REFLEXIONES LIBERTARIAS
Ricardo Valenzuela
Ahora que “sorpresivamente” el campo resurge a la superficie del huracán de la problemática mexicana, con la cual a diario le tienden emboscadas al Presidente, ese hombre que cada día mas se asemeja a Madero. Ante las representaciones cavernícolas de sus actores y declaraciones cada día de machos sin bozal y mulas de falsa rienda, vale la pena hacer un alto y una reflexión sobre algo que tiene un gran simbolismo para México, y en especial para el ya trillado campo mexicano.
Cuando los mexicanos escuchamos la palabra Cananea, nos viene a la mente una viva imagen: Revolución. Fue en este pueblo donde se encendiera la mecha de la revolución mexicana cuando al inicio del siglo pasado una huelga de mineros fuera brutalmente reprimida. Fue luego a sólo unos kilómetros de Cananea donde se firmara el Plan de Agua Prieta y los generales sonorenses se rebelaran contra Carranza para iniciar la toma del país. Sin embargo, en la alborada de este nuevo milenio, Cananea es el ejemplo más patético del fracaso de esa revolución y su agrarismo.
La región Cananea representa también otra cosa; ganadería. Las llamadas pampas de Cananea son los mejores terrenos para el desarrollo de la ganadería no sólo en Sonora, sino en todo México y tal vez América Latina, no únicamente por la calidad de su tierra, sus abundantes pastos, sus múltiples aguajes, su clima, su topografía, sino también por su ubicación que se extiende bordeando la línea fronteriza desde Nogales hasta Naco en un espectáculo de cautivadora belleza. Ello se traduce en una proximidad invaluable al mercado mas rico e importante del mundo; los EU.
La palabra latifundista en su repugnante connotación, fue acuñada antes y durante la revolución para describir uno de los muchos especimenes de negociantes estatistas, mercantilistas quienes abrazados del Estado y a través del rentismo reprimiendo los mercados libres, acumulaban los mejores terrenos del país. De la misma forma en que el Monarca Español durante la Colonia concesionaba las mejores tierras y sin límites a sus protegidos—estos modernos señores feudales seguían sus pasos sin tener que batirse sudorosos en las trincheras de los mercados y su fiera competencia.
Uno de los postulados de la revolución que inició como liberal, era el derrumbe de ese moderno feudalismo que ahogaba al país, y de esa forma destruir un esquema organizado alrededor de los beneficios políticos y no en la eficiencia económica.
Pero la revolución liberal murió al nacer igual que los anhelos de Zapata de tierra y libertad. La lucha de este hombre era exigiendo desmantelar el rentismo, respeto a los derechos individuales de propiedad de sus correligionarios del campo, y eso mas los frutos de su trabajo, les daría la ansiada libertad del vasallaje y sobre todo, mejor futuro para sus hijos. Lo que no pudo atestiguar fue la traición a sus ideales; el nuevo latifundista era el Estado que se reservaba la propiedad de la tierra incautada, y al emergente hombre del campo le colgaban una pesada cadena del cuello para aprisionarlo en las redes de la dependencia, ignorancia, pobreza y la sumisión.
Durante los siguientes casi 100 años el campo mexicano se hundía lentamente en el pantano de ese nuevo agrarismo. 80 años después de que Zapata empuñara su carabina, se inicia el primer esfuerzo autentico para remendar el deshecho agro otorgando finalmente a los campesinos huéspedes del infame ejido lo exigido por ese legendario hombre; la propiedad de las tierras. Mediante una valiente enmienda constitucional se abría la puerta para desatar el nudo gordiano que aprisionaba al empobrecido campesino. Sin embargo, el deshacer la madeja de dependencia y corrupción, no podía ni debía ser simplemente un acto divino de “hágase la luz, y la luz se hizo.”
Requería de otros cambios no sólo en lo constitucional, los que no llegaron a la profundidad del pestilente tumor porque las reformas fueron tímidas, tibias e incompletas, y al igual que los fuegos que no se apagan totalmente, renacen con furia incontenible. La renovación del campo para enmendar los agravios de tantos años, requería de cirugía mayor para amputar las fétidas extremidades engangrenadas. Los nebulosos cambios activados en cuanto a la definición y protección de los derechos de propiedad del ejido, se pierden ahora en los laberintos de la demagogia y el oportunismo, y es aquí donde se inicia el verdadero drama de la cuna de la revolución; Cananea.
A menos de diez años de haber iniciado el remiendo de lo mas averiado por la revolución mexicana; el campo; El reporte del ejido de Cananea el cual en una época fuera el famoso emporio del Coronel Green, y se extendiera en un área de mas de 300,000 hectáreas con el prestigo de producir el mejor ganado herford del mundo, los famosos caballos de la RO, y exportara mas de 5,000 becerros al año al mercado de los EU, no es halagador. Si al iniciarse el parchado la explotación era un triste recuerdo de las bellas épocas pues de los 5,000 becerros exportados ya no alcanzaban los 500; en estos momentos sí se pude creer, es aun más triste y dolorosa.
Un nuevo latifundio ha emergido pero ya no producto de las encomiendas de la colonia, del rentismo del porfiriato; tampoco producto del trabajo, competencia y la reinversión. Es ahora el retoño de políticos que arrebatan el corazón del otora ejido a través de fraudulentas compras de los “derechos” de los ejidatarios. Hoy día existen documentos que prueban cómo a través de presta nombres han acumulado casi la totalidad de las pampas de Cananea. Pero lo mas grave; es rumor general el que casi la totalidad de los terrenos colindantes con la línea fronteriza, se han convertido en puntos de concentración y cruce de la preciada mercancía de coyotes y narcotraficantes.
Cuando se iniciaron las reformas en los años 90 para rescatar al país de la gangrena del estatismo, el tejido mas fino se requería en el averiado campo. Salinas anunciaba el final de la era que había despojado de la forma más cruel a los verdaderos pioneros del campo—el reparto agrario. Los propietarios privados podían ahora trabajar en paz; pero quedaba el ejido como símbolo del más estrepitoso fracaso de esa manoseada revolución. Siguiendo la finalmente aceptada lógica de los mercados y la eficiencia, los ejidatarios debían tener la propiedad de sus tierras. Pero en Cananea se ha horneado una situación que refleja la verdadera realidad lejos de la bruma de la demagogia.
Cananea ya no es el flamante emporio de los Green, ya no es el fracasado ejido, por desgracia tampoco una concentración de propietarios con sus títulos en las manos para como escribió Jefferson; buscar su felicidad. Es ahora un conjunto de fraudes y abusos políticos que representan las reformas en manos de los peores delincuentes. Es el símbolo del fracaso de la revolución y del nuevo estilo de estafa cuyo más visible ejemplo son los modernos emisarios del pasado ya enraizados en las Pampas de Sonora. Son ellos los cardenales de los obispos negociando ahora con el Presidente para renegociar. “Pobre campo mexicano.”
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