“El Sr. Videgaray debería controlar su entusiasmo por su regulación sistemática y orientarlo a la libertad.”
RICARDO VALENZUELA
Hace unos días la prestigiada revista británica, El Economista, publicó una entrevista con nuestro flamante Secretario de Hacienda, Luis Videgaray, en la cual, entre otras cosas, hace una importante revelación. Afirma él que, para lograr su doctorado en economía, tomó la decisión de acudir al Massachusetts Institute of Technology (MIT) y no a el otro prestigiado centro de estudios económicos, The University of Chicago, porque piensa que los mercados no son perfectos. Cabe señalar que en esa época, la universidad de Chicago era el cuartel general del legendario Milton Friedman y sus monetaristas, que le daban vida a la famosa escuela de Chicago.
La afirmación asoma cierta rivalidad y, sobre todo, parece asumir la superioridad de la escuela económica del MIT frente a la de Chicago. De forma subliminal, Videgaray afirma que los últimos Secretarios de Hacienda, Francisco Gil Díaz y Agustín Carstens (2000-2009) fueron hombres emanados de la Universidad de Chicago, en donde obtuvieron sus doctorados, y la economía mexicana en ese periodo tuvo crecimientos muy raquíticos. Yo en lo personal pienso que, dadas las circunstancias y los presidentes a quien sirvieron, Gil Díaz y Carstens han sido dos de los mejores Secretarios de Hacienda de nuestra historia.
Con sus afirmaciones Videgaray telegrafía el que los Chicago boys (liberales) rezan ante el altar de los mercados asumiendo su divinidad que los convierte en infalibles, mientras que los MIT boys (intervencionistas) prometen domar las manifestaciones erróneas de los mercados mediante la agresiva intervención del estado, viajando más allá de las responsabilidades originales que le dieran vida a los gobiernos, la protección de vida, libertad y propiedad de los ciudadanos. Esta corriente de pensamiento, en sus diferentes grados y facetas, es precisamente la que ha lanzado a México al pozo oscuro del intervencionismo y no ha permitido su desarrollo.
Aun cuando Videgaray luego pasa a describir cómo el gobierno debe promover el mejoramiento de los mercados, se queda muy corto al no desenfundar acciones claras y concretas que realmente conviertan a nuestros atrofiados y manoseados mercados, en fuerzas vibrantes y saludables que catapulten el país a la dimensión que merece, la dimensión de los grandes. Me parece que nuestro flamante secretario aun quiere cabalgar, ni muy, muy, ni tan, tan, sobre aquel fantasmal corcel de las medias tintas. O más claro, como lo afirmara Carlos Elizondo en un reciente artículo; “Ni tanto que queme al santo”, es decir, a no soltar la rienda muy jalada, para caer en el océano de la mediocridad.
La economía mexicana es, y seguirá siendo, una economía mixta, nos gritaban los políticos en los años 60 y 70, una economía en la cual el gobierno y la iniciativa privada van de la mano, es decir, una economía a medias tintas. Desgraciadamente ese fatal híbrido parió a los empresarios estatistas, líderes sindicales millonarios, una hambrienta burocracia, el estadio de la rampante corrupción y políticos como los describiera Hank González; “Un político pobre es un pobre político.”
Después, los modernos científicos, durante los años 80 y 90, notificaban el final de la economía mixta para transitar, mediante el “neoliberalismo, no el verdadero liberalismo”, hacia una economía privatizada ya sin el estado propietario, más abierta, dispuesta a penetrar mercados internacionales y, supuestamente, una economía con el afán de competir. Todo ello se pretendía implementar “liberalizando” la economía pero manteniendo un sistema político a imagen y semejanza de Elías Calles y su dictadura perfecta. Es decir, te doy piola pero poquita, y si no cabresteas te ahorcas.
Pero como siempre ha sucedido en nuestro país, todo ello se implementaba igual, a medias tintas, ni muy, muy, ni tan, tan. Los organismos privatizados pasaban solo de ser monopolios estatales para convertirse en monopolios privados. Las clásicas representaciones revolucionarias como el petróleo, la energía fueron intocables. El ejido, la bandera más clara del fracaso revolucionario, sufría una trasformación que parecía representar a un grave enfermo en la sala de operaciones, al cual los médicos abandonan en medio de la cirugía. El estado mexicano ya no era tan, tan propietario, pero a través de legislaciones, impuestos, regulaciones, tramitología etc, sostenía su abrazo mortal sobre la economía que le han permitido seguir consumiendo el mismo porcentaje del PIB.
