“Importantes organizaciones de salud y de negocios han alzado ya la voz de alarma afirmando el que la depresión generalizada de la fuerza de trabajo, está causando un serio impacto en la productividad de la economía americana.”
RICARDO VALENZUELA
Estados Unidos se encuentra en medio de fenómeno económico que nadie parece entender, mucho menos rastrear sus causas. Después de casi 30 años de agresivo crecimiento, sólo interrumpido por una leve recesión que le costó la Presidencia a Bush I, el país inició otra mucho más larga y severa la segunda parte del año 2000; es decir, Bush II la heredó. Pero se complicó aún más con los ataques terroristas y después la guerra con Irak cayendo en el lago de la burbuja hipotecaria y casi una depresión. Los economistas se jalan los cabellos tratando de encontrar explicaciones cuando el termómetro más popular para medir el pulso de la economía; la confianza del consumidor, se encuentra como Mike Tyson después de su última pelea.
Al inicio de un día normal luego de leer los diarios, visitar los canales de TV especialistas en asuntos financieros, los portales de los economistas más prestigiados del mundo, terminamos más confundidos. Es un hecho el que la economía número uno del mundo ya por años ha vivido un proceso de inundación de papel fiat de parte del FED, del cual muy pocos parecen estar conscientes y los que lo están, no se ponen de acuerdo al identificar sus verdaderas consecuencias. Sin embargo, hay una nueva corriente de pensamiento que ha agregado un interesante ingrediente a este potaje de confusión: Depresión; y no, no hablamos de la gran Depresión de 1929, hablamos de la gran depresión emocional que sufren los trabajadores americanos.
Importantes organizaciones de salud y de negocios han alzado ya la voz de alarma afirmando el que la depresión generalizada de la fuerza de trabajo, está causando un serio impacto en la productividad de la economía americana. En esta nueva economía de servicios, de información alimentada basándose en creatividad, en al cual se requiere a sus participantes estar alerta, optimistas, enérgicos y motivados para responder ágilmente a los estímulos; el estado de salud mental es de importancia fundamental. Novedosas investigaciones nos indican que el costo de la depresión a la economía es de más de 200 billones de dólares. Pero otras aún más recientes y sofisticadas nos informan que las pérdidas producidas por empleados “trabajando deprimidos,” pueden ser 10 veces mayor que el ausentismo.
Cuando tuve acceso a esta información, de inmediato vino a mi mente el título de la obra magna de ese gran economista, Von Mises; “La Acción Humana.” Me parece que entre las olas de tecnología, movilización instantánea de capitales, sofisticación de los instrumentos financieros, hemos olvidado que finalmente lo que cincela las economías del mundo es; La Acción Humana. En las inversiones que hacen empresas y países en capital humano, parece que hemos olvidado que el activo más importante de la gente es su sanidad mental. Larry Kudlow, un prestigiado economista, afirma el que la economía ya ha recibido estímulos monetarios y fiscales requeridos (según Obama), lo que ahora demanda el mercado es que el Presidente Obama “de la cara más seguido tomando responsabilidad por sus errores, asegurando cambio de ruta que se traduzca en consumidores más alegres.”
Hace casi 200 años Henry David Thoreau escribió: “La mayoría de los hombres viven vidas de silenciosa desesperación.” Pero nunca imaginó que hacía una importante afirmación económica. Esa callada desesperación que domina a mucha gente, actúa como una grieta en la estructura de un barco que lentamente lo inunda y lo hará naufragar; es una pequeña herida que poco a poco desangra a quien la sufre, para finalmente provocarle la muerte. Pero algo aún más grave, es el darnos cuenta que personas que ocupan importantes posiciones de liderazgo, cuando sufren de esa silenciosa depresión desarrollando sus responsabilidades, contagian con gravedad a sus tropas que se dan por derrotadas.
Los periodos de comportamiento económico más negativos de los EU, han sido aquellos en los cuales los Presidentes eran hombres que sufrían de profundas depresiones: Lyndon Johnson (1963-1968), Richard Nixon (1968-1974), Jimmy Carter (1976-1980) siendo este último quien, en uno de sus estados depresivos, condenó al país a la negra Malasie que él veía e invitaba a los americanos a prepararse para una vida de privaciones y decadencia. Fue tal el periodo depresivo de Carter que los EU fueron sentenciados por el mundo entero a iniciar una caída similar a la del Imperio Romano, siendo atropellados por los japoneses.
