“EL MEJOR PROGRAMA ANTI-POBREZA NO ES EL SALARIO MÍNIMO, ES LA LIBERTAD QUE EXPANDE LAS OPCIONES A LOS TRABAJADORES Y PERMITE A LOS EMPRESARIOS CONTRATARLOS LIBREMENTE SIN QUE EL GOBIERNO DECRETE LOS TÉRMINOS DEL INTERCAMBIO.”
RICARDO VALENZUELA
Durante muchos años nos hemos quejado y criticado el nudo gordiano que oprime la economía del país, y lo mantiene flotando en el profundo océano de la mediocridad. Son tantos los hilos que configuran ese nudo que simplemente repasarlos se convierte en una tarea angustiosa. Desde la cultura popular, la hambrienta burocracia, la corrupción pública y privada, son algunos de sus remaches y marchan todos en una interminable comparsa con tintes macabros.
Sin embargo, uno de esos elementos que, al actuar cubierto con ropajes de compasión, se torna en la invisible enfermedad que postra al moribundo sin que la puedan diagnosticar, es el salario mínimo.
Recuerdo las interminables peroratas de Echeverría describiendo esta enfermedad como uno de los grandes logros de la revolución. Entiendo que un populista como Echeverría y sus herederos continúen dando topes al muro de la fantasía. Pero lo que no entiendo es que el flamante presidente del PAN, Gustavo Madero, supuestamente el único partido que porta la bandera de la libertad y los mercados, un hombre educado en el Tecnológico de Monterrey, rasgándose las vestiduras escale el púlpito de la demagogia para exigir un aumento de ese cuestionado salario.
Cuando el presidente Bush afirmó que la paga de los CEOs no era proporcional a su desempeño, probablemente recordaba lo afirmado por Milton Friedman en 2005: “No hay duda que en años recientes la parte alta de la pirámide del ingreso ha disfrutado un incremento superior al de los ubicados en la parte inferior”. Ello sería gasolina para encender aún más la hoguera de la envidia.
Algunos lo llamarían “falla del mercado”, para otros era una genuina demanda de raras y excepcionales habilidades de liderazgo. Hombres como Mike Milken, como JP Morgan quienes en su era revolucionaran los mercados financieros mundiales, se justificaba que sus ingresos danzaran al ritmo del valor creado. Pero no es así. Con creencias morales en juego, los desacuerdos son realmente irreconciliables. Sin embargo, si borramos la moralidad de la ecuación, el tema se ha convertido en venenoso potaje político. Y es aquí donde aparece el populismo, el proteccionismo y aun el aislamiento en manos de políticos ignorantes, para convertirse en serios riesgos económicos.
Es cuando Tom Sawell afirma las economías pasan a ser controladas, no por los mercados, sino por el “mandato de la plebe” que se afianzan en políticos oportunistas e irresponsables. La demagogia se impone ante los estados de pérdidas y ganancias.
Ahora, imaginemos que soy propietario de un pequeño negocio en donde tengo cinco empleados devengando salario mínimo. El gobierno me ordena aumentar ese salario en un 20% ¿qué voy hacer? mi negocio no puede soportar esa carga. Entonces debo despedir a uno de ellos y eso se traduce en un consumidor menos, un elemento que no pagará impuestos. Yo necesito más empleados pero no en esas condiciones. Si el gobierno me dice; “paga lo que puedas aunque no sea el salario mínimo”. Contrato otras tres gentes en las condiciones que convengan a ambas partes. Son tres nuevos consumidores.
El negocito enfrente de mi changarro tiene tres nuevos clientes y sus ventas se incrementan. Necesita más empleados ¿qué hacer? Uno de mis nuevos contratados va a comprar algo y el dueño de inmediato lo aborda preguntando ¿Cuánto te paga Valenzuela? El nuevo empelado responde, $7 dólares la hora. El pequeño empresario le revira; yo te pagaría $9 y, cuando me llega a renunciar, yo le igualo la paga. Los mercados inician su sabio comportamiento y salarios unidos a la productividad, inician su aumento natural, no ordenado por los gobiernos.
El salario mínimo viola el principio de la libertad al limitar el rango de opciones a disposición de los trabajadores, prohibiendo que acepten empleos por debajo del mínimo legal. También prohíbe que los patronos contraten a esos trabajadores, incluso si ambas partes se beneficiarían. De manera que, contrario a lo que dicen los partidarios del salario mínimo, el gobierno no mejora las oportunidades para los trabajadores aumentando el salario mínimo. Si un trabajador pierde su empleo o no puede encontrar uno, su ingreso es cero. Los patronos no le pagarán a un trabajador $9 por hora si no puede producir por lo menos esa cantidad.
