“EL AROMA DE LIBERTAD PROMOVIDO POR FRANCISCO MARROQUÍN, AUN SE RESPIRA EN GUATEMALA. LA SEMILLA LIBERAL DE DON MANUEL AYAU, ESTÁ GERMINANDO EN ESTE PAÍS CENTROAMERICANO. DIOS BENDIGA A DON MANUEL.”
RICARDO VALENZUELA
Una de las lecciones más importantes que deberíamos haber aprendido en América Latina, es cómo nuestros sistemas estatistas, intervencionistas, autócratas y mercantilistas nos produjeron lo que yo he llamado el siglo perdido, cuando me refiero al Siglo XX. Sin embargo, hay pensadores que se refieren a “los siglos perdidos,” pues en opinión de muchos de ellos, desde que los países latinoamericanos lograron su independencia de España, iniciaron un torbellino de errores en la conducción de sus políticas que nos sitúan en estos momentos como una de las regiones del vergonzoso tercer mundo.
Uno de los participantes más activos en este proceso ha sido el que los autores Apuleyo, Vargas Llosa y Montaner bautizaron como el perfecto idiota latinoamericano. Este venerado sujeto no es producto de la generación espontánea, sino de una larga gestación que tiene casi dos siglos de historia. Todo se inició cuando las colonias hispanoamericanas rompieron los lazos que las unían a Madrid, y enseguida los padres de la patria formularon la inevitable pregunta: ¿por qué a nuestras republicas —que de inmediato entraron en un período de caos y empobrecimiento— les va peor que a los vecinos norteamericanos? que en esos momentos eran solo trece pobres colonias.
Pero ya en 1815 Simón Bolívar había hecho una predicción apocalíptica en uno de sus escritos: “En tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y las virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del norte, los sistemas populistas, lejos de sernos favorables, serán nuestra ruina. Desgraciadamente estas cualidades parecen estar muy distantes de nosotros; por el contrario, estamos dominados de los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la española que solo ha sobresalido por su fiereza, ambición, venganza y codicia.”
Ante la consumación de la independencia de nuestra América Latina, de inmediato se inició la lucha entre los conservadores españolistas católicos que pretendían construir países a la imagen y semejanza de la madre patria, y los nuevos liberales enemigos de la tradición heredada de una España inflexible, oscurantista y dictatorial, agravada por la mala influencia del catolicismo conservador y cómplice de aquellos revueltos tiempos. Este nuevo movimiento liberal en el siglo XIX fue encabezado por dos grandes pensadores: Francisco Bilbao y Domingo Faustino Sarmiento, quienes sustentaban la tesis de construir una América Latina a imagen y semejanza de la nueva nación anglosajona.
En México ese enfrentamiento fue especialmente sangriento. Las luchas entre liberales y conservadores nos hicieron perder todo el siglo XIX y, más trágico, la mitad de nuestro territorio. El triunfo liberal de Juárez no hizo más que cambiar el tono de la batalla. Ahora era por el poder y entre los mismos liberales. Así nació la dictadura de Porfirio Díaz. Sin embargo, en 1900 el uruguayo Enrique Rodó publicaría un libro que cambiaría de forma explosiva el entorno de la época; Ariel. ¿Qué fue lo que logró la publicación? Tres cosas: convencer de la superioridad de la cultura humanista latina frente al pragmatismo anglosajón; El fin de la influencia positivista comtiana en América Latina, y el rechazo al antiespañolismo de Sarmiento. Había que asumir la herencia y el legado de España; nuestra suerte estaba echada.
La roca que dejó caer Rodó en el lago latinoamericano produjo dos vertientes; La primera le dio vida al nacionalismo agrario que inspirara la revolución mexicana; y la segunda, la aparición del marxismo como influencia muy directa en nuestros pensadores, presente desde el momento del triunfo de la revolución rusa. De la revolución mexicana quedó la mitología ranchera de Pancho Villa, y la también sugerente reivindicación agrarista cuajada en torno a la borrosa figura de Emiliano Zapata. Quedó asimismo la Constitución de 1917 con su fractura del orden liberal creado por Juárez, y el surgimiento del compromiso por parte del estado de importar felicidad y prosperidad para todos los ciudadanos mediante la “justa repartición de la riqueza.”
El proyecto liberal de Bolívar y de Juárez moría al nacer. A partir de esos momentos esas dos vertientes dominaron el espectro político de América Latina. El marxismo, aunque Fidel Castro sin éxito trató de implantar en todas las naciones, tuvo sus cortos coqueteos en Chile, Nicaragua y enraizó en Cuba. El estatismo, nacionalismo agrario se asentó en el resto del continente provocando que se perdiera el siglo XX.
