REFLEXIONES LIBERTARIAS
Ricardo Valenzuela
Mario Vargas Llosa en una de sus excelentes obras, lleva a cabo un análisis del contenido de la palabra; “pendejo,” tan popular en toda América Latina. De Mexico a Ecuador afirma el escritor, el significado es el de tonto, pero misteriosamente al cruzar la frontera peruana se vuelve lo opuesto. En el Perú un pendejo es el clásico pícaro quien utilizando su pendejés, logra el éxito y es admirado por eso; por ser un pícaro simpático. Y para definir al pendejo mexicano, en Perú se usa la palabra “cojudo.”
Hace algunos años cuando tuve la oportunidad de disfrutar esa gran película mexicana; La Ley de Herodes. La escena que más me impactó, fue aquella cuando el Secretario de Gobierno analizaba las alternativas para sustituir al asesinado alcalde de un pequeño pueblito de su estado. Su ayudante lo arropa con la lectura de currículos de fieles miembros del partido, los que el Secretario de inmediato rechaza hasta que, el ayudante toma uno de los expedientes y con un “este no,” decide pasarlo sin presentárselo. El jefe molesto le pregunta; ¿por qué no? El subalterno responde; “porque este es muy pendejo.” El Secretario sin esconder su entusiasmo entonces le dice: “Ese es al que hay que enviar.”
En EU una de las expresiones mas populares, es aquella que brota como resorte cuando alguien expresa su intención de visitar nuestro país: Don’t drink the water (No bebas el agua) Durante años siempre pensé que con ella se trataba de prevenir a los turistas americanos del anormal peligro para su salud que representa el ingerir nuestro preciado liquido el que, entre la multitud de enfermedades que provoca, tal vez la mas famosa sea la que Carter puso de moda: La venganza de Moctezuma. Sin embargo, creo que nunca había permanecido durante tanto tiempo en las tinieblas, pues recientemente he llegado a conocer su verdadero significado, y con toda sinceridad ahora afirmo el entenderlo.
El consejo que surge cuando los potenciales turistas se preparan para penetrar nuestro país, no es para prevenir esa infinidad de enfermedades tan graves. La advertencia real es en contra de un contagio mucho mas serio que inclusive la venganza de todos los aztecas. Es una alarma en contra del peligro de adquirir ese fatal síndrome del “Perfecto Idiota Latinoamericano.” Ese mortal virus que entre otras cosas, se manifiesta con síntomas de un avanzado retrazo mental que, produce conductas ilógicas adquiridas por modorra ética, pereza mental y el oportunismo civil. Luego revela una abdicación de la facultad de pensar, de cotejar palabras con los hechos, de cuestionar la retórica que hace las veces de pensamiento, y mas grave, inocula el otro inmisericorde virus, el de la destrucción.
Esta enfermedad la cual no es exclusiva de Mexico, es descrita con ese elegante estilo de Vargas Llosa en la narración de una anécdota sucedida en su país. A finales de los años 40 gobernó el Perú un distinguido jurista: El Dr. Jose Luis Bustamante y Rivero. Escribía él mismo sus discursos en un español castizo, profundo y elegante, era un hombre de honradez exagerada y tenía la mala manía de respetar la Constitución y las leyes, las que citaba, cada vez que abría la boca, para explicar lo que hacia o se debía hacer. La oposición lo bautizó “cojurídico.” Es decir, un pendejo que creía las leyes tienen importancia y había que cumplirlas. El apodo de inmediato se hizo popular con toda la población, tanto que lo adoptó como el popular deporte y burlarse de la integridad de su líder.
El dia de ayer al estar devorando las noticias con un grupo de mis amigos americanos, al momento que informan del fracaso de el proyecto de ley para la reforma fiscal, pasan una toma del congreso en la cual aparecen nuestros representantes ungidos de euforia y “pendejés,” celebrando la barrabasada que acababan de cometer. Es cuando uno de mis amigos voltea su mirada hacia mi y, con fuerza me afirma: Don’t drink the water. Su mensaje era profundo y molestaba. Pero no puedo tapar el sol con el dedo, nuestra población ha estada contagiada por ese síndrome de la idiotez durante ya no años, siglos. Esa idiotez que han demostrado todos nuestros politicos y ahora desemboca es esto, el grave estado de sitio que le reafirman al país, secuestrando el futuro de todos los mexicanos.
Un fantasma recorre el mundo afirmaba Marx en su Manifiesto cuando se refería al comunismo, pero jamás se imaginó la fiereza de su advertencia. Otro fantasma recorre ahora Mexico, el fantasma de la idiotez para aferrarse a lo que el resto del mundo abandona. El fantasma de esa agua que otros no han de beber por miedo a contraer el virus que nos ha postrado. Esa contagiosa agua mas intoxicante que el bacanora de mi tierra y brota de las venas abiertas por demagogos como Galeano, para embrutecer al centinela del presente, pero responsable del futuro. Agua que brota en torrentes de las heridas inflingidas por nosotros mismos portando armas letales, las armas de la pendejés.
En otra parte de su relato, Vargas Llosa narra cómo un candidato ganó una elección cuando se le acusaba de tráficos y fraudes. La ciudadanía en votó por él, solamente porque era “un gran pendejo.” Las miserias de Mexico no cesarán hasta que compongamos la semántica de nuestros valores. Cuando degrademos a los admirados pendejos y los tranzas que hoy presiden los destinos de nuestro país. Porque no son los simpáticos, los audaces y los muy prácticos que actúan como si estuvieran mas allá del bien y del mal, los que labran la grandeza de las naciones, sino esos aburridos personajes que conocen sus limites, y son tan poco imaginativos y temerarios, que viven siempre dentro de la ley.
Finalmente entiendo que los gringos no se quieran ni bañar con el agua mexicana, no sólo es peligrosa, es letal sobre todo para el cerebro. Entiendo su compulsivo pavor a nuestros inmigrantes; no se quieren contagiar. Lo que ocurre con nosotros y con nuestra semántica, ocurre también con nuestro país y sus instituciones. Las ideas, las creencias, los sistemas que inclusive hemos importado, luego de probar el agua, experimentan mágicas sustituciones de sentido. Nuestros estruendosos fracasos en gran parte se deben a esa propensión nuestra a desnaturalizar lo que hacemos y decimos, de corromper las ideas y transformar los contenidos de las instituciones que regulan nuestra vida social, siempre ungidos de pendejés.
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