“Los liberales pretendemos que los representantes de Jesucristo se conviertan en promotores de la creación, no obstáculos, mucho menos repartidores de una riqueza cuando no existe.”
“Yo siempre había atestiguado alrededor del mundo cómo religión y libertad marchaban en direcciones opuestas. Pero he descubierto que en América conviven íntimamente y en sociedad reinan sobre un mismo país.” Alexis de Toqueville, 1832
RICARDO VALENZUELA
La semana pasada tuve la gran oportunidad de participar en un coloquio sobre el pensamiento de John Locke, organizado por la Universidad Francisco Marroquín en la ciudad de Guatemala. Siendo este un evento para mi inolvidable, próximamente dedicaré mi escrito a su reseña. El leer de nuevo a Locke ha revivido en mi mente dos temas fundamentales: La existencia de Dios y la Libertad.
Desde que tuve oportunidad de entrenarme como banquero en EU y la Gran Bretaña, la filosofía de la libertad individual ante un gobierno encogido me sedujo. Uno de los principios liberales es la debida separación de la religión y la función pública. Es decir, al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios, algo que los católicos no hemos entendido.
Los métodos de la religión no son los mismos de la política. La religión debe elevar la sociedad enriqueciendo la calidad de vida personal, motivando al hombre el despertar su conciencia para que comprenda lo que es realmente ser humano. Pero algunos de sus representantes pretenden acortar el camino. Ellos piensan que manipulando la maquinaria política la religión podría hacer sentir su peso de forma más directa en las sociedades, invadiendo campos más terrenales que el rescate de almas—aun cuando ellas permanecen sin rescate.
Siendo los mercados libres pilar de la filosofía liberal, de inmediato emerge un conflicto cuando nuestra iglesia se rehúsa a conjugar sus ideas con las de ese evolucionado capitalismo democrático. Ya Max Weber durante el siglo XIX le asestaba un fuerte golpe a la iglesia de Roma cuando publicara su magna obra; “La Ética del Protestantismo y el Desarrollo del Capitalismo,” denunciando cómo esa hostilidad de la iglesia católica bloqueaba el desarrollo de los pueblos.
Yo he tratado de colocar sobre la mesa algunas posiciones de la iglesia para discutirlas y criticarlas con el sólo propósito de aportar algo que enriquezca el potaje de nuestra religión, la cual en aspectos del verdadero desarrollo económico porta fallas sumamente graves, pero no nos atrevemos a señalarlas por el temor a cuestionar el amenazante dogma y así permanecen arcaicas y seguimos esperando el milagro de la multiplicación de los panes—de parte del Estado.
Aun cuando el conflicto es milenario, uno de los pensadores de la era moderna que más contribuyó con la iglesia para declarar la guerra al capitalismo, fue un político italiano con etiqueta de héroe durante la segunda guerra mundial, Aminotori Fanfani. La influencia de Fanfani en el pensamiento moderno de la iglesia fue especialmente efectiva pues, siendo un ferviente católico, en su calidad de residente de Roma durante años fue una de las voces más escuchadas por el Vaticano.
Fanfani fue Primer Ministro de Italia y en su libro “Catolicismo, Protestantismo y Capitalismo,” hace su declaratoria de guerra cuando expone su tesis de cómo el catolicismo es incompatible con capitalismo. Ese rechazo ha sido una posición muy popular entre los intelectuales católicos durante generaciones. Irónicamente esta actitud hoy día es muy común entre católicos que, al igual que Fanfani, son antisocialistas y aceptan algunas de las bases del capitalismo. Pero aun sin creer en una economía centralizada, igual detestan ese capitalismo.
La sola palabra “capitalismo” ofende a la mayoría de nuestros líderes católicos y sin poderlo definir, rechazan un “algo” que de forma automática ligan con su nebuloso concepto. Pero ¿Qué es ese algo que tanto les desagrada? Bien, veamos la forma en que Fanfani lo describe:
“Capitalismo es la actitud del hombre hacia la riqueza pensando es el instrumento para lograr la ilimitada, individualista y utilitaria satisfacción de todas las necesidades humanas. Un hombre gobernado por el sólo espíritu de adquirir riqueza, debe decidir entre los medios más efectivos, y los usará sin escrúpulos para lograr un resultado en el contexto de ciertos límites. En el uso de esa riqueza él buscará su satisfacción individual; y en la adquisición y el disfrute de bienes sólo reconocerá un límite—la sociedad hedonística.”
Fanfani y su grupo de pensadores trataban de despertar el catolicismo europeo de su amodorramiento social. Pero su imagen del concepto—explicablemente muy mediterránea—era una caricatura muy alejada de su realidad y entendían muy poco un mundo allende el continente europeo, y en especial a los EU y la Gran Bretaña. Ello motivaba el que nunca llegaran a comprender la gran diferencia entre el catolicismo Anglo—Americano y el europeo, y en especial el catolicismo latino aun más deformado; pero de inmediato establecían una guerra entre catolicismo y capitalismo.
En esa deformada visión, Fanfani definía el capitalismo como un sistema cerrado y a sus actores mercenarios que lo tomaban como el fin y no el medio. Con el medieval concepto de considerar la riqueza mundial como un ente estático, la iglesia, al igual que el marxismo, sostenía lo imposible de conciliar el conflicto de intereses entre hombres o grupos de hombres. La ganancia de unos era a costa de la pérdida de otros; el hombre que ganaba era siempre en perjuicio de otro que perdía. Nacía la suma cero, ciega ante el nuevo concepto de “creación de riqueza” parido por el liberalismo.
Es ridículo afirmar el que, lo diabólico de sociedades en las cuales los negocios se basan en competencia y la búsqueda de ganancias, es provocado por sus arreglos económicos. Esos males sociales que distorsionan los mercados, son generados por deficiencias en el espíritu público y la moral de los participantes. Tal vez por ello Hayek afirmaba; “es en los sistemas competitivos donde los hombres malos causan menos daño,” puesto que en los verdaderos mercados libres, éstos son eliminados.
El 90% de la riqueza mundial ha sido creada durante los últimos 150 años, y ello es cortesía del capitalismo que abrazó a los EU y Europa durante el siglo XIX. Es una dolorosa realidad que la iglesia no acepta, el reconocer cómo el espíritu católico durante los últimos siglos, hizo mucho menos para liberar al mundo de sus tiranías y opresión, de lo que hizo el espíritu capitalista liberal en el cual, algunos sólo detectan una inferioridad moral.
Yo lucho por una iglesia que deje de predicar la pobreza como una bendición, que finalmente entienda y acepte el que, la creación de riqueza necesaria para abolir la miseria condenada por Cristo, sólo se podrá lograr en un sistema de libertad lejos de las cadenas del estado. Un sistema en el cual “todos los seres humanos” puedan aspirar al logro sus sueños. Los liberales pretendemos que los representantes de Jesucristo se conviertan en promotores de la creación, no obstáculos, mucho menos repartidores de una riqueza cuando no existe.
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