“Era sumamente interesante leer la respuesta de mi padre a las cartas de don Gilberto puesto que, al encontrarse en el centro del pensamiento liberal de una Europa que todavía no sucumbía a las seducciones del socialismo, se le hacía imposible entender lo que sucedía en su país.”
RICARDO VALENZUELA
Era sumamente interesante leer la respuesta de mi padre a las cartas de don Gilberto puesto que, al encontrarse en el centro del pensamiento liberal de una Europa que todavía no sucumbía a las seducciones del socialismo, se le hacía imposible entender lo que sucedía en su país. La Universidad Libre de Bruselas y el London School of Economics, sus refugios intelectuales, permanecían como los estandartes del liberalismo europeo. El liberalismo de Bastiat, de Burke, de Tourgot, Hayek.
Educación y economía se tomaban de la mano en una nueva promoción del estado para declarar “la bancarrota del individualismo.” De esa forma, el estado se convertía en el coordinador de las actividades económicas y en ese nuevo enfoque, según ellos, la política y la economía se confundían. La nueva misión de la escuela socialista era construir una visión del mundo que se transformara en cooperación, introduciendo a los educandos al espíritu colectivista. Nacía así un México en el cual el individuo se perdía en la extensión de la manada, para luego depender de un nebuloso ser que ahora se identificaba como el padre nuestro; el estado.
Emergía una organización política muy sui géneris que tomaba material de todo tipo para construir la torre nacional. El Pacto de Calles en sus estrategias se asemejaba a la autocracia de los partidos comunistas ya enraizados en la emergente Unión Soviética, pero mostraba más una semejanza a los movimientos fascistas de Italia, e inclusive, al nazismo naciente de Alemania. Años después la famosa frase de Hitler: “Yo no quiero controlar los activos de la gente, sólo quiero controlar sus mentes,” dibujaba con nítida claridad la estrategia de Calles para mantener el poder.
En otras de las misivas don Gilberto le expresaba a mi padre esperanza para el país, puesto que los maderistas originales rechazaban las nuevas políticas de Calles y se pronunciaban en contra de su radicalismo. Todavía enarbolando la bandera del mártir de la revolución, hablaban de un humanismo liberal pero luego se perdían en un extraño solidarismo cristiano que no rimaba con el sueño de Madero.
Sin embargo, la represión del Callismo los neutralizaba con el estilo que adoptara la dictadura perfecta en el futuro. Ese movimiento de opositores que aún conservaban algunos de los perfiles liberales pero con un gran tinte humanista, encabezados luego por Manuel Gomez Morín fundarían el partido que finalmente expulsara al Callismo del poder: el PAN.
Continuaba don Gilberto afirmándole a mi padre que, al mantenerlo en Bruselas, él sabía era una muy buena decisión para apartarlo de la contaminación cerebral que produciría el nuevo sistema educativo mexicano. Sin embargo, años después mi padre luego se quejaba “¿para qué me enviaron a Europa? Lo único que sucedió es que me dieran las herramientas para hacer el putrefacto diagnostico del país, pero sin poder hacer nada.”
Leyendo específicamente esa carta, ahora me daba cuenta de las raíces tan profundas de nuestros problemas y, sobre todo, entendía las sabias palabras de Mark Twain: “Yo nunca permití que la escuela interfiera con mi educación.” Me daba cuenta de lo que, años después, llegara a identificar cómo el gran activo de los países, su capital intelectual, en México se aplicaba como un freno que lo mantendría depreciado y, aun a estas fechas, permanece igual.
El nuevo Pacto de Calles construía los muros de la gran prisión de los mexicanos, mediante una fina red que ya tejía para emerger con un producto terminado que luego fuera conocido como “el asesino silencioso.” El sistema educativo del país se confeccionaba como monopolio del estado para, petrificando las mentes de la niñez y la juventud, confeccionar un potaje de gente dependiente, resentida con las clases “burguesas” y, sobre todo, el tipo de mexicano que luego pasara a culpar a esa burguesía y al imperialismo de la pobreza producto y herencia de nuestra gloriosa revolución.
En una de sus misivas el tío Gilberto le comentaba a mi padre cómo la Gran Depresión se agravaba entre los años 1930-32, cuando 25 de las acciones industriales representativas sufrieran una caída de 370 a poco mas de 90, y el mejor ejemplo del fenómeno eran las acciones de la United States Steel que, de cotizarse a 370, sufrió un derrumbe hasta llegar a 21.
El comercio internacional se reducía drásticamente y la contracción del crédito, como consecuencia de la explosión en Wall Street, enviaba mortales olas a todos los países de Europa y ello provocaba que, para 1931, las instituciones financieras europeas se encontraran en graves dificultades. En Inglaterra una nueva coalición laborista y socialista encabezada por Ramsay Mac Donald, tomaba control del gobierno para provocar el abandono del patrón oro, por lo que otros países de inmediato lo seguirían para hacer las conciliaciones en comercio internacional prácticamente imposibles. Durante el año de 1932, las exportaciones de los EU caían de 5 billones de dólares a 1.5 billones.
Ese año de 1932 los Demócratas seleccionaban a Franklin Delano Roosevelt como candidato a la presidencia. Sin embargo, la plataforma del partido no revelaba las drásticas medidas que se activarían en la primera etapa del New Deal y, por el contrario, hablaban de reducción masiva de gastos y un presupuesto balanceado, la remoción de los tentáculos del gobierno en la empresa privada, el lograr un dólar fuerte, la aplicación del estado de derecho especialmente en lo referente a las leyes anti monopolio, respeto a la Constitución y una fuerte defensa nacional.
Pero había algunas pistas de lo que realmente se proponían cuando hablaban también de regulación para cierto tipo de empresas, los mercados de valores, de los precios de servicios, el divorcio de la banca comercial y la de inversión, leyes para establecer seguro de desempleo y de retiro y, sobre todo, algo que realmente alarmaba a los economistas liberales, el uso de todos los poderes constitucionales para que los agricultores recibieran precios de sus productos que superaran sus costos (subsidios).
Nadie imaginaba que el término acuñado por FDR había sido inspirado en un libro recién publicado por Stuart Chase, un feroz crítico de la empresa americana, precisamente titulado “New Deal.”
Chase había visitado la Unión Soviética en 1920 y de ello nacería una gran admiración. Regresaba convencido que en los EU debería de llevarse a cabo una redistribución de la riqueza la cual incrementaría el poder de compra de la gente. Pensaba que el problema de la producción estaba resuelto y lo que ahora se requería, era la intervención del gobierno para resolver el de la distribución. Sus principales recomendaciones eran mayores impuestos, salarios más altos fijados por el gobierno no el mercado, viviendas públicas y reducción de las horas de trabajo. Una ingeniería económica como la visualizada por Hoover en la cual, el estado sería el gran planificador aprisionando la creatividad y la ambición del individuo. La suerte del mundo estaba echada.
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