Wednesday, November 9, 2016

Sin confianza, no hay vida





“Confianza es el lubricante de los sistemas sociales; sin ella, la maquinaria del sistema se atora. ”

“Tú puedes ser engañado si confías demasiado, pero si no confías en nada, vivirás en un tormento. Sin confianza no hay nada.”
Frank Crane

RICARDO VALENZUELA
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El Presidente Truman en los años 50 hizo mundialmente famosa la frase: “Yo nunca les dibujé un infierno, solo les dije la verdad.” El significado de ella iba mucho más allá de su simple semántica; era la primera señal clara para el pueblo americano de que había esperanza para recuperar algo muy importante y que durante mucho tiempo se había permanecido perdido en la vorágine del Siglo XX: la confianza. 


 
En uno de sus famosos libros el autor Fukuyama afirma el que la vida económica de los pueblos es esculpida por la cultura y depende y se fundamenta en ese vínculo moral que es la confianza. Esto, subraya, es un contrato moral no escrito entre ciudadanos que facilita la convivencia, las transacciones, promueve la creatividad individual, y justifica alguna acción colectiva. En la lucha global que se desarrolla en estos momentos por lograr la predominancia económica, el capital social representado por la confianza será tan importante como el capital físico o intelectual.
Desde la formación de los EU como nación, el pegamento que amalgamara la construcción de una nueva sociedad tan bien descrita por Toqueville en el Siglo XIX, fue sin lugar a dudas la combinación de dos elementos; libertad y la confianza de sus ciudadanos en las instituciones que en esos momentos construían y, sobre todo; confianza en su novel gobierno emanado de las brillantes mentes de sus fundadores, quienes plasmaban sus visiones en la Declaración de Independencia en la cual de forma tajante se describía cómo el poder debía residir en la gente. Sin embargo, Jefferson pronunciaría también una profética frase: “El precio de la libertad es su eterna vigilancia.”
La libertad y confianza durante los primeros 70 años de vida de los EU como nación independiente, fueron el combustible para catapultar a ese pequeño grupo de colonias que se tímidamente asomaban al Atlántico, en una poderosa nación de emprendedores, exploradores, arriesgados y visionarios hombres de negocios que expandían su territorio para ahora conectar los dos océanos. Sin embargo, con el estallido de la guerra civil en la cual el gobierno federal ilegalmente y con la fuerza de las armas, le negaba a los Estados del sur su derecho constitucional de separarse de la Unión, se iniciaba un lento proceso de erosión de esos dos elementos fundamentales responsables de la producción del milagro del siglo XIX; los EU como la nueva potencia mundial.
Este proceso de descomposición siguió desarrollándose y se arreció con motivo de la Primera Guerra Mundial y así a principios del Siglo XX—el siglo de la agresión en contra de la libertad—el gobierno federal en una renovada avanzada, logra apretar las cadenas sobre los Estados mediante el establecimiento del anticonstitucional Impuesto Sobre la Renta, argumentando ser una fórmula transitoria para financiar los gastos del conflicto. Al finalizar la confrontación mundial, esa carga impositiva jamás sería revocada.
El derrumbe de ese gran edificio de la confianza siguió su lento proceso cuando las erróneas políticas gubernamentales y la torpeza del Fondo de la Reserva Federal, provocaron la gran depresión de 1929 que postró no solo a los EU sino al mundo entero sobre sus rodillas. Por primera vez los americanos se enfrentaban a un fenómeno que los azotaría durante 11 dolorosos años, mismo en el cual el desempleo alcanzaría niveles hasta de un 20%. Sin embargo el impacto más importante de esta depresión—aún más que esa grave erosión de la confianza del ciudadano en su gobierno—fue la creencia generalizada de que el elemento utilizado por ese inepto gobierno para la carnicería; eran los mercados libres.
La historia de los EU a partir de esos momentos tomaba un rumbo totalmente diferente al contemplado por sus fundadores mediante el proceso de socialización liderado por Roosevelt y su New Deal que para su fortuna coincidiría con el estallido de la Segunda Guerra mundial, lo cual crearía el espejismo de lo exitoso de sus políticas. El desempleo se reducía; si, pero con la conscripción de 11 millones de soldados.
Los años 60 y 70 fueron la culminación de ese proceso de pérdida de confianza con los tristes capítulos del asesinato de Kennedy, el de Martin Luther King, la guerra de Vietnam y sus casi 60,000 muertos, el Watergate de Nixon, pero sobre todo el arribo a la Presidencia de ese gran país de un hombre inepto y timorato como Carter. La década de los 70 se despedía abrazando a los EU con una depresión inflacionaria nunca antes vista. Los norteamericanos perdían su orgullo y su confianza al mismo ritmo que sus ahorros.
Estos acontecimientos llevarían a la Presidencia a Ronald Reagan quien dedicaría gran parte del inicio de su administración a recuperar esa confianza extraviada en los senderos de la demagogia y la mentira. Después de 8 años de prosperidad recuperada, de haber destruido el comunismo, Reagan abandonaba ese recinto casi sagrado; la Casa Blanca, ante una ciudadanía que de nuevo creía en su líder y en su gobierno a pesar inclusive de las dudas en el Irán-Contra.
Pero en 1992 llegaba a ese mismo recinto el carismático Presidente Bill Clinton, la personificación del engaño y la mentira. Durante 8 años este hombre se dedicó a engañar a su pueblo que no solo lo aceptaba, lo festejaba porque “la economía prosperaba.” El “Yo no tuve relaciones sexuales con esa mujer;” el mentir bajo juramento, el recibir aportaciones para su campaña de gobiernos como el de China, el convertir $1,000 dólares en $100,000 en futuros de ganado, se identificó en el nuevo juego. La contabilidad del gobierno federal ahora se sabe estaba más amañada que la de Enron y los superávit eran espejismos.
¿Qué sucede en estos momentos? La confianza se ha perdido, la gente no cree en su gobierno, en sus empresas, en sus contabilidades, en sus iglesias. El precepto bíblico de “ten fe y te salvarás”; parece ausente de la vida de los americanos. Confianza es el lubricante de los sistemas sociales; sin ella, la maquinaria del sistema se atora. Por ello en estos momentos mientras los economistas se rascan la cabeza tratando de adivinar lo que sucede; el mercado parece gritarles; la mula no era bronca

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