Durante mucho tiempo hemos observado oleadas de revoltosos en las calles del mundo, demandando un salario mínimo que se ubica en la estratosfera. Algunos analistas compasivos preguntan si lo que gana la gente es un salario que les permita vivir con “justicia”. Este principio contamina totalmente el tema y lo aleja de la lógica pura. A los empleados se les paga por el valor del trabajo que desarrollan, no para practicar una “justicia social” mal entendida.
Si su trabajo realmente vale más de los que ganan, solo tienen que renunciar y contratarse con alguien más que deba de pagar lo que verdaderamente vale. Si no encuentra ese milagroso empleo, entonces ¿qué lo hace pensar que su trabajo vale más? Ahora, ¿devengar un salario “que permita vivir con justicia”? Los patrones no contratan gente para que se conviertan en sus dependientes viviendo con “dignidad”. Los contratan por el valor de lo que puedan producir. ¿Suena frio? Pues lo siento pero esa es la realidad.
El salario mínimo no es una panacea para la pobreza. De hecho, Neumark, Schweitzer y Wascher examinan la evidencia y concluyen que “el efecto neto de los aumentos del salario mínimo… es incrementar la proporción de las familias pobres”. Más claro, el salario mínimo tiende a aumentar, no a disminuir la tasa de pobreza.
El mejor programa anti-pobreza no es el salario mínimo, es la libertad que expande las opciones a los trabajadores y permite a los empresarios contratarlos libremente sin que el gobierno decrete los términos del intercambio. Cuando los empresarios adoptan nuevas tecnologías y hacen inversiones de capital de manera autónoma -esto es, sin presiones debido a los aumentos decretados por el gobierno en el salario mínimo- se está promoviendo la productividad laboral, el nivel de empleo y los ingresos de los asalariados.
Pero cuando el gobierno aumenta el salario mínimo sin respetar las leyes del mercado, las empresas tendrán incentivos para ubicar su producción en otros países destruyendo los empleos domésticos, en especial, los de trabajadores menos calificados y no permite prosperen con legítimos aumentos de sus ingresos.
Ignorar la ley de demanda para adoptar un salario mínimo más alto con la esperanza de ayudar a los trabajadores, es un engaño. La persistencia de esta falsa creencia ignora la realidad económica.
Durante muchos años nos hemos quejado y criticado el nudo gordiano que oprime la economía del país, y lo mantiene flotando en el profundo océano de la mediocridad. Son tantos los hilos que configuran ese nudo que simplemente repasarlos se convierte en una tarea angustiosa. Desde la cultura popular, la hambrienta burocracia, la corrupción pública y privada, son algunos de sus remaches y marchan todos en una interminable comparsa con tintes macabros.
Sin embargo, uno de esos elementos que, al actuar cubierto con ropajes de compasión, se torna en la invisible enfermedad que postra al moribundo sin que la puedan diagnosticar, es el salario mínimo.
Recuerdo las interminables peroratas de Echeverría describiendo esta enfermedad como uno de los grandes logros de la revolución. Entiendo que un populista como Echeverría y sus herederos continúen dando topes al muro de la fantasía. Pero lo que no entiendo es que el flamante presidente del PAN, Gustavo Madero, supuestamente el único partido que porta la bandera de la libertad y los mercados, un hombre educado en el Tecnológico de Monterrey, rasgándose las vestiduras escale el púlpito de la demagogia para exigir un aumento de ese cuestionado salario.
Cuando el presidente Bush afirmó que la paga de los CEOs no era proporcional a su desempeño, probablemente recordaba lo afirmado por Milton Friedman en 2005: “No hay duda que en años recientes la parte alta de la pirámide del ingreso ha disfrutado un incremento superior al de los ubicados en la parte inferior”. Ello sería gasolina para encender aún más la hoguera de la envidia.
Algunos lo llamarían “falla del mercado”, para otros era una genuina demanda de raras y excepcionales habilidades de liderazgo. Hombres como Mike Milken, como JP Morgan quienes en su era revolucionaran los mercados financieros mundiales, se justificaba que sus ingresos danzaran al ritmo del valor creado. Pero no es así. Con creencias morales en juego, los desacuerdos son realmente irreconciliables. Sin embargo, si borramos la moralidad de la ecuación, el tema se ha convertido en venenoso potaje político. Y es aquí donde aparece el populismo, el proteccionismo y aun el aislamiento en manos de políticos ignorantes, para convertirse en serios riesgos económicos.