En todos estos años, sin embargo, se escuchaba una solitaria voz en un pequeño país centroamericano. La voz liberal del Dr. Manuel Ayau en Guatemala predicando el evangelio de la libertad. Don Manuel, inclusive, fundó la única Universidad liberal del mundo; la Universidad Francisco Marroquín, misma que se ha convertido en el templo de los clásicos valores liberales como competencia, respeto a los derechos de propiedad, mercados libres, igualdad ante la ley y gobierno limitado. En una región en la que se funden las guerrillas marxistas, los teólogos de la liberación, los gorilas “derechistas,” Don Manuel Ayau surgía como el apóstol de la libertad en esta averiada América Latina.
En su cruzada el Dr. Ayau se hacía de enemigos poderosos en ambos lados del espectro político; la izquierda fundamentalista y la derecha acomodaticia; No digamos los curas de la teología de la liberación. En una región en la que los intelectuales gritan “viva el Che y yanquis go home” en lugar de “adelante con el libre comercio;” se esperaría que los EU apoyaran un esfuerzo liberal como el del Dr. Ayau, mas nunca lo hizo, pero el continuaba con su cruzada de libertad.
Don Manuel hablaba de un sistema fiscal con un solo impuesto, condenaba los sistemas educativos del gobierno, afirmaba la legislación laboral proteccionista arruina el empleo y reparte pobreza, la libertad económica es el principal ingrediente en el potaje de la prosperidad, el federalismo. Si América Latina hubiera contado con muchos Manuel Ayau, otro seria nuestro panorama en estos momentos.
Pero la llama que encendiera Don Manuel permanece viva y latente. En estos momentos estoy volando de Houston a la ciudad de Guatemala para participar en un coloquio promovido por la universidad que él formara, la Universidad Francisco Marroquín, bautizada en honor de un liberal puro e idealista, el Obispo de Santiago, Guatemala en 1530, Francisco Marroquín, gran promotor de la educación y la libertad cuya jornada para establecer una “nueva sociedad en libertad,” lo catapultara a la gubernatura del país.
El aroma de libertad promovido por Francisco Marroquín, aun se respira en Guatemala. La semilla liberal de don Manuel Ayau, está germinando en este país centroamericano. Dios bendiga a don Manuel.
Una de las lecciones más importantes que deberíamos haber aprendido en América Latina, es cómo nuestros sistemas estatistas, intervencionistas, autócratas y mercantilistas nos produjeron lo que yo he llamado el siglo perdido, cuando me refiero al Siglo XX. Sin embargo, hay pensadores que se refieren a “los siglos perdidos,” pues en opinión de muchos de ellos, desde que los países latinoamericanos lograron su independencia de España, iniciaron un torbellino de errores en la conducción de sus políticas que nos sitúan en estos momentos como una de las regiones del vergonzoso tercer mundo.
Uno de los participantes más activos en este proceso ha sido el que los autores Apuleyo, Vargas Llosa y Montaner bautizaron como el perfecto idiota latinoamericano. Este venerado sujeto no es producto de la generación espontánea, sino de una larga gestación que tiene casi dos siglos de historia. Todo se inició cuando las colonias hispanoamericanas rompieron los lazos que las unían a Madrid, y enseguida los padres de la patria formularon la inevitable pregunta: ¿por qué a nuestras republicas —que de inmediato entraron en un período de caos y empobrecimiento— les va peor que a los vecinos norteamericanos? que en esos momentos eran solo trece pobres colonias.
Pero ya en 1815 Simón Bolívar había hecho una predicción apocalíptica en uno de sus escritos: “En tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y las virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del norte, los sistemas populistas, lejos de sernos favorables, serán nuestra ruina. Desgraciadamente estas cualidades parecen estar muy distantes de nosotros; por el contrario, estamos dominados de los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la española que solo ha sobresalido por su fiereza, ambición, venganza y codicia.”
Ante la consumación de la independencia de nuestra América Latina, de inmediato se inició la lucha entre los conservadores españolistas católicos que pretendían construir países a la imagen y semejanza de la madre patria, y los nuevos liberales enemigos de la tradición heredada de una España inflexible, oscurantista y dictatorial, agravada por la mala influencia del catolicismo conservador y cómplice de aquellos revueltos tiempos. Este nuevo movimiento liberal en el siglo XIX fue encabezado por dos grandes pensadores: Francisco Bilbao y Domingo Faustino Sarmiento, quienes sustentaban la tesis de construir una América Latina a imagen y semejanza de la nueva nación anglosajona.
