Thursday, October 27, 2016

El Estado, ¿Amo o sirviente?




“Derechos como la libertad, la vida, la propiedad y la búsqueda de su felicidad, existen independiente y previamente a los gobiernos, no por ellos, son los derechos naturales de todo ser humano.”

RICARDO VALENZUELA
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El candidato republicano a la presidencia de los EU, Mitt Romney, acaba de seleccionar a quien lo acompañará como su Vicepresidente en la lucha política que se avecina, Paul Ryan. Ryan es un joven congresista y uno de los consentidos del Partido del Té. El debate se torna por demás interesante. En la esquina de Obama los estatistas gritando; “Ustedes son mis hijos y con los derechos que les otorgo, me haré responsable de su bienestar de la cuna a la tumba”. En la otra Romney afirmando; “Nosotros somos sirvientes y nos han confiado la responsabilidad de protegerlos. El gobierno no es quien los ha dotado de sus derechos, somos solo los protectores de los mismos.” 


 
El enfrentamiento político en los EU deberá definir una vez por todas, cual debe ser la saludable relación del ciudadano con su gobierno.
En esta era de acontecimientos históricos en la cual los mexicanos nos encontramos intentando redefinir la relación del ciudadano común con su gobierno. En la cual estamos también tratando de implementar un verdadero sistema democrático republicano que conduzca a el país por la ruta de la prosperidad y la justicia, pensamos es importante analizar algunos conceptos que aclaren las posiciones de ambas partes.
Una creencia común en nuestro país es que los derechos de los mexicanos emanan de nuestra constitución o de nuestro gobierno. Esta es una de nuestras creencias más erróneas. A través de la historia, la creencia común fue que la gente eran sujetos incondicionales de los mandatos de sus gobiernos. Si el Rey le ordenaba a una persona abandonar su familia para pelear en una guerra lejana, tenía que obedecer. El rey podía controlar y regular vida y propiedad porque era soberano y supremo. Los ciudadanos como súbditos eran subordinados e inferiores. Cuando el Rey ordenaba, había que obedecer.
Gradualmente la gente empezó a cuestionar el concepto del soberano con control irrestricto sobre sus vidas y sus fortunas. En 1215, por ejemplo, con la promulgación de carta magna, el Rey por primera vez en la historia fue forzado a admitir que sus poderes sobre los ciudadanos eran limitados. Sin embargo, fue hasta 1776 con la declaración de independencia de los EU, que el concepto del soberano todopoderoso fue prácticamente destruido. El gobierno no era soberano y supremo, Jefferson declaró al mundo. Los individuos lo son. Por lo mismo, los funcionarios públicos son subordinados a los ciudadanos, son sus sirvientes.
En esos momentos nació el concepto de que los seres humanos nacen con ciertos derechos fundamentales que fueron anteriores a los gobiernos. Es decir, los derechos del hombre no provienen del Rey ni de ningún gobierno. Derechos como la libertad, la vida, la propiedad y la búsqueda de su felicidad, existen independiente y previamente a los gobiernos, no por ellos, son los derechos naturales de todo ser humano.
La razón por la cual la gente organiza los gobiernos es precisamente para proteger el ejercicio de esos derechos. Es decir, en la ausencia de un gobierno, los elementos negativos como los delincuentes harían la vida de la sociedad miserable. Por lo tanto, se necesita un gobierno para arrestar, juzgar y castigar a ese tipo de gente. Un gobierno que proteja vida, libertad, propiedad y contratos. No se necesitan gobiernos promotores, petroleros, electricistas, banqueros etc.
¿Qué pasa cuando el gobierno quebranta su obligación de proteger y se convierte en un elemento más destructivo de los que sería en ausencia de ese gobierno? Entonces la gente tiene el derecho de alterarlo o abolirlo e implementar uno nuevo designado para proteger, no destruir, el ejercicio de los derechos naturales que Dios nos heredó. El problema que enfrentaron de inmediato los promotores de esta nueva forma de organización social, era el comprobar si era posible el formar un gobierno que permaneciera limitado, inferior y subordinado al mandato de la gente, y que no asumiera el tradicional papel de soberano y supremo en sustitución de los monarcas.
Para entender la actitud del ciudadano común hacia su gobierno en México y la relación con él, hay que remontarnos a la conquista de la Nueva España y los trescientos años de control de nuestro territorio de parte de una institución tan autócrata como la corona de España, y la intervención en estos acontecimientos de una iglesia católica medieval que siempre promovió una sumisión total a las instituciones de parte de los ciudadanos. Cuando Adam Smith publicó su magna obra “La Riqueza de las Naciones” en 1776, en España fue prohibida y el delito de poseerlo castigado con la muerte por la inquisición.
Después de la independencia, México se convirtió en un cruento campo de batalla en una lucha letal por el poder que en esos momentos se estaba gestando para el estado mexicano, el poder absoluto, el regreso al concepto del monarca absoluto, soberano y supremo, ahora representado por una infinidad de caudillos tanto liberales como conservadores. En el ocaso del siglo XIX, Porfirio Díaz se adueñó de tal poder transportando al país hasta el siglo pasado en un estado de cacicazgo, mediante una dictadura que encendió las pasiones de los mexicanos.
A principios del siglo pasado el país se sume en una revolución liberal que fue secuestrada por los socialistas en el constituyente de Querétaro en 1917, con la elaboración de una constitución de ese corte, socialista. Este evento fue la puerta que se abrió para establecer el sistema “político moderno” de México basado en lo mismo, el poder absoluto, pero ahora ejercido por un solo partido y un monarca sexenal llamado Sr. Presidente.
Durante los siguientes 70 años esta fatal combinación se ha encargó también de convencer a los mexicanos de que el estado es superior, absoluto, soberano y supremo. Que los ciudadanos somos inferiores, somos súbditos, que necesitamos para todo extender la mano al estado, pedir su anuencia, darle eternamente las gracias.
Finalmente, en el despertar de este nuevo siglo los mexicanos debemos de entender que el ciudadano es el soberano, no el estado, que el estado debe ser inferior y supeditado al mandato de la gente, que el estado debe tener limitaciones, que ya no debe haber monarcas sexenales que afirmen “el estado soy yo,” que el mismo pueblo debe elegir a sus “servidores públicos” y no simplemente heredar el trono como ha sucedido. Los mexicanos finalmente debemos de entender que como seres humanos tenemos derechos naturales anteriores e independientes del estado, y la función primordial del estado es el velar y proteger esos derechos.
Desgraciadamente todavía hay políticos que no lo entienden y no quieren que los mexicanos lo entiendan. Quieren simplemente regresar a la época del estado feudal y omnipotente, del monarca sexenal, a la dictadura perfecta. ¡Cuidado caciques estatales y reyecitos estilo Hugo Chávez!

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