Es cuando Tom Sawell afirma las economías pasan a ser controladas, no por los mercados, sino por el “mandato de la plebe” que se afianzan en políticos oportunistas e irresponsables. La demagogia se impone ante los estados de pérdidas y ganancias.
Ahora, imaginemos que soy propietario de un pequeño negocio en donde tengo cinco empleados devengando salario mínimo. El gobierno me ordena aumentar ese salario en un 20% ¿qué voy hacer? mi negocio no puede soportar esa carga. Entonces debo despedir a uno de ellos y eso se traduce en un consumidor menos, un elemento que no pagará impuestos. Yo necesito más empleados pero no en esas condiciones. Si el gobierno me dice; “paga lo que puedas aunque no sea el salario mínimo”. Contrato otras tres gentes en las condiciones que convengan a ambas partes. Son tres nuevos consumidores.
El negocito enfrente de mi changarro tiene tres nuevos clientes y sus ventas se incrementan. Necesita más empleados ¿qué hacer? Uno de mis nuevos contratados va a comprar algo y el dueño de inmediato lo aborda preguntando ¿Cuánto te paga Valenzuela? El nuevo empelado responde, $7 dólares la hora. El pequeño empresario le revira; yo te pagaría $9 y, cuando me llega a renunciar, yo le igualo la paga. Los mercados inician su sabio comportamiento y salarios unidos a la productividad, inician su aumento natural, no ordenado por los gobiernos.
El salario mínimo viola el principio de la libertad al limitar el rango de opciones a disposición de los trabajadores, prohibiendo que acepten empleos por debajo del mínimo legal. También prohíbe que los patronos contraten a esos trabajadores, incluso si ambas partes se beneficiarían. De manera que, contrario a lo que dicen los partidarios del salario mínimo, el gobierno no mejora las oportunidades para los trabajadores aumentando el salario mínimo. Si un trabajador pierde su empleo o no puede encontrar uno, su ingreso es cero. Los patronos no le pagarán a un trabajador $9 por hora si no puede producir por lo menos esa cantidad.
Durante mucho tiempo hemos observado oleadas de revoltosos en las calles del mundo, demandando un salario mínimo que se ubica en la estratosfera. Algunos analistas compasivos preguntan si lo que gana la gente es un salario que les permita vivir con “justicia”. Este principio contamina totalmente el tema y lo aleja de la lógica pura. A los empleados se les paga por el valor del trabajo que desarrollan, no para practicar una “justicia social” mal entendida.
Si su trabajo realmente vale más de los que ganan, solo tienen que renunciar y contratarse con alguien más que deba de pagar lo que verdaderamente vale. Si no encuentra ese milagroso empleo, entonces ¿qué lo hace pensar que su trabajo vale más? Ahora, ¿devengar un salario “que permita vivir con justicia”? Los patrones no contratan gente para que se conviertan en sus dependientes viviendo con “dignidad”. Los contratan por el valor de lo que puedan producir. ¿Suena frio? Pues lo siento pero esa es la realidad.
El salario mínimo no es una panacea para la pobreza. De hecho, Neumark, Schweitzer y Wascher examinan la evidencia y concluyen que “el efecto neto de los aumentos del salario mínimo… es incrementar la proporción de las familias pobres”. Más claro, el salario mínimo tiende a aumentar, no a disminuir la tasa de pobreza.
El mejor programa anti-pobreza no es el salario mínimo, es la libertad que expande las opciones a los trabajadores y permite a los empresarios contratarlos libremente sin que el gobierno decrete los términos del intercambio. Cuando los empresarios adoptan nuevas tecnologías y hacen inversiones de capital de manera autónoma -esto es, sin presiones debido a los aumentos decretados por el gobierno en el salario mínimo- se está promoviendo la productividad laboral, el nivel de empleo y los ingresos de los asalariados.
Pero cuando el gobierno aumenta el salario mínimo sin respetar las leyes del mercado, las empresas tendrán incentivos para ubicar su producción en otros países destruyendo los empleos domésticos, en especial, los de trabajadores menos calificados y no permite prosperen con legítimos aumentos de sus ingresos.
Ignorar la ley de demanda para adoptar un salario mínimo más alto con la esperanza de ayudar a los trabajadores, es un engaño. La persistencia de esta falsa creencia ignora la realidad económica.
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