Finalmente el cansancio y los nuevos tiempos, que fueran totalmente ignorados por nuestros líderes, provocaban la explosión del sistema político a principios de los años 90 luego que atestiguáramos algo impensable, la rebelión contra el presidente de miembros del partido culminando con el asesinato de Luis Donaldo Colosio. Los avances ni muy, muy, ni tan, tan, logrados por la administración de Salinas, fueron luego destruidos en un país sin instituciones para afrontar el saboteo producto de la rebelión política, y con el error de Diciembre, el país inició otra caída más al abismo.
El terremoto político finalmente llevaba al poder a la fiera oposición frente a la gran esperanza de los mexicanos. Si de alguna forma pudiéramos calificar las administraciones panistas de 2000 al 2009, tendría que ser con lo mismo; ni muy, muy, ni tan, tan. Perdidas, opacas, grises y claro, no provocaron las debacles económicas de antaño y eso, señor Videgaray, se lo deben a esos Chicago boys, Paco Gil Díaz y Agustín Carstens, pero el país no requería administradores del statu quo, requería de estadistas con la habilidad de lograr los cambios y reformas, en lo económico primero, para luego continuar pues es bien sabido que sin combustible, no se puede transitar.
Ahora llegamos al partido de Calles recuperando el poder. Hablan de mercados libres pero no los liberalizan, aprueban reformas pero, como afirma la editora del Wall Street Journal, Mary O’Grady, no hay que cantar victoria pues faltan las letras chicas y se huele peligro. La reforma fiscal es una manifestación de lo que realmente mueve al presidente y a Videgaray y, al asomarnos, nos da pavor. El Sr. Videgaray debería controlar su entusiasmo por su regulación sistemática y orientarlo a la libertad. La libertad económica que tanto han combatido en México, pero es lo que nos deba de convertir en un país desarrollado. Es hora de abandonar las medias tintas y soltar la piola.
Hace unos días la prestigiada revista británica, El Economista, publicó una entrevista con nuestro flamante Secretario de Hacienda, Luis Videgaray, en la cual, entre otras cosas, hace una importante revelación. Afirma él que, para lograr su doctorado en economía, tomó la decisión de acudir al Massachusetts Institute of Technology (MIT) y no a el otro prestigiado centro de estudios económicos, The University of Chicago, porque piensa que los mercados no son perfectos. Cabe señalar que en esa época, la universidad de Chicago era el cuartel general del legendario Milton Friedman y sus monetaristas, que le daban vida a la famosa escuela de Chicago.
La afirmación asoma cierta rivalidad y, sobre todo, parece asumir la superioridad de la escuela económica del MIT frente a la de Chicago. De forma subliminal, Videgaray afirma que los últimos Secretarios de Hacienda, Francisco Gil Díaz y Agustín Carstens (2000-2009) fueron hombres emanados de la Universidad de Chicago, en donde obtuvieron sus doctorados, y la economía mexicana en ese periodo tuvo crecimientos muy raquíticos. Yo en lo personal pienso que, dadas las circunstancias y los presidentes a quien sirvieron, Gil Díaz y Carstens han sido dos de los mejores Secretarios de Hacienda de nuestra historia.
Con sus afirmaciones Videgaray telegrafía el que los Chicago boys (liberales) rezan ante el altar de los mercados asumiendo su divinidad que los convierte en infalibles, mientras que los MIT boys (intervencionistas) prometen domar las manifestaciones erróneas de los mercados mediante la agresiva intervención del estado, viajando más allá de las responsabilidades originales que le dieran vida a los gobiernos, la protección de vida, libertad y propiedad de los ciudadanos. Esta corriente de pensamiento, en sus diferentes grados y facetas, es precisamente la que ha lanzado a México al pozo oscuro del intervencionismo y no ha permitido su desarrollo.
