado una fortuna que los expertos ubican en los 2,000 millones de dólares. Del trillón de dólares que recibió Venezuela por las ventas de petróleo en el mandato de Chávez, más de 100,000 millones fueron a dar a su familia y a su círculo de incondicionales. Su flotilla de aviones, para uso personal y de su familia, cuenta con un avalúo de 150 millones de dólares.
Chávez fue un gran showman. Mantenía audiencias entretenidas durante horas exponiendo un cautivador cuento acerca de cuán crueles y terribles son los capitalistas extranjeros, y cómo su revolución bolivariana estaba arreglando ese mundo ingrato. Se hacía acompañar por actores segundones para dar potencia a sus mensajes. La idea del Socialismo del Siglo 21, del cual reclamaba autoría, era tan ridículo e incongruente que cualquier persona con un IQ de 50 se hubiera muerto de la risa al escucharlo.
Chávez pertenece a esa larga lista de tradicionales líderes sur americanos que, a base de su demagogia, enloquecían a las multitudes. Como Perón, Castro y Melgarejo, fue un líder que no solo las masas adoraron, también fue lo que esas masas merecían. Chávez casi destruyó Venezuela, pero las masas ahora lo santifican. Pagó caro esos afectos. De los ingresos del petróleo regaló más de 100 billones de dólares y de esa forma compraba la docilidad de los perversos.
Pero ya no tendremos que aguantar las explosiones aguaquiladas del comandante Hugo Chávez, el show ha terminado. Ahora, con cierta paz, tranquilamente debemos leer los pensamientos de ese verdadero héroe que fue Simón Bolívar, y compararlos con la diarrea verbal del fallecido Comandante:
“En cuanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y las virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas enteramente populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina. Desgraciadamente estas cualidades parecen estar muy distantes de nosotros, y por el contrario, estamos dominados de los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la española, que sólo ha sobresalido en fiereza, ambición, venganza y codicia.”
““Es más difícil, dice Montesquieu, rescatar un pueblo de la servidumbre que subyugar uno libre”. Esta verdad está comprobada por los anales de los tiempos que nos muestran las naciones libres amenazadas, y muy pocas de las esclavas recobrar su libertad. A pesar de ello, los meridionales de este continente han manifestado el intento de construir instituciones liberales, sin duda, efecto del instinto que tienen todos los hombres de lograr la felicidad; la que se alcanza, infaliblemente, en las sociedades civiles cuando están fundadas sobre las bases de la justicia y la libertad. Pero ¿seremos nosotros capaces de mantener en su verdadero equilibrio la difícil carga de una república? ¿Se puede concebir que un pueblo recientemente desencadenado se lance a la esfera de la libertad sin que, como a Icaro, se le deshagan las alas y recaiga en el abismo? Tal prodigio es inconcebible, nunca visto. Por consiguiente, no hay un raciocinio que nos halague con esta esperanza.”
“Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su protección, se nos verá cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia la grandeza a que está destinada la América meridional; entonces las ciencias y las artes que han ilustrado la Europa volarán a la América libre, que las convidará con un asilo.”
La libertad fue el móvil de la acción de este genio americano pero sabía que ésta no es completa si no se acompaña de educación, trabajo, justicia y una acrisolada moral que convierta en integral la obra del estadista. Conducir masas es tarea fácil, pero hacerlo con acierto es obra de titanes, y es en donde radica la grandeza del político. Hay líderes inteligentes y honestos, pero abundan los politiqueros, nebulosas figuras de arena fabricadas por la propaganda y por ende, sin asideros en la historia de los pueblos, son los que nacen para desaparecer con la “muerte física”. Son de la caballada del Guaquila.
Poco antes de su muerte Bolívar decepcionado y con visión profética, predijo cómo los pueblos de América Latina sucumbirían bajo de bota militar de tiranos como Chávez y afirmaba: “Durante toda mi vida luché por la libertad de estos pueblos y, al final de ella, siento que estuve arando en el mar”. Parecía adivinar una cabalgata del Guaquila por toda la región produciendo sus “mulas espantadas.”
En la patria de ese gran estadista ya no lo ofenderán con esa Revolución Bolivariana, y en el país que le dio su nombre; Bolivia, ya no lo podrán enlodar pues sin la teta, ahora tienen que trabajar. Los que amamos la libertad, ante la partida de Chávez, podemos respirar un poco más tranquilos sabiendo que los hermanos venezolanos tienen otra oportunidad, pues la caricaturesca función ha terminado.

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