“Si México quiere dejar atrás sus problemas, cambios radicales son necesarios. Hoy día se necesita una nueva revolución, pero no queremos una revolución armada, queremos una revolución de ideas, de participación cívica, una revolución que nazca de los profundos sentimientos de frustración de los mexicanos.”
RICARDO VALENZUELA
“Subdesarrollo es un estado mental,” es el acusador título de ese gran libro con el que Harrison describe las dolorosas diferencias entre países prósperos, desarrollados, vibrantes, y las naciones frenadas, atoradas y ruinas como la nuestra. Ha sido nuestra cultura la que ha permitido que México continúe en manos de quienes, en palabras de Dehesa, han cometido y siguen cometiendo La Gran Estafa.
Pero para librarnos de esa estafa, los mexicanos debemos provocar una violenta guerra, pero una guerra de ideas y de acciones inteligentes. No podemos ser simplemente testigos de la historia, espectadores, críticos, observadores de un barco que navega sin rumbo mientras los piratas se lo disputan para saquearlo. Como sociedad civil debemos de crear la historia, es nuestra responsabilidad con las generaciones futuras.
Los pasajes históricos de la miseria humana han sido relatados románticamente por la mitología, y en algunos casos se les ha llamado la era dorada de simpleza pastoral. No lo han sido. Solamente durante los últimos 200 años es que el progreso empezó a tocar las vidas de la población en los países industrializados. En esa misma época, México ha empobrecido hasta la saciedad, particularmente en los últimos 100 años, es hora de cambiar los hábitos.
Los mexicanos necesitan ser expuestos ante las ideas que han formado países prósperos y desarrollados, las ideas que han promovido la fuerza de las economías competitivas, que han llevado a esos capitalistas populares a incrementar ventas, arriesgar sus fortunas, a sufrir en los malos ciclos, a sudar y producir utilidades, a hipotecar sus vidas en los mercados. Pero un capitalismo democrático no oligárquico ni estatista, competencia en los mercados, no en los salones de espera de las Secretarias de Estado o palacios estatales de gobierno, con espacio para todos, con verdaderos mercados libres sin las feroces intervenciones estatales que solo crean los monstruos de mil cabezas produciendo empresarios dóciles, estatistas, monos de comparsa del sistema, que callan ante las acciones más degradantes que pueda enfrentar una sociedad a cambio de su dignidad y unos cuantos negocios con los que ese sistema compra su silencio, sus aplausos, la hipoteca de sus vidas con ese estado.
Las vías del interés personal de los individuos, bien entendido, disciplinan al ser humano en sus hábitos de trabajo, moderación, autocontrol, templanza, orden. Y así, buscando su legítimo interés personal, inconscientemente promueven y provocan el bien común. Pero eso lo afirmaba Adam Smith definiendo las actividades personales no las públicas. En México el arribo de la “democracia” nos ha obsequiado a un grupo de pandilleros saboteándose unos a otros teniendo en la mira de sus crueles intenciones, solamente el monopolio del poder político para continuar el saqueo de la nave.
Hace años un famoso autor mexicano publicó un libro titulado “La última llamada.” Los mexicanos deben ya escuchar esta última llamada, la llamada de la responsabilidad, el grito desesperado de una patria herida, de una patria humillada, de una patria agraviada y dividida. Escuchemos la queja dolorosa de los mexicanos ante las afrentas pasadas y presentes. Escuchemos los lamentos que ya no piden tierra y libertad, ahora se conforman sólo con la libertad, libertad del yugo impuesto por la nomenclatura atrincherada en las cavernas de la burocracia que mantiene al país encallado mientras continúan los saqueos.
Thomas Jefferson afirmaba: “Es mejor para el pueblo buscar en los mercados lo que los mercados puedan proveer, porque a través de la competencia se promueve calidad, eficiencia y se mantienen los precios a lo mínimo. Eficiencia en las funciones gubernamentales es cuestión de justicia social. Pero para lograr eficiencia en la función pública debe haber competencia y, sobre todo, participantes que no sean importados de las huestes de Al Capone. No debemos tener monopolios de Petróleo, Teléfonos etc. Mucho menos en la administración pública, sean de los partidos que sean.
Si México quiere dejar atrás sus problemas, cambios radicales son necesarios. Hoy día se necesita una nueva revolución, pero no queremos una revolución armada, queremos una revolución de ideas, de participación cívica, una revolución que nazca de los profundos sentimientos de frustración de los mexicanos. Después de siglos de centralización y agravios, los mexicanos quieren menos no más de nuestro gobierno. Ellos quieren un gobierno pequeño, honesto, eficiente, más cerca de ellos. Los mexicanos gritan por el cambio cuando los fariseos lo ignoran y lo bloquean.
Pero ese cambio solo se dará basado en la fuerza de la sociedad y un estado de derecho, y cito de nuevo a Jefferson: “Donde los poderes se asumen sin haber sido delegados, la nulidad del acto es el único remedio justo: todo estado tiene el derecho natural de nulificar con su propia autoridad todas las tomas ilegitimas de poder; sin este derecho estaría bajo la dominación absoluta e ilimitada de quienes puedan ejercer el juicio sobre ellos a través de ese poder ilegitimo.”
En el extranjero se nos observa como dóciles y serviles a nuestro gobierno, temerosos de él, se atribuye esa actitud a la servidumbre que se estableció entre los Aztecas y sus conquistadores españoles. Hace muchas décadas, los mexicanos estaban dispuestos a dar sus vidas para evitar ser absorbidos por los EU, hoy día, constantemente arriesgan sus vidas para cruzar a dicho país, es hora de ejercer el poder de la democracia liberal.
La sociedad civil tiene el poder para iniciar esta nueva revolución, pero una revolución que no sea librada por ejércitos, guerrilleros, ni políticos, debe ser una guerra en el campo de las ideas y la política sana. Los enfrentamientos deban ser para conquistar los mercados, los trabajos, el progreso, para penetrar los mercados internacionales de capital. No para conquistar y mantener el poder absoluto, ese poder que corrompe absolutamente y cierra las puertas a la prosperidad. Esta guerra no debe ser encabezada por caudillos militares, debe ser liderada por la sociedad civil harta de sus políticos. Démosle las armas a los mexicanos para que se ubiquen en el asiento del conocimiento y de la verdad.
A México le urge encontrar la ruta hacia un futuro mejor, requerimos edificar un México más libre y próspero para futuras generaciones, se debe abrir un nuevo capítulo en la historia de nuestro país, necesitamos encontrar la armonía, el entendimiento, la justicia para todos los mexicanos, necesitamos expulsar del templo a los mercaderes de la Estafa saboteadora. Los mexicanos requieren de participar en una lucha de ideas, de ideales, una cruzada de acciones y propósitos para finalmente edificar el México de sus sueños, más justo, mas prospero, más libre, el México que visualizaron los líderes de su frustrada revolución, el México del tercer milenio. O ¿realmente estaremos ponchaos?
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