Aun cuando Videgaray luego pasa a describir cómo el gobierno debe promover el mejoramiento de los mercados, se queda muy corto al no desenfundar acciones claras y concretas que realmente conviertan a nuestros atrofiados y manoseados mercados, en fuerzas vibrantes y saludables que catapulten el país a la dimensión que merece, la dimensión de los grandes. Me parece que nuestro flamante secretario aun quiere cabalgar, ni muy, muy, ni tan, tan, sobre aquel fantasmal corcel de las medias tintas. O más claro, como lo afirmara Carlos Elizondo en un reciente artículo; “Ni tanto que queme al santo”, es decir, a no soltar la rienda muy jalada, para caer en el océano de la mediocridad.
La economía mexicana es, y seguirá siendo, una economía mixta, nos gritaban los políticos en los años 60 y 70, una economía en la cual el gobierno y la iniciativa privada van de la mano, es decir, una economía a medias tintas. Desgraciadamente ese fatal híbrido parió a los empresarios estatistas, líderes sindicales millonarios, una hambrienta burocracia, el estadio de la rampante corrupción y políticos como los describiera Hank González; “Un político pobre es un pobre político.”
Después, los modernos científicos, durante los años 80 y 90, notificaban el final de la economía mixta para transitar, mediante el “neoliberalismo, no el verdadero liberalismo”, hacia una economía privatizada ya sin el estado propietario, más abierta, dispuesta a penetrar mercados internacionales y, supuestamente, una economía con el afán de competir. Todo ello se pretendía implementar “liberalizando” la economía pero manteniendo un sistema político a imagen y semejanza de Elías Calles y su dictadura perfecta. Es decir, te doy piola pero poquita, y si no cabresteas te ahorcas.
Pero como siempre ha sucedido en nuestro país, todo ello se implementaba igual, a medias tintas, ni muy, muy, ni tan, tan. Los organismos privatizados pasaban solo de ser monopolios estatales para convertirse en monopolios privados. Las clásicas representaciones revolucionarias como el petróleo, la energía fueron intocables. El ejido, la bandera más clara del fracaso revolucionario, sufría una trasformación que parecía representar a un grave enfermo en la sala de operaciones, al cual los médicos abandonan en medio de la cirugía. El estado mexicano ya no era tan, tan propietario, pero a través de legislaciones, impuestos, regulaciones, tramitología etc, sostenía su abrazo mortal sobre la economía que le han permitido seguir consumiendo el mismo porcentaje del PIB.
Finalmente el cansancio y los nuevos tiempos, que fueran totalmente ignorados por nuestros líderes, provocaban la explosión del sistema político a principios de los años 90 luego que atestiguáramos algo impensable, la rebelión contra el presidente de miembros del partido culminando con el asesinato de Luis Donaldo Colosio. Los avances ni muy, muy, ni tan, tan, logrados por la administración de Salinas, fueron luego destruidos en un país sin instituciones para afrontar el saboteo producto de la rebelión política, y con el error de Diciembre, el país inició otra caída más al abismo.
El terremoto político finalmente llevaba al poder a la fiera oposición frente a la gran esperanza de los mexicanos. Si de alguna forma pudiéramos calificar las administraciones panistas de 2000 al 2009, tendría que ser con lo mismo; ni muy, muy, ni tan, tan. Perdidas, opacas, grises y claro, no provocaron las debacles económicas de antaño y eso, señor Videgaray, se lo deben a esos Chicago boys, Paco Gil Díaz y Agustín Carstens, pero el país no requería administradores del statu quo, requería de estadistas con la habilidad de lograr los cambios y reformas, en lo económico primero, para luego continuar pues es bien sabido que sin combustible, no se puede transitar.
Ahora llegamos al partido de Calles recuperando el poder. Hablan de mercados libres pero no los liberalizan, aprueban reformas pero, como afirma la editora del Wall Street Journal, Mary O’Grady, no hay que cantar victoria pues faltan las letras chicas y se huele peligro. La reforma fiscal es una manifestación de lo que realmente mueve al presidente y a Videgaray y, al asomarnos, nos da pavor. El Sr. Videgaray debería controlar su entusiasmo por su regulación sistemática y orientarlo a la libertad. La libertad económica que tanto han combatido en México, pero es lo que nos deba de convertir en un país desarrollado. Es hora de abandonar las medias tintas y soltar la piola.
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