En México ese enfrentamiento fue especialmente sangriento. Las luchas entre liberales y conservadores nos hicieron perder todo el siglo XIX y, más trágico, la mitad de nuestro territorio. El triunfo liberal de Juárez no hizo más que cambiar el tono de la batalla. Ahora era por el poder y entre los mismos liberales. Así nació la dictadura de Porfirio Díaz. Sin embargo, en 1900 el uruguayo Enrique Rodó publicaría un libro que cambiaría de forma explosiva el entorno de la época; Ariel. ¿Qué fue lo que logró la publicación? Tres cosas: convencer de la superioridad de la cultura humanista latina frente al pragmatismo anglosajón; El fin de la influencia positivista comtiana en América Latina, y el rechazo al antiespañolismo de Sarmiento. Había que asumir la herencia y el legado de España; nuestra suerte estaba echada.
La roca que dejó caer Rodó en el lago latinoamericano produjo dos vertientes; La primera le dio vida al nacionalismo agrario que inspirara la revolución mexicana; y la segunda, la aparición del marxismo como influencia muy directa en nuestros pensadores, presente desde el momento del triunfo de la revolución rusa. De la revolución mexicana quedó la mitología ranchera de Pancho Villa, y la también sugerente reivindicación agrarista cuajada en torno a la borrosa figura de Emiliano Zapata. Quedó asimismo la Constitución de 1917 con su fractura del orden liberal creado por Juárez, y el surgimiento del compromiso por parte del estado de importar felicidad y prosperidad para todos los ciudadanos mediante la “justa repartición de la riqueza.”
El proyecto liberal de Bolívar y de Juárez moría al nacer. A partir de esos momentos esas dos vertientes dominaron el espectro político de América Latina. El marxismo, aunque Fidel Castro sin éxito trató de implantar en todas las naciones, tuvo sus cortos coqueteos en Chile, Nicaragua y enraizó en Cuba. El estatismo, nacionalismo agrario se asentó en el resto del continente provocando que se perdiera el siglo XX.
En todos estos años, sin embargo, se escuchaba una solitaria voz en un pequeño país centroamericano. La voz liberal del Dr. Manuel Ayau en Guatemala predicando el evangelio de la libertad. Don Manuel, inclusive, fundó la única Universidad liberal del mundo; la Universidad Francisco Marroquín, misma que se ha convertido en el templo de los clásicos valores liberales como competencia, respeto a los derechos de propiedad, mercados libres, igualdad ante la ley y gobierno limitado. En una región en la que se funden las guerrillas marxistas, los teólogos de la liberación, los gorilas “derechistas,” Don Manuel Ayau surgía como el apóstol de la libertad en esta averiada América Latina.
En su cruzada el Dr. Ayau se hacía de enemigos poderosos en ambos lados del espectro político; la izquierda fundamentalista y la derecha acomodaticia; No digamos los curas de la teología de la liberación. En una región en la que los intelectuales gritan “viva el Che y yanquis go home” en lugar de “adelante con el libre comercio;” se esperaría que los EU apoyaran un esfuerzo liberal como el del Dr. Ayau, mas nunca lo hizo, pero el continuaba con su cruzada de libertad.
Don Manuel hablaba de un sistema fiscal con un solo impuesto, condenaba los sistemas educativos del gobierno, afirmaba la legislación laboral proteccionista arruina el empleo y reparte pobreza, la libertad económica es el principal ingrediente en el potaje de la prosperidad, el federalismo. Si América Latina hubiera contado con muchos Manuel Ayau, otro seria nuestro panorama en estos momentos.
Pero la llama que encendiera Don Manuel permanece viva y latente. En estos momentos estoy volando de Houston a la ciudad de Guatemala para participar en un coloquio promovido por la universidad que él formara, la Universidad Francisco Marroquín, bautizada en honor de un liberal puro e idealista, el Obispo de Santiago, Guatemala en 1530, Francisco Marroquín, gran promotor de la educación y la libertad cuya jornada para establecer una “nueva sociedad en libertad,” lo catapultara a la gubernatura del país.
El aroma de libertad promovido por Francisco Marroquín, aun se respira en Guatemala. La semilla liberal de don Manuel Ayau, está germinando en este país centroamericano. Dios bendiga a don Manuel.
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