Cuando una sociedad es atrapada en lo que Keynes llamaba olas de optimismo y pesimismo, entramos al laberinto de las “expectativas racionales” en el cual esa conciencia colectiva de la sociedad provoca suceda lo mismo que tanto teme o lo que sueña con ilusión. Es por ello que a rama de la economía del comportamiento humano, hace unos años se otorgara el premio Nobel no a un economista, sino de un psicólogo que había dedicado su vida a ello, el estudio de La Acción Humana.
La teoría de las Expectativas racionales fue originalmente expuesta por John F. Muth y desarrollada por Robert Lucas (del mismo recinto de Chicago), junto con Thomas J. Sargent, la cual señaló nortes de las explicaciones macroeconómicas de los años setenta y ochentas, basadas en la percepción a futuro por los agentes económicos. El supuesto en el que se basa este modelo, es que los ciudadanos aprenden de sus propios errores. El efecto práctico puede ser demoledor: por ejemplo, si esperan un aumento de la inflación, los agentes económicos tenderán a ajustar los salarios y los precios de manera que se producirá un alza general de precios, por lo que la política económica debería generar expectativas que, en vez de producir angustia y mayores presiones inflacionarias, induzcan a la estabilidad y calma de los mercados.
Uno de los graves problemas que ha mantenido a México suspendido en las redes de la mediocridad, es precisamente esa actitud derrotista producto de los mapas mentales que inundan nuestro valle de lágrimas. El “hágase señor tu voluntad así en la tierra como en el cielo,” nos ha privado de ese ingrediente vital para una economía; mi voluntad para triunfar. El considerar que hemos nacido para sufrir y nuestra recompensa será en otra vida, nos ha privado de lo que Ayn Rand llamara “egoísmo racional”.
Pero finalmente lo que más afecta la conducta de los mexicanos, es observar las barrabasadas de nuestros gobiernos frente a problemas tan graves como una economía cadavérica, el narco y la violencia, los maestros terroristas, la corrupción, los gobernadores caciques saqueando a los estados. El ver que nuestro futuro es incierto por lo que, nuestras expectativas racionales e irracionales no son sueños placenteros, sino horripilantes pesadillas y ello sigue cincelando nuestra economía y, más grave, nuestro futuro.
Estados Unidos se encuentra en medio de fenómeno económico que nadie parece entender, mucho menos rastrear sus causas. Después de casi 30 años de agresivo crecimiento, sólo interrumpido por una leve recesión que le costó la Presidencia a Bush I, el país inició otra mucho más larga y severa la segunda parte del año 2000; es decir, Bush II la heredó. Pero se complicó aún más con los ataques terroristas y después la guerra con Irak cayendo en el lago de la burbuja hipotecaria y casi una depresión. Los economistas se jalan los cabellos tratando de encontrar explicaciones cuando el termómetro más popular para medir el pulso de la economía; la confianza del consumidor, se encuentra como Mike Tyson después de su última pelea.
Al inicio de un día normal luego de leer los diarios, visitar los canales de TV especialistas en asuntos financieros, los portales de los economistas más prestigiados del mundo, terminamos más confundidos. Es un hecho el que la economía número uno del mundo ya por años ha vivido un proceso de inundación de papel fiat de parte del FED, del cual muy pocos parecen estar conscientes y los que lo están, no se ponen de acuerdo al identificar sus verdaderas consecuencias. Sin embargo, hay una nueva corriente de pensamiento que ha agregado un interesante ingrediente a este potaje de confusión: Depresión; y no, no hablamos de la gran Depresión de 1929, hablamos de la gran depresión emocional que sufren los trabajadores americanos.
Importantes organizaciones de salud y de negocios han alzado ya la voz de alarma afirmando el que la depresión generalizada de la fuerza de trabajo, está causando un serio impacto en la productividad de la economía americana. En esta nueva economía de servicios, de información alimentada basándose en creatividad, en al cual se requiere a sus participantes estar alerta, optimistas, enérgicos y motivados para responder ágilmente a los estímulos; el estado de salud mental es de importancia fundamental. Novedosas investigaciones nos indican que el costo de la depresión a la economía es de más de 200 billones de dólares. Pero otras aún más recientes y sofisticadas nos informan que las pérdidas producidas por empleados “trabajando deprimidos,” pueden ser 10 veces mayor que el ausentismo.
Cuando tuve acceso a esta información, de inmediato vino a mi mente el título de la obra magna de ese gran economista, Von Mises; “La Acción Humana.” Me parece que entre las olas de tecnología, movilización instantánea de capitales, sofisticación de los instrumentos financieros, hemos olvidado que finalmente lo que cincela las economías del mundo es; La Acción Humana. En las inversiones que hacen empresas y países en capital humano, parece que hemos olvidado que el activo más importante de la gente es su sanidad mental. Larry Kudlow, un prestigiado economista, afirma el que la economía ya ha recibido estímulos monetarios y fiscales requeridos (según Obama), lo que ahora demanda el mercado es que el Presidente Obama “de la cara más seguido tomando responsabilidad por sus errores, asegurando cambio de ruta que se traduzca en consumidores más alegres.”
Hace casi 200 años Henry David Thoreau escribió: “La mayoría de los hombres viven vidas de silenciosa desesperación.” Pero nunca imaginó que hacía una importante afirmación económica. Esa callada desesperación que domina a mucha gente, actúa como una grieta en la estructura de un barco que lentamente lo inunda y lo hará naufragar; es una pequeña herida que poco a poco desangra a quien la sufre, para finalmente provocarle la muerte. Pero algo aún más grave, es el darnos cuenta que personas que ocupan importantes posiciones de liderazgo, cuando sufren de esa silenciosa depresión desarrollando sus responsabilidades, contagian con gravedad a sus tropas que se dan por derrotadas.
Los periodos de comportamiento económico más negativos de los EU, han sido aquellos en los cuales los Presidentes eran hombres que sufrían de profundas depresiones: Lyndon Johnson (1963-1968), Richard Nixon (1968-1974), Jimmy Carter (1976-1980) siendo este último quien, en uno de sus estados depresivos, condenó al país a la negra Malasie que él veía e invitaba a los americanos a prepararse para una vida de privaciones y decadencia. Fue tal el periodo depresivo de Carter que los EU fueron sentenciados por el mundo entero a iniciar una caída similar a la del Imperio Romano, siendo atropellados por los japoneses.
Cuando una sociedad es atrapada en lo que Keynes llamaba olas de optimismo y pesimismo, entramos al laberinto de las “expectativas racionales” en el cual esa conciencia colectiva de la sociedad provoca suceda lo mismo que tanto teme o lo que sueña con ilusión. Es por ello que a rama de la economía del comportamiento humano, hace unos años se otorgara el premio Nobel no a un economista, sino de un psicólogo que había dedicado su vida a ello, el estudio de La Acción Humana.
La teoría de las Expectativas racionales fue originalmente expuesta por John F. Muth y desarrollada por Robert Lucas (del mismo recinto de Chicago), junto con Thomas J. Sargent, la cual señaló nortes de las explicaciones macroeconómicas de los años setenta y ochentas, basadas en la percepción a futuro por los agentes económicos. El supuesto en el que se basa este modelo, es que los ciudadanos aprenden de sus propios errores. El efecto práctico puede ser demoledor: por ejemplo, si esperan un aumento de la inflación, los agentes económicos tenderán a ajustar los salarios y los precios de manera que se producirá un alza general de precios, por lo que la política económica debería generar expectativas que, en vez de producir angustia y mayores presiones inflacionarias, induzcan a la estabilidad y calma de los mercados.
Uno de los graves problemas que ha mantenido a México suspendido en las redes de la mediocridad, es precisamente esa actitud derrotista producto de los mapas mentales que inundan nuestro valle de lágrimas. El “hágase señor tu voluntad así en la tierra como en el cielo,” nos ha privado de ese ingrediente vital para una economía; mi voluntad para triunfar. El considerar que hemos nacido para sufrir y nuestra recompensa será en otra vida, nos ha privado de lo que Ayn Rand llamara “egoísmo racional”.
Pero finalmente lo que más afecta la conducta de los mexicanos, es observar las barrabasadas de nuestros gobiernos frente a problemas tan graves como una economía cadavérica, el narco y la violencia, los maestros terroristas, la corrupción, los gobernadores caciques saqueando a los estados. El ver que nuestro futuro es incierto por lo que, nuestras expectativas racionales e irracionales no son sueños placenteros, sino horripilantes pesadillas y ello sigue cincelando nuestra economía y, más grave, nuestro